Por Julio Alberto Fleitas
De tanto en tanto, el aprendiz a “dictador perpetuo” venezolano, Hugo Chávez Frías, y su “condiscípulo” del altiplano, Evo Morales, rinden un generoso culto a un “padre ideológico” en común: el dictador cubano Fidel Castro, muy venido a menos en estos últimos tres años.
El primero ha asegurado en innúmeras ocasiones que la fuente de inspiración de su “Revolución Bolivariana” y del “Socialismo del Siglo XXI” es el “modelo” que el 31 de diciembre último cumplió 50 años de dura existencia.
Yo diría de absoluto fracaso. La revolución cubana, con Fidel Castro a la cabeza, triunfó en 1959 dando comienzo (supuestamente) a un ideal construido sobre los principios de “igualdad de clases”, “reparto de bienes” y “justicia social”. Medio siglo más tarde, ¿qué queda en la sociedad cubana? Carteles con consignas revolucionarias siguen proliferando a cada paso: “Patria o muerte”, “Este país no podrá ser sometido”, “Vamos bien”..., en una isla donde no existe la publicidad y donde los espacios más visibles de carreteras, calles y edificios siguen siendo ocupados por emblemas políticos.
Los mensajes son los mismos que hace 50 años, pero basta con observar la rutina diaria de sus 11.200.000 habitantes para darse cuenta de que, sobre el terreno, la realidad es otra. Cinco décadas después del “triunfo” de una revolución que cambió su historia, los cubanos están divididos. Ideológicamente y, sobre todo, económicamente.
La división de clases es patente en la Cuba actual, y se agrupa en dos categorías bien definidas: los que tienen acceso a la divisa y los que no. O sea, los que trabajan cerca del turista o tienen familiar en el extranjero que les aprovisiona, y los que deben vivir de un trabajo que les deja una media de 408 pesos cubanos al mes, equivalentes a unos 10 dólares (alrededor de 50.000 guaraníes). Los primeros ya cuentan con televisores, DVD, mp3 y ordenadores, auténticos “objetos de culto” desde que el Gobierno liberase su venta a comienzos de 2008.
Los segundos hacen cuentas para adquirir productos de primera necesidad, y casi nunca les salen. Y es que los bienes que se ofertan en divisa -en la isla circulan dos monedas, el peso cubano y el convertible, divisa asociada al turismo en la que deben pagarse muchos productos, como los de higiene- tienen un precio similar al de Europa: cerca de tres euros por un litro de leche (aproximadamente 18.000 guaraníes), unos cuatro euros por un champú. Y eso cuando el sueldo mensual lo tiene difícil para superar los 10.
Teniendo en cuenta el salario, son muchos los cubanos que prefieren no trabajar. El 20% de la población de La Habana está desempleada y optan por buscar el dinero del turista. De ahí que, aunque parezca increíble, en la Cuba de 2009 sea más que habitual encontrar a un neurocirujano trabajando como taxista o que el camarero que sirve en los hoteles esté licenciado como ingeniero: una propina puede igualar en un minuto el sueldo que le correspondería por su titulación.
Esto significa que Chávez, Morales, Correa (en Ecuador) y Ortega (en Nicaragua) -con los que lamentablemente Fernando Lugo simpatiza- han engañado a sus respectivos pueblos, tratando de imponer una revolución cuya “fuente de inspiración” ha comenzado a dar giros casi radicales hacia una economía capitalista y de mercado.
Por nuestra parte, esperemos que en el 2009 la sociedad civil y los poderes del Estado puedan encontrar las sendas correctas de manera a establecer los cimientos sobre los cuales empecemos a construir un país más próspero, con menos pobreza (material, mental y espiritual), y con mayores oportunidades para todos.