La entrega será de 13.400 millones de dólares ahora y, más adelante, 4.000 millones adicionales. Resultan patéticas los razonamientos del jefe del Ejecutivo al sostener que el mercado libre es para situaciones “normales” y que, en esta crisis, no se pueden permitir “quiebras desordenadas” en la industria automotriz. Le falta mucha biblioteca al mandatario. Debería ejercitarse en lo que Frederic Bastiat denominaba el proceso de “lo que se ve y lo que no se ve”.
Bush y sus adláteres ven los problemas de la industria automotriz, pero le dan la espalda a los desaguisados que se crean en los sectores que se ven compelidos a entregar el fruto de su trabajo. Ven los problemas laborales que amenazan con producirse en una industria, pero no ven los desajustes en el mercado de trabajo que se generan debido a la succión de recursos que significa esa transferencia compulsiva y así, sucesivamente, con el mercado del crédito y otros.
En una sociedad abierta es indispensable que se den de baja los activos de quienes hayan recurrido a procedimientos irresponsables o simplemente erraron el camino sobre lo que quieren los consumidores. Los procedimientos que de un tiempo a esta parte ha puesto en movimiento Bush II comprometen severamente el futuro. Agregan problemas a los ya siderales crecimientos de la deuda federal, el gasto público y el déficit fiscal que provocan daños enormes al aparato productivo.
Está actuando de modo similar a Franklin Roosevelt, quien —como lo señalaron Milton Friedman y Anna Schwartz en su célebre historia monetaria de los Estados Unidos— prolongó y agudizó innecesariamente el colapso de los años treinta, originado por los Acuerdos de Génova y Bruselas que abrieron las compuertas al desorden monetario.
En economía no hay magias. Si se pretende esconder errores bajo la alfombra, otros serán quienes pagan por los platos rotos. Para bien del mundo libre es de esperar que se produzca una reacción y se retornen a los extraordinariamente sabios principios de los Padres Fundadores, hoy abandonados en grado creciente en esa gran nación.
El autor es Presidente de la Sección Ciencias Económicas, Academia Nacional de Ciencias, Argentina.