Escribo estas líneas con la mente puesta en los últimos resultados electorales donde se instauran autoritarismos a través de las urnas: Ecuador, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Paraguay y, ahora, El Salvador que tal como lo documentó el día de las elecciones en su columna editorial “El Diario de Hoy” de ese país el triunfo es de los comunistas (Argentina ya ha disuelto la noción de República y está en el límite de lo soportable en cuanto al atropello a las minorías). |
Debemos meditar cuidadosamente sobre el tema, antes he escrito sobre el significado y las consecuencias de barrer con el Estado de Derecho a través de una aritmética desbocada y mal empleada pero ahora quiero mirar el asunto desde otra perspectiva. Lo conocí a Robert Nozick, el célebre filósofo de Harvard, cuando tuve el privilegio de dictar junto con el un seminario que, aunque tratábamos diferentes temas, estaba dirigido a la misma audiencia en Claremont College, en California, invitados por Arthur Kemp en 1980. Como es sabido, el libro más difundido de Nozick es Anarchy, State and Utopia publicado en 1974 por Basic Books de New York. En las páginas 290 a 292 de la referida edición de esa obra relata lo que denomina “El cuento del esclavo” sobre el cual me detengo en estas pocas líneas.
El eje central del cuento alude a la degradación de la idea de la democracia, lo cual vemos ocurre en muy diversos lares hoy en día. Es decir, una grotesca burla al espíritu de un sistema establecido para asegurar la alternancia en los cargos de gobierno y cuyo aspecto medular reside en el respeto a las minorías tal como contemporáneamente lo señala Giovanni Sartori en su tratado sobre la materia.
Sin embargo, observamos con alarma y estupor que en nombre de la democracia no solo no se renuevan los cargos ya que las reelecciones con frecuentemente indefinidas, sino que se atropellan los derechos de las minorías. He repetido muchas veces la sabia ilustración que hace de esta degradación Juan González Calderón en cuanto a que los llamados “demócratas de los números” ni de números saben puesto que se basan en dos ecuaciones falsas: 50% más 1% = 100% y 50% menos 1% = 0%.
Nozick desarrolla su cuento del esclavo en nueve etapas. Comienza su reato con un amo que tiene diez mil y un esclavos a quienes trata malamente. Pero henos aquí que poco a poco el amo se va retirando de la escena y va endosando sus ilimitadas facultades a diez mil de los esclavos para que voten sobre todos los asuntos habidos y por haber. Es decir, en esta historia, queda un esclavo fuera del proceso de votación que se le dice que puede participar en las discusiones pero no votar, a menos que haya empate (lo cual nunca ocurre en este cuento).
Al final del relato y transcurridas las nueve etapas, Nozick se pregunta donde en esa secuencia se dejó de establecer un sistema de esclavitud. La respuesta obviamente consiste en que simplemente se transformó la situación de un amo y diez mil y un esclavos a una en la que diez mil amos son dueños de la vida y la hacienda de una persona que sigue siendo esclava (o, como escribe Nozick, el amo se transmutó en uno con diez mil cabezas) . La moraleja de este cuento es que por el hecho de que los amos sean muchos no cambia el sistema de la esclavitud. Emparentado con esta misma reflexión, decía el decimonónico Benjamin Constant que “la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.
En realidad ¿qué importa que la prepotencia, la invasión a la privacidad y el desmembramiento de los derechos provengan de uno o de muchos? ¿Acaso la dignidad del ser humano depende de la aritmética? El derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad son anteriores y superiores a cualquier construcción, diseño y disposición de los hombres. Constituyen parte de las propiedades, características y naturaleza de un ser humano que no pueden ser borrados por ningún decreto.
Este es el sentido del pensamiento de Cicerón inscripto cincuenta años antes de Cristo en su Tratado de la República que he citado en otras ocasiones y que vale la pena reiterar por su punzante actualidad: “El imperio de la multitud no es menos tiránico que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma del pueblo”.
Toda la tradición de pensamiento liberal desde la Escuela de Salamanca en épocas de la escolástica tardía pasando por George Buchanan, Algernon Sidney y John Locke hasta nuestros días se consagra el derecho a la legítima defensa frente al atropello a las libertades individuales por parte de los gobiernos que están supuestos de protegerlas. En esto consiste el silogismo de la Declaración de la Independencia estadounidense tomada como modelo por todas las naciones del mundo libre: 1) que los derechos de las personas son inalienables 2) que la función del gobierno es garantizarlos y 3) cuando el aparato estatal no cumple con su misión específica es la obligación de los gobernados sustituir a los gobernantes.
Este es el espíritu tan declamado por los movimientos independistas latinoamericanos cuyas poblaciones, en gran medida, como ha dicho Juan Bautista Alberdi, “dejaron de ser colonos de la metrópoli para serlo de sus propios gobiernos”. Incluso es trascendental prestar la debida atención a lo que viene ocurriendo en Estados Unidos y, en ese sentido, atender a lo que se preguntaba y respondía David Starr Jordan quien fuera Presidente de Stanford University de 1891 a 1913: “¿Cuánto durará esta República?. Mientras se mantengan las ideas de los Fundadores”. Hoy que se habla tanto de que hacer con los “activos tóxicos” de empresas fracasadas debemos percatarnos que todo el problema nace y se propaga por las políticas tóxicas de gobernantes entrometidos en los negocios particulares.
Dado lo que viene ocurriendo en distintos países en estos momentos -fruto de una oceánica irresponsabilidad, de una ignorancia enciclopédica y de una machacona y alarmante perseverancia- se torna imperioso meditar sobre la pesadilla que describe con tanto realismo Robert Nozick en su escalofriante “Cuento del esclavo”.
Y no solo meditar sino redoblar esfuerzos educativos para la mejor comprensión de los valores de la sociedad libre. Como están las cosas, el esfuerzo no es menor. Todos los que nos venimos desempeñando en la cátedra sabemos que la tarea resulta más ardua si antes de enseñar hay que primero des-enseñar múltiples falacias tejidas en torno al tema abordado, para luego trasmitir conceptos. La acumulación de nociones erróneas está más lejos del conocimiento que la ignorancia lisa y llana.
Independientemente a que nos dediquemos, todos estamos interesados que se nos respete, por ende, todos debemos colaborar en la tarea para que se comprendan los fundamentos de una sociedad abierta. Ortega expresa muy bien el punto en La rebelión de las masas: “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización [...] se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado”.
Es indispensable que todos pongan su granito de arena para la comprensión de las ideas que hacen de dique de contención al maremoto totalitario y que abren cauces fértiles al progreso. La actitud pasiva es suicida. Joseph Fabry señala en otro contexto que, frente a la vida, no resulta posible adoptar la pasividad que se suele tener frente al televisor. Extrapolar la actitud de observador inmóvil del televidente frente a los acontecimientos que nos rodean solo puede conducir a la asfixia de las libertades. En esta línea argumental, el síndrome del televidente termina con la civilización.
Huston Smith, el gran espíritu ecuménico de nuestro tiempo, cuenta que en sus investigaciones sobre los indios norteamericanos percibió que en sus antiguas tradiciones, mucho antes que apareciera la escritura, cuando se reunían en torno al fuego para celebrar acontecimientos que consideraban de peso, para hacer un buen papel, se esforzaban por retener lo importante y no dar espacio para lo trivial ya que la capacidad de la memoria es limitada y había que aprovecharla en un contexto donde la trasmisión de todo era oral. A raíz de ello dice que, sin desconocer las extraordinarias, maravillosas e ilimitadas oportunidades que brindan las bibliotecas, a veces se corre al riesgo de alterar prioridades y perder perspectiva de lo que es primordial respecto de lo que es secundario.
Para comprender la gravedad del sistema esclavista no es cuestión de acumular información que está ampliamente disponible en la actualidad, sino de tener sentido de la dignidad y el suficiente conocimiento y la consiguiente argumentación para defender la libertad. El mismo Huston Smith lo cita a T.S. Elliot quien se interrogaba acerca de “¿dónde está el conocimiento que se perdió en la información?”.
En la época de las monarquías absolutas una minoría explotaba a las mayorías, ahora son las mayorías las que explotan a las minorías. Pero no hay que dejarse guiar por espejismos numéricos ni encandilarse por aritméticas engañosas, en verdad si se es explotado ¿qué diablos importa cual es el número que esclaviza?. Si mi vida no depende de mis decisiones, como en el cuento del esclavo de Nozick, para nada me alivia saber que son muchos, pocos o uno solo quien dispone a su antojo de mi hacienda. Si nos preguntaran cuándo en la historia la situación ha sido peor en cuanto a la intervención económica del aparato estatal en la vida de las personas, si en pleno siglo xviii o si durante el xx y lo que va del xxi responderíamos esto último debido que el empleo de tecnologías y controles más refinados y sofisticados permiten succionar partes crecientes del ingreso de la gente a favor de la casta gobernante. Y como decía Lenin, cuando el gobierno dispone de la propiedad de la gente dispone de la gente.
En última instancia, la muy justificada y sana preocupación por el establecimiento de contrabando de un moderno sistema esclavista a través del voto nos traslada a reconsiderar los límites al poder y su dispersión vía el federalismo, pero ahora invito a que nos detengamos a considerar un pensamiento de Harry Browne que levanta cortinas de la mente, despeja horizontes, enriquece perspectivas, despliega la imaginación y, sobre todo, aceita andariveles para eventualmente caminar en otra dirección: “El problema no es el abuso de poder sino el poder para abusar”.