Por Ricardo Reilly Salaverri
El País, Montevideo
El acto monumental de prestidigitación financiera y virtual, llevado adelante por los banqueros del Sistema de la Reserva Federal norteamericana y los duendes de Wall Street, no deja de sorprender por sus efectos. En el Norte, con la posibilidad de emitir dólares en billetes al infinito se buscan paliativos, recomponiendo la situación financiera de los bancos y promoviendo el crédito una vez más, como palanca principal para la resurrección de lo que hoy llaman la economía real.
En el mundo ha pasado de todo. La Organización Internacional del Trabajo vaticina la desocupación de 25 millones de personas, el petróleo ha caído a precios que tuvieron la virtud de acallar hasta al mismísimo Chávez; millones de ahorristas con sus esperanzas puestas en acciones, fondos de inversión, fondos de pensión y otros malabares, no pueden contener las lágrimas al recibir los estados de cuenta y, para no abundar -los chinos acreedores notorios de los Estados Unidos- tienen empantanados 500 mil millones de dólares en las quebradas instituciones hipotecarias Freddie Mac y Fanny Mae, con lo cual puede decirse que hay destrozos para todos los paladares.
Harry Truman, ex presidente norteamericano, dijo alguna vez que "recesión es cuando su vecino pierde el empleo y que depresión es cuando usted pierde el suyo". Y el fantasma de la desocupación está presente por todas partes.
En el coloso norteño, hoy se estima que el desempleo ronda el 10% de la gente que busca trabajo. Para un país que tradicionalmente vive una situación técnicamente de pleno empleo, que se ubica entre un 3% y un 5% por ciento de la fuerza laboral, el dato no es menor. Implica menor consumo, menor producción, menores importaciones y significa mucho en una economía con un vigoroso mercado interno, considerada la locomotora universal, que tiene a su cargo más del 25% del producto bruto planetario.
El año cierra con la incertidumbre de una crisis mundial con proyecciones de difícil evaluación nacional.
En nuestro país la realidad de la desocupación ha comenzado a sentirse con el agravante de una sequía que amenaza con extenderse a registros históricos sin precedentes, perjudicando nuestros principales rubros económicos. Y, también con una temporada de turismo plena de interrogantes.
Pasamos años de vacas gordas dilapidados por un gobierno sin ideas, solo enceguecido por la voracidad fiscal y la burocracia, y por una delirante producción legislativa, en la que hay manos que se levantan en el recinto parlamentario ya sea para votar un barrido como un fregado.
También por propuestas de dudosa virtud tales como el IRPF, asalto impiadoso a la clase media, jubilados, pensionistas y trabajadores incluidos, o una reforma de la salud que no se sabe en qué va a terminar como no sea en una suerte de huelga por tiempo indefinido.
¿Seguridad pública? Ni pensar.
Dentro del disparate legislativo, como si los costos laborales fuesen chicos, se quieren imponer licencias para "estudiantes" de cualquier cosa, que suman a los asuetos comunes y se quiere aplicar un sistema de horas extras en la ganadería, como si fuese posible poner tarjeteros en los recados o las ancas de un buey.
¿Qué nos depara el mañana? Incógnita. Más caos es seguro.