Por Carlos Ball
El Nuevo Herald
Viajo a la ciudad de Nueva York desde que tenía cinco años, cuando mi padre inscribió a mis hermanos mayores en un colegio interno en Connecticut porque quería asegurarse de que sus hijos hablaran inglés. Desde entonces, nunca había visto tantos locales vacíos en esa gran ciudad, famosas tiendas cerradas, conocidos restaurantes con mesas disponibles y taxis desocupados. Son claras señales de una profunda recesión económica.