Washington, DC - Los desgarradores acontecimientos de Gaza confirman lo que ha sido evidente desde el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995: la mediocridad de la conducción política en Israel. Por mediocridad, entiendo la supremacía de la reacción instintiva sobre la iniciativa innovadora, de la política menuda sobre la imaginación.
En el papel, la lógica de Israel es inapelable: Hamas, organización terrorista decidida a destruir al Estado judío, periódicamente lanza cohetes a través de la frontera; como lo haría cualquier otro Estado, Israel ejerce su derecho de defensa intentando aniquilar la capacidad ofensiva de Hamas.
Esa lógica es contraproducente. Sólo una ocupación permanente de Gaza puede garantizar la ausencia de cohetes en el sur de Israel. Esa ocupación ya demostró ser política y prácticamente insostenible-hasta la retirada de Israel en 2005.
Supongamos que Israel lo intentase nuevamente. Hamas o alguna otra organización, ayudada por la Hermandad Musulmana de Egipto, hostigaría a los ocupantes desde el otro lado de la frontera. Según la lógica israelí, su ejército tendría entonces que ingresar a Egipto.
En 1982, Israel entró en el Líbano en busca de la OLP con los mismos argumentos que utiliza hoy día en el caso de Gaza. Acabó retirándose y la invasión no evitó que Hezbolá, otra organización terrorista, utilizase el territorio libanés para atacar a civiles israelíes años más tarde.
Cualquier cosa que no sea una ocupación permanente de Gaza, pues, garantizará el resurgimiento de Hamas. Pero una ocupación permanente colocará a la Autoridad Palestina liderada por Mahmud Abbas en Cisjordania -el interlocutor moderado de Israel- en la imposible disyuntiva de traicionar a la causa palestina o hacer de segundón de Hamas, algo que ya se empieza a ver. Los extremistas contarían con una base popular más amplia en Cisjordania y pronto dispararían cohetes a través de la frontera contra la zona oriental de Israel.
La lógica de la seguridad israelí forzaría entonces una nueva ocupación de Cisjordania, empujando a los terroristas palestinos hacia Jordania. Y si ahora los cohetes salieran disparados desde Jordania hacia una Cisjordania controlada por Israel, ¿aconsejaría la lógica de la seguridad una invasión israelí del reino hachemita?
Todo esto es para decir que la dirigencia israelí debe aceptar (dolorosamente) la futilidad de la lógica puramente defensiva. Su mejor apuesta es ayudar a crear las condiciones para que los palestinos moderados sean capaces de marginar a los fanáticos con la colaboración de una población que sienta mejoras en su calidad de vida. Eso implica hacer concesiones y asumir riesgos, como lo hicieron Menachem Begin --cuando suscribió el Tratado de Paz con Egipto en 1979-- y Yitzhak Rabin cuando firmó con los palestinos los Acuerdos de Oslo en 1993 y selló más tarde la paz formal con Jordania.
Las condiciones de vida en Gaza desde el fin de la ocupación israelí han sido atroces. Basta leer los artículos de los moderados en el diario israelí Haaretz o los testimonios de los observadores occidentales para darse cuenta del amargo resentimiento que el millón y medio de gazianos debe haber incubado bajo las implacables limitaciones al comercio y el tránsito. Las restricciones que afectan la vida cotidiana en Cisjordania son también una fuente de humillación para muchos palestinos.
Eso no implica justificar a los terroristas árabes que lanzan cohetes contra civiles israelíes y no excusa la corrupción y la incompetencia de la Autoridad Palestina. Pero la conducta de Israel no ayuda a que la población palestina culpe a quien corresponde de la tiranía de Hamas en Gaza y del desastroso gobierno de Fatah en Cisjordania.
Se ve que desde el fiasco del ataque contra Hezbolá en el Libano, en 2006, los líderes de Israel han dedicado el tiempo a preparar un asalto más eficaz contra Gaza antes que a esforzarse por arribar a una solución que los moderados israelíes y palestinos saben que es la única posible: dos Estados coexistiendo uno al lado del otro y una Jerusalén que contenga a las dos capitales, la aceptación de parte de los palestinos del hecho de que los refugiados de 1948 no podrán regresar a lo que es ahora territorio israelí y la aceptación de parte de los israelíes del hecho de que sus asentamientos en territorio palestino tendrán que ser desmantelados.
En cualquier "conflicto entre dos causas que tienen razón"-como lo ha denominado Amos Oz, el mayor novelista israelí-- el mejor resultado es aquel en el que ambas partes terminan con cierto grado de frustración, pero no demasiada. Con diferencias de matiz, los actuales dirigentes israelíes -Tzipi Livni de Kadima, Ehud Barak del Partido Laborista y Benjamin Netanyahu del Likud-son incapaces de ir más allá de la psicología defensiva a la que el terrorismo árabe ha empujado a millones de israelíes que hace no mucho tiempo estaban dispuestos a apoyar a dirigentes más visionarios y corajudos.
Alvaro Vargas Llosa es director del Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y editor de "Lessons from the Poor".
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