Por Manuel F. Ayau Cordón
La pregunta que todos nos hacemos es: ¿Cuánto tiempo va a durar esta crisis? Y, como su duración y sus efectos indirectos dependen de tantísimos factores y hechos que nadie puede conocer y menos evaluar, la respuesta de los expertos es: ¡Quién sabe!.
Lo primero es reconocer que lo que pasó es una colosal asignación equivocada de recursos, de inversiones y de trabajo. ¿Por qué la gente invirtió, trabajó y produjo lo que ha resultado ser equivocado? La respuesta a esta pregunta es importante, porque sin ella no se entiende nada. La gente se guía por los precios de las cosas, de los recursos, del capital, del trabajo, etcétera, para escoger sus actividades. Compara la suma de los precios de lo que va a gastar —sus costos— con los probables ingresos que va a generar, y compara las posibles opciones para escoger a qué dedicar y utilizar sus recursos.
Pero si se distorsionan los precios reales, los cálculos no reflejarán la realidad, que tarde o temprano se impondrá. Los recursos guiados por precios falseados se habrán asignado antieconómicamente: se habrá perdido tiempo, trabajo y capitales en aquellas cosas que, en ausencia de la distorsión, no lo merecían, y no en las cosas que con precios reales hubiesen merecido atención.
Esas pérdidas se van sumando sin poder detectarlo, hasta que, ¡oh sorpresa!, se derrumban las cosas con los efectos colaterales insospechados y en cadena. Ese derrumbe es una crisis. Por ejemplo, la crisis actual fue causada por la manipulación del precio del crédito —los intereses— por el Gobierno de EE. UU., para inducir a la compra de casas, cuya demanda real no correspondía al poder adquisitivo real de los compradores. Las dos gigantescas empresas semiestatales de EE. UU. relacionadas al fomento de la vivienda magnificaron la burbuja, y cuando el precio del crédito —los intereses— aumentó, ya los compradores habían pujado los precios de la vivienda fuera de la realidad. Los precios cayeron, ocasionando pérdidas a los que, confiados en que el Gobierno los salvaría, habían comprado vivienda y cédulas hipotecarias. Etcétera y más etcéteras. Ya toda esta historia es sabida y admitida por las mismas autoridades que la causaron. La crisis consiste en la realización de esas pérdidas ya incurridas y el reencauce de las actividades productivas por rumbos más reales. Y, si se impide el reencauce, la crisis se prolongará en la misma forma que en la década de los treinta el presidente Roosevelt la prolongó por nueve años. Lo que no es evadible es el ajuste.
Se paga caro el no apreciar la importancia de que los precios son reales, en el sentido que reflejan la relativa escasez de los recursos y la demanda real de los productos. No se aprecia que los precios son la forma más eficiente de racionar el consumo, de tal manera que lo que queda desatendido sea de menor importancia de lo que sí es atendido y que, para progresar, la suma del valor que merecen los recursos usados sea menor que el de sus productos. Por medio de precios también se determina la demanda real de todas las cosas y la consecuente producción de las mismas. Podrá darse la impresión de que es un sistema caótico, pero lo rigen ciertas leyes económicas que aunque no es necesario comprenderlas para que funcionen, siempre han existido, aún con las distorsiones empobrecedoras que solo los gobiernos pueden causar.