Es difícil imaginar una bendición mayor que la de contar con una buena biblioteca. Miles de tomos escritos por autores de todas las épocas a entera disposición del lector. No importa la hora en que el titular decida tomar un ejemplar, nadie se ofende si se interrumpe el diálogo-lectura y se decide cambiar de tema con otra obra. Los conocimientos más variados a disposición de la curiosidad del dueño de la biblioteca y todo accesible a precios irrisorios si se los relaciona con los esfuerzos notables de estudio e investigación de los autores, algunos de los cuales, en tiempos remotos, escribieron con mala iluminación, sin posibilidad de anteojos para suplir deficiencias en la visión, con papelería rústica y con plumas y otros instrumentos precarios para la escritura. | ||
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La maravilla humana del lenguaje, importante principalmente para pensar y secundariamente para la comunicación, se plasmó en la escritura en la secuencia pictogramas-ideogramas-fonemas-jeroglíficos-escritura cuneiforme-alfabeto, que a partir de Gutenberg hizo posible la amplia difusión del libro por cuenta propia sin necesidad de escribas ni intérpretes oficiales y minimizando la presencia de los Index y demás censuras, pero siempre expuesto a los energúmenos de todos los tiempos desde la destrucción de tablillas de arcilla, pasando por los beneméritos rollos de Alejandría a las macabras hogueras de libros perpetradas por los criminales nazis.
Se rumorea que, en un futuro no muy lejano, la computadora reemplazará al libro. No lo creo posible aunque más no sea por razones de comodidad: leer frente a una pantalla sentado en noventa grados y rígido, no puede compararse con la distendida posición en un mullido sillón acariciando el libro y girando las posiciones y la ubicación al son del lector. Sería casi lo mismo que decir que en el futuro los humanos dormirán parados como las gallinas.
Sin duda, que hay otras muchas ventajas del libro respecto a la gélida pantalla: el ritual de la biblioteca, la mirada a los estantes, los lomos con sus inscripciones, coloridos y texturas, el proceso de elección, la “degustación” del tacto, la vista y el aroma de tinta fresca o de libro añejo, el regocijo con la fácil manipulación y la flexibilidad de las hojas y el detectar en simultáneo y a vuelo de pájaro otros títulos complementarios.
No es noticia decir que la computadora y las maravillas de internet contribuyen de modo absolutamente increíble al trabajo cotidiano. Mientras uno está escribiendo un libro, ensayo o artículo puede consultar muchos temas y explorar muy diversas avenidas y andariveles en internet y comunicarse con otros colegas diseminados por el mundo, pero el libro es otro asunto que ofrece otras variantes. Esto no descarta a posibilidad cierta que el día de mañana la impresora personal imprima y encuaderne un libro hecho a medida y en el acto puesto que cuando hay muchos folios que recorrer se torna difícil maniobrar la lectura. Se trataría entonces de elegir métodos de edición e impresión, pero no estaría en discusión la conveniencia del libro como expresión física de un ritual de características únicas.
Dentro del ritual de lectura, desde luego que las tareas detectivescas o arqueológicas de investigación no se encaran del mismo modo en los diversos géneros ni en áreas diferentes: el abordaje se lleva a cabo de modo bien distinto según sea el campo a considerar. Un novela no se lee con lápiz en mano para subrayar y glosar como se hace con materias de estudio. En el último caso debe distinguirse claramente lo que es recordar algo de lo que significa poder explicarlo. Una cosa es acumular información y otra bien distinta es incorporar conocimientos, sobre todo, como decía Ortega, cuando se hace una lectura “vertical” y no meramente “horizontal” patinando sobre las letras (a veces, hasta en diagonal).
Dicho sea al pasar, las antes referidas glosas y marcas en los libros es lo que le otorga una característica irrepetible e insustituible al volumen en cuestión y, por eso, resulta un buen consejo nunca prestar libros ya que si se extravían no pueden sustituirse por otro ejemplar, idéntico en cuanto a contenido impreso pero sustancialmente distinto en cuanto a las señas y comentarios irremplazables que dejó consignado el lector original.
En verdad no hay competencia sino complementariedad entre el libro y la computadora. Cada uno ofrece posibilidades que el otro no puede reemplazar con éxito. En el futuro indudablemente surgirán nuevas posibilidades, pero, por el momento, esta parece ser la situación.