Por Rudolf Hommes
La pregunta que se está haciendo con más frecuencia es la del título de este artículo: ¿Quién es la candidata o el candidato que podría reemplazar a Uribe?
El periodismo colombiano acostumbra hacer listas de personas para responder a esa pregunta y por eso se cae generalmente en círculos viciosos. No surge gente nueva. Es así como por lo general estas listas desembocan en los Santos, los Lleras, los Rojas, y en personajes de actualidad que van haciendo cola y carrera en los medios.
En esta ocasión, esa metodología no ha producido candidatos vigorosos porque la mayoría de ellos están agazapados esperando a ver.
Los colombianos todavía no tienen claro qué tipo de líder quieren pero sí tienen muy claro que quieren un líder que no puede ser timorato, si van a reemplazar a Uribe. Quizás es oportuno entonces promover una discusión sobre las cualidades que tendrían que tener los candidatos o candidatas presidenciales.
Lo primero que se requiere de ellas o de ellos es que tengan liderazgo. Cuando uno dice que hay que esperar a que surja alguien más y recuerda que, a estas alturas en 2001, muy pocos habían percibido que Uribe podría ser presidente, le responden que los líderes tiene que ser valientes y que si no se han lanzado al ruedo es porque le tienen miedo a él.
Otra característica importante es que no sean blandengues y que claramente estén dispuestas (os) a continuar aplicándole presión militar a los ejércitos ilegales y a las mafias. Pero no calificaría alguien que solamente prometa continuar haciendo lo mismo, porque eso se da por descontado, y el país espera iniciativas que acerquen el país a una paz duradera y a la armonía social.
De particular importancia es que la candidata o candidato entienda que Colombia no es el ombligo del mundo y que ofrezca alternativas para lidiar con el problema del narcotráfico.
La represión de la oferta, por la que Colombia paga un precio excesivo, no ha dado los frutos esperados.
Los márgenes de ganancia son altísimos, alimentan los ejércitos irregulares y propician el caos en el país para que progrese el negocio.
Colombia está en mora de proponerle a la comunidad internacional un "nuevo trato" en la lucha contra el narcotráfico.
Para poderlo hacer tiene que revisar su política de relaciones exteriores y si va a hacerlo con autoridad tiene que presentar una cara limpia. No puede continuar tolerando corrupción en el gobierno ni en la fuerza pública, y demostrar que toma en serio los derechos humanos.
El candidato o candidata tiene que comprometerse con una política de cero tolerancia a las violaciones de estos derechos.
No puede seguir en la tónica de que los falsos positivos no tienen la importancia que se les da, o que quienes los rechazan lo hacen con fines políticos; o decir que a los sindicalistas los matan por colaborar con la guerrilla o por problemas de faldas (o pantalones), o que el señor Vivanco, de Human Rights Watch, es aliado de las Farc.
El compromiso del candidato o candidata con el país tiene que ser de resultados, no de medios. Debe hacer un contrato con el público. Las obras públicas que anuncie tiene la obligación de hacerlas y cumplir con los resultados que propone. Si se compromete a erradicar la politiquería no puede hacer lo contrario.
A la luz de la experiencia de Obama en los Estados Unidos, las mujeres, los miembros de minorías -indígenas y afrodescendientes- y los que generen confianza en un cambio político y social podrían tener muy buena acogida.