Por Alberto Benegas Lynch (h)
Era un tarde muy calurosa pero el recinto estaba bien refrigerado. Los dos colegas hacia rato estaban enfrascados en un debate sobre el libre albedrío y el determinismo físico. Reproduzco el segmento pertinente.
Son muchas las disquisiciones que se pueden formular sobre la sociedad abierta pero si no se entiende que el hombre no está condicionado o determinado por los nexos causales inherentes a su estructura corporal, la idea de la libertad se convierte en una mera ilusión y, por ende, no hay tal cosa como la responsabilidad individual, la moral, ni siquiera la argumentación propiamente dicha.
No comparto esto último, puede existir argumentación en un mundo determinista del mismo modo que ocurre en el supuesto del libre albedrío.
Esto no es así ya que la argumentación supone una mente independiente de nexos causales que obligan al hombre a pronunciarse de tal o cual manera según el condicionamiento, lo cual hace que lo dicho sean meros actos reflejos pero no una argumentación. En realidad, el pensamiento, el razonamiento y el conocimiento solo tiene sentido si el hombre no hace las del loro, si no está repitiendo algo que sus kilos de protoplasma lo compelen a decir.
Supongamos que eso fuera así ¿por qué partimos de la premisa que otra persona no está determinada? ¿cómo sabemos que no procede como una máquina o un loro más sofisticado?
Es que si se trata de un ser humano hay necesidad lógica del libre albedrío por las razones antedichas.
Pero si el que habla tiene todas las apariencias del un ser humano y resulta que es una máquina disfrazada de hombre.
Entonces supondríamos que es una persona pero en verdad es un aparato que está programado a responder y a decir pero no razona ni conoce ya que no tiene ideas autogeneradas y no puede revisar sus propios juicios más allá de los autocorrectores programados.
Pero no notaríamos la diferencia, entonces ¿por qué no podemos concluir que eso en verdad es lo que ocurre con todos los hombres? ¿cómo puede probar usted lo contrario?
En la expresión “probar” radica la clave. Nada puede probarse si no hay libre albedrío. Las proposiciones verdaderas y las proposiciones falsas son consecuencia de la existencia de un ser libre. Lo físico no es verdadero ni falso, simplemente es. La presión arterial no es verdadera o falsa, es. Si los pensamientos son el resultado de lo puramente físico, es decir, son automáticos y están determinados son manifestaciones o reacciones condicionadas pero no son acciones en el sentido de deliberaciones y decisiones sino opciones necesarias de una máquina programada, es un sistema cerrado, en ese sentido clausurado.
Admitamos que el hombre puede estar determinado y, por ende, nadie puede salirse de esa situación ni saber que no estamos determinados.
Es cierto que no sabríamos eso ni ninguna otra cosa. Seriamos autómatas. Pero esta misma conversación carecería de sentido y todas nuestras indagaciones con la intención de conocer la verdad serian nulas, solo un pasatiempo inconducente o una simulación o impostura ya que la búsqueda de la verdad implica libre albedrío.
No quiero que haga argumentos de autoridad, pero sería de interés informarnos acerca de algunos autores conocidos que opinan del modo en que usted lo hace sobre esta materia.
El premio Nobel en Neurofisiología John C. Eccles, el premio Nobel en Medicina Roger W. Sperry, el premio Nobel el Física Max Plank y el filósofo de la ciencia Karl R. Popper.
Sin embargo, hay otros autores de prestigio que opinan lo contrario, por ejemplo, Sigmund Freud, John W. Watson, Edward O. Wilson y Burrhus F. Skinner, le recomiendo uno de los libros de este último pensador titulado Beyond Freedom and Dignity.
Conozco esos autores, lo único que objeto, por las razones antes apuntadas, es que se pueda hablar con rigor de “pensadores” si de lo que hablamos es de seres compelidos por la estructura molecular de sus cuerpos y no de mentes independientes. Por otra parte, el título del libro que menciona ilustra mi punto.
Debemos admitir que incluso este intercambio de opiniones puede estar determinado en el sentido señalado y que usted está diciendo lo que está determinado a decir y yo a contestar lo que estoy determinado a contestar.
Chesterton con su pluma tan irónica sostenía que si el determinismo físico fuera correcto no tendría sentido siquiera agradecer a nuestro compañero de mesa cuando nos alcanza la mostaza puesto que estaba compelido a proceder de ese modo y, consecuentemente, no tiene mérito.
Bueno, pero quien dice “gracias” puede estar también compelido a manifestarse de ese modo.
Si, pero la palabra “gracias” en ese contexto carecería de toda significación.
Es que, precisamente, la significación no es necesaria en ese contexto.