Por Fernando Herrera
Durante la fase expansiva de la crisis económica actual, muchas industrias incrementaron su capacidad por encima de las necesidades reales de los ciudadanos. Digamos que se hincharon con la burbuja. Entre ellas destacan, por supuesto, los servicios financieros, la construcción y la automoción. Aunque no son ni mucho menos las únicas en haberse expandido en exceso, sí son las más prominentes.
Por la misma razón, el objetivo de estas líneas es ilustrar de forma material lo que significa todo ello, siguiendo el ejemplo de los coches, que es mucho más fácil de entender, aún siendo exactamente el mismo fenómeno.
En la fase expansiva, todo el mundo puede acceder fácilmente a dinero. Los bancos daban crédito a quien se lo pidiera, sin reparar demasiado en la posibilidad de recuperar el dinero prestado. En estas condiciones, mucha gente comenzó a adquirir coches: algunos que nunca hubieran podido comprarlo con su renta, lo hicieron; otros compraron coches de una gama superior a la que se podían permitir y otros renovaban el coche con más frecuencia.
Lo cierto es que se disparó la demanda de coches tanto en cantidad como en calidad. Los fabricantes reaccionaron de dos formas: subiendo los precios para ajustar oferta a demanda, y ampliando su capacidad de producción, para en el medio plazo ser capaces de atender toda la demanda. Esta ampliación exige inversiones en capital y también contratación de trabajadores.
Se compraban muchos coches y se fabricaban muchos coches. Los fabricantes hacían mucho dinero, y la gente disponía de buenos vehículos.
Pero un día las cosas cambiaron, por las razones que sean. Desde ese día, la gente ya no quiere tantos coches. Al menos, no los quiere a los precios actuales. De repente, los fabricantes se encuentran con un montón de trabajadores y de inversiones, especializados en hacer algo que la gente ya no quiere que hagan.
Nos guste o no, todos los señores que viven de hacer coches, están haciendo algo que sus conciudadanos no demandan, y por lo que no quieren pagar. Y los fabricantes se encuentran con unas máquinas y unas fábricas inútiles. La gente demuestra con su demanda que no sirven para nada.
Es obvio para cualquier persona razonable que se han de dejar de fabricar coches, que todo el esfuerzo y dinero metido en ellos, ya no se valora. Y que esta gente estaría mejor, no sé, fabricando pasteles, o preparando hamburguesas, porque eso es lo que ahora quiere la gente. Igualmente, esas fábricas y esas máquinas deberían dedicarse a cosas más útiles, si es posible, o dejarse abandonadas.
Quien tiene en su casa un trasto, procura no perder el tiempo con él ni gasta más dinero en su mantenimiento. Lo que hace es tirarlo a la basura. La sociedad tiene ahora muchos trastos, entre ellos, muchas fábricas de coches.
Y, sin embargo, los dueños de las fábricas reaccionan pidiendo dinero al Gobierno para sobrevivir esta época, que pretenden pasajera. No entienden el mensaje que les estamos dando: que no queremos más coches. ¿Puede que en el futuro volvamos a quererlos? Eso nadie lo puede saber.
Así que con esas ayudas lo único que pretenden es obligarnos a seguir comprando algo que ya no queremos, de forma que puedan rentabilizar sus inversiones equivocadas, y mantener a gente trabajando en algo inútil. Como la situación es obviamente insostenible, seguirán pidiendo nuestro dinero al Gobierno para sostener su actividad improductiva. Y así seguirán hasta que el Gobierno se la niegue, y, por fin, desaparezcan liberando todos sus recursos para que se puedan dedicar a servir de verdad a la sociedad.
Porque, y esto es lo importante, la crisis no es pasajera. La crisis no se va a pasar como se pasan las tormentas o las pájaras de los ciclistas. Esta crisis es económica, no es un fenómeno natural, y sólo se pasará cuando las actividades improductivas cierren, y sus recursos se dirijan a cosas útiles.
No nos den más coches, por favor.