Por Juan Gabriel Tokatlian
La Doctrina Monroe -que en 1823 proclamó que toda América latina era una zona de exclusivo interés norteamericano- se está marchitando. La globalización y los cambios dinámicos de las economías y la política de sus muchos países le están brindando a América latina la oportunidad de reducir el nivel de dependencia de Estados Unidos y, en consecuencia, de renegociar, en mejores términos, sus relaciones hasta ahora asimétricas con su gran vecino del norte.
La creciente integración de América Latina con el mundo es el factor clave aquí. China, la potencia en ascenso del mundo, está empeñada en fortalecer su comercio, inversión, ayuda y cooperación con la región. Y Rusia, profundamente insatisfecha con lo que percibe con un trato de segunda clase por parte de Estados Unidos, está regresando a la región tanto con negocios como con ventas de armas.
Rusia puede no estar persiguiendo abiertamente una nueva Guerra Fría, pero, al mejorar su posición en América latina, se ve a sí misma poniendo fin a años de implosión y humillación. Las gigantescas ventas de armas del Kremlin a Venezuela, y los ejercicios militares bilaterales realizados allí, así como el restablecimiento de vínculos de seguridad con Cuba, demuestran que Rusia está dispuesta, una vez más, a desafiar la hegemonía norteamericana en el Caribe.
Irán, también, se sumó a la partida. Está haciendo un esfuerzo para fortalecer los vínculos con América latina y central, tanto diplomáticamente como a través de políticas energéticas. Ahora tal vez incluya un componente militar en sus acuerdos con Ecuador. Y la India y Sudáfrica están forjando vínculos comerciales y políticos embrionarios y productivos, especialmente con Brasil.
Mientras tanto, Europa se ha convertido en la principal fuente de armas para Brasil y Chile, y algunos países de la UE -principalmente Francia- están manifestando un creciente interés en el acuerdo nuclear argentino-brasileño de febrero de 2008 y en profundizar los contactos militares. En 2005, se llevó a cabo la primera cumbre árabe-sudamericana en Brasilia, Brasil, mientras que, en 2006, se realizó la primera cumbre africano-sudamericana en Abuja, Nigeria. Hasta Japón está dedicándole más atención a la región.
Por consiguiente, el paisaje tanto político como diplomático en toda América latina ha estado cambiando rápidamente, lo que colocó a Estados Unidos a la defensiva. No se trata solamente de que varios países vieran llegar al poder a partidos de centroizquierda y radicales; con frecuencia se cuestiona, y hasta se desafía, a los líderes y los intereses norteamericanos, no sólo por parte de la Cuba comunista y la Venezuela “bolivariana”, sino en casi todas partes en la región.
Por caso, Ecuador, a pesar de su economía “dolarizada” y la dependencia de las exportaciones de petróleo a Estados Unidos, hoy está restringiendo el uso por parte del ejército norteamericano de su Base de Manta. Nicaragua fue el primer país en el hemisferio occidental en reconocer la independencia de Abjazia y Osetia del Sur tras la invasión rusa de Georgia el verano (boreal) pasado. Y el presidente Manuel Zelaya de Honduras reclamó la legalización del consumo de drogas como una medida para poner fin a la violencia relacionada con su producción y comercialización.
Hasta los amigos de larga data se dedicaron a fisgonear al Tío Sam. El presidente Fernando Lugo de Paraguay (el primer jefe de Estado no perteneciente al Partido Colorado en seis décadas) nombró a Alejandro Hamed Franco como ministro de Relaciones Exteriores. De origen sirio, Hamed Franco es un activo defensor de Palestina que ha sido escudriñado por las agencias de seguridad norteamericanas por sus supuestos vínculos con grupos islamistas.
Toda América Latina y el Caribe están reclamando el fin del embargo norteamericano a Cuba y son entusiastas respecto del regreso de ese país a la Organización de Estados Americanos.
Un motivo específico de resentimiento hoy en día es la decisión unilateral de Estados Unidos de reactivar la Quinta Flota de la Marina norteamericana, dedicada a América latina, que había sido desafectada en 1950. Las autoridades civiles en América latina nunca recibieron una explicación apropiada de esta decisión, hoy ampliamente percibida como un acto de agresión. No sorprende que sólo haya servido para generar miedo y un creciente antinorteamericanismo, acelerando una propuesta brasileña de crear una Junta de Defensa sudamericana sin participación estadounidense.
Dada esta creciente hostilidad regional, y en vista de la agitación causada por una crisis financiera que nació en Estados Unidos, los gobiernos de toda la región están ansiosos por buscar nuevos socios y mercados como alternativas para Estados Unidos. La paradoja es que un Estados Unidos en crisis hoy necesita a América latina más que nunca.
América Latina debería aprovechar este momento de fortaleza diplomática para iniciar un nuevo diálogo con Estados Unidos que apunte a renegociar los términos de la relación. El primer paso debe ser el reconocimiento de que la Doctrina Monroe está muerta y no puede revivirse. Aceptar esto será la señal más alentadora que la nueva administración del presidente Barack Obama le puede dar a la región.
Juan Gabriel Tokatlian es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés, Buenos Aires, Argentina.
Copyright: Project Syndicate, 2009.
Traducción de Claudia Martínez.