Se trata de las mismas deudas vencidas en poder de los bancos que el antecesor de Geithner, Hank Paulson, había denominado "activos tóxicos", y que en otros países habían recibido en su momento el nombre de "cartera vencida" (Chile) o "cartera pesada" (México).
Claro que tanto por el tamaño de su propia economía, como por el de los bancos involucrados en el caso, el poder de contaminación planetaria de la cartera tóxica estadounidense es, sin dudas, mucho mayor que el de cualquier otro país. Cosa que ya todos hemos notado, evidentemente.
El plan de Geithner, sensato y con buenas posibilidades de ser exitoso si se instrumenta adecuadamente, puede marcar el punto de inflexión a partir del cual comience la recuperación de la confianza en el sistema financiero global, tan necesaria para que despegue la economía estadounidense.
Y, por cierto, para que con ella también despegue la economía del resto del mundo, dependencia que ineludiblemente deberemos aceptar mientras vivamos en el planeta Tierra. Y mucho más aún si vivimos en El Salvador.
Si bien en su momento el ex secretario Paulson había reconocido la "adicción a los tóxicos" adquirida por el sistema financiero estadounidense, nunca ofreció una propuesta clara de rehabilitación para abandonar las "drogas" en que se habían convertido los complejos instrumentos derivados creados a partir de las hipotecas subprime.
Concretamente, Paulson había dejado tres preguntas vitales sin responder: ¿Qué activos específicamente serían considerados como tóxicos?, ¿qué bancos podrían venderlos? y ¿a qué precios lo podrían hacer? Además, la compra de tales activos tóxicos sólo se haría con fondos puramente estatales.
Por el contrario, el plan del actual secretario Geithner acaba de establecer una hoja de ruta llamada "Programa de inversión público-privado", que no apoya a los bancos sino a los inversionistas que deseen adquirir los activos tóxicos.
Este Programa, que inicialmente dispondrá de 500 mil millones de dólares, tendrá según Geithner tres características fundamentales en su diseño:
1) Aplicará recursos gubernamentales a la inversión, con la intención de propiciar igual comportamiento por parte de inversionistas privados. De tal forma, acertadamente se adopta la propuesta de hace unos meses de Martin Feldstein y Greg Mankiw, ambos profesores de Harvard, de darle eficiencia al rescate mediante la inyección de solvencia que implica facilitar que los bancos reemplacen activos tóxicos por activos monetarios.
2) Garantizará que los inversionistas privados deban compartir con los contribuyentes (quienes al fin de cuentas son los dueños de los recursos gubernamentales) los eventuales beneficios que obtengan. De tal forma luego de la vergonzosa necesidad de socializar pérdidas…, existirá la posibilidad de socializar ganancias.
3) Serán los inversionistas privados, a través de un sistema de subastas, quienes establezcan el precio de los activos tóxicos que compren, evitando de tal forma que el gobierno termine pagando de más, tal como seguramente ocurriría si no participasen inversionistas privados.
Finalmente, Geithner recuerda en su artículo del Wall Street Journal que el compromiso estadounidense de promover la confianza y la estabilidad financiera se remonta a los tiempos de Alexander Hamilton. Algo que quienes gobernaron hasta hace pocas semanas en ese país parecieron haber olvidado.
¿Quién fue Hamilton? El primer secretario del Tesoro de los Estados Unidos, cuya imagen puede verse en los billetes de 10 dólares.
Pero usted se quedó pensando en el partido del sábado. Y si bien fue una lástima que a El Salvador se le escapara sobre la hora un triunfo que parecía asegurado, lo rescatable es que con el impresionante apoyo del público quedó en evidencia la importancia que en el fútbol (al igual que en la economía…) tiene la confianza.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.