Un principio básico del realismo en diplomacia, consecuente con la noción ahora tan citada del "poder blando", aquel que no es coercitivo, refiere a que son siempre las capacidades las que modelan las intenciones. Cuanto menores sean aquellas, más reducido será el poder de una nación para imponer criterios y mayor su necesidad de negociar. No alcanza con pretender, se necesita el cómo.
La idea se aplica con nitidez al escenario global actual, y específicamente al giro de enorme proporción que está develando la relación entre América latina y Estados Unidos bajo el foco de la cumbre hemisférica de este fin de semana en Trinidad y Tobago. El encuentro parece poner mil años de distancia con el violento y desordenado antecedente de la última edición en Mar del Plata en 2005, con George Bush en el blanco.
Si bien era claro y se confirmó que este encuentro prometía mayores avances políticos que los que apenas mostró la reciente conferencia del G-20 en Londres entre industrializados y las naciones periféricas, lo que se ha comenzado a insinuar en la región es un cambio de enorme profundidad que excede a la cuestión cubana, convertida no casualmente en el principal tema de la cumbre. Conviene observar aquí que el caso de Cuba tiene dos dimensiones que explican ese impacto: la propia, urgente y que motoriza su propio pragmatismo; y el significado que el caso de la isla comunista implica como tema propio para los países latinoamericanos, a despecho de las controversias ideológicas.
La normalización de la situación cubana después de casi medio siglo de un embargo que solo causó calamidades sociales pero escasos resultados para quienes lo promovieron, simboliza la parte que le toca a la región de los cambios planetarios y el primer paso de una nueva geopolítica hemisférica. Esto se debe a que Washington ya no es el hegemón que en gran parte del siglo pasado, pero esencialmente en las dos décadas desde el fin de la bipolaridad tras el colapso del campo comunista, intentó dibujar un mundo a su imagen y semejanza en términos políticos y económicos. Esta mutación es consecuencia de los fracasos militares en el Golfo, pero mucho más debida a la crisis económica global que es, a la vez, resultado y expresión del acotamiento de la mano imperial. EE.UU. saldrá del desastre financiero aún como una potencia líder, pero su influencia será más acotada y se verá obligado a negociar sus estrategias en un espacio definitivamente multipolar, también en la región.
Por ello y por primera vez en medio siglo, Washington retrocede sobre una histórica disciplina anticastrista y se encamina a colocar (sumar) a Cuba bajo la misma luz en la que mantiene sus relaciones con otras experiencias comunistas como China o Vietnam. Eso se advierte, además, por la novedad anunciada por Barack Obama respecto a que los cambios en la isla deberán necesariamente darse de modo gradual y no como una condición inevitable para cualquier acercamiento. Así ha sido el vínculo histórico entre Washington y Bejing.
Es interesante reparar en un comentario que escribió el sinólogo Jonathan Holslag quien afirma que tras la debacle del Consenso de Washington y debido a la mayor intervención gubernamental, EE.UU. coquetea con lo que se podría llamar "el Consenso de Beijing que hace del desarrollo económico la gran meta y prescribe que los estados deben guiar el crecimiento de modo que garantice la estabilidad nacional ... Lo que importa en esta visión no es la naturaleza del sistema político de un país", escribió. "En el ámbito diplomático implica que los intereses nacionales, y no las normas universales, deben impulsar la cooperación".
Cuando ayer la canciller Hillary Clinton se congratulaba de "la apertura" política de La Habana, en realidad estaba reaccionando por primera vez a una insistente declaración de la Cuba de Raúl Castro de dialogar sobre todos los temas y que, 24 horas antes, el presidente de la isla comunista repitió desde Venezuela, haciendo coincidir esos temas (derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos) con la riada que había citado Obama como gestos necesarios. Esta evolución de puro realismo puede estar dando hoy la pauta de las razones que motivaron en marzo el relevo del canciller Felipe Pérez Roque, un halcón que difícilmente hubiera entendido o transitado este sendero.
Cuba también está en un cambio de tremendas dimensiones. Es un error recurrente suponer que a los hermanos Castro les ha servido el embargo para justificar sus políticas y mantenerse en el poder. Ese cepo económico ha generado un duro ahogo financiero y económico, complicado aún más por los estragos causados por los últimos huracanes y las consecuencias de la crisis económica global.
En este presente, el gobierno comunista ha perdido mercados para su níquel debido al derrumbe de la industria automotriz internacional y sabe que el turismo, su principal fuente de ingresos, también irá en reducción mientras se le multiplica el costo que paga por los alimentos que importa. El principal desafío que encara hoy Raúl Castro es generar las condiciones para un ingreso de capitales que el embargo impide y que permita una apertura concreta de su economía. Para eso necesita la distensión con EE.UU. y asumir un lugar muy diferente al que ha tenido hasta ahora.
La región recibió a Obama con una posición elevada y notablemente homogénea. No es poca cosa. El avance en la cuestión cubana es la base para negociar cuestiones más amplias como la ampliación del fondeo del Banco Interamericano de Desarrollo, que depende de EE.UU. y promover el regreso del crédito a la región. El tema urge. El flujo de capitales a los países emergentes será 80% menos este año que lo que fue en 2007, según el Institute of International Finance, que reune a los mayores bancos del mundo.
Copyright Clarín, 2009.
Si bien era claro y se confirmó que este encuentro prometía mayores avances políticos que los que apenas mostró la reciente conferencia del G-20 en Londres entre industrializados y las naciones periféricas, lo que se ha comenzado a insinuar en la región es un cambio de enorme profundidad que excede a la cuestión cubana, convertida no casualmente en el principal tema de la cumbre. Conviene observar aquí que el caso de Cuba tiene dos dimensiones que explican ese impacto: la propia, urgente y que motoriza su propio pragmatismo; y el significado que el caso de la isla comunista implica como tema propio para los países latinoamericanos, a despecho de las controversias ideológicas.
La normalización de la situación cubana después de casi medio siglo de un embargo que solo causó calamidades sociales pero escasos resultados para quienes lo promovieron, simboliza la parte que le toca a la región de los cambios planetarios y el primer paso de una nueva geopolítica hemisférica. Esto se debe a que Washington ya no es el hegemón que en gran parte del siglo pasado, pero esencialmente en las dos décadas desde el fin de la bipolaridad tras el colapso del campo comunista, intentó dibujar un mundo a su imagen y semejanza en términos políticos y económicos. Esta mutación es consecuencia de los fracasos militares en el Golfo, pero mucho más debida a la crisis económica global que es, a la vez, resultado y expresión del acotamiento de la mano imperial. EE.UU. saldrá del desastre financiero aún como una potencia líder, pero su influencia será más acotada y se verá obligado a negociar sus estrategias en un espacio definitivamente multipolar, también en la región.
Por ello y por primera vez en medio siglo, Washington retrocede sobre una histórica disciplina anticastrista y se encamina a colocar (sumar) a Cuba bajo la misma luz en la que mantiene sus relaciones con otras experiencias comunistas como China o Vietnam. Eso se advierte, además, por la novedad anunciada por Barack Obama respecto a que los cambios en la isla deberán necesariamente darse de modo gradual y no como una condición inevitable para cualquier acercamiento. Así ha sido el vínculo histórico entre Washington y Bejing.
Es interesante reparar en un comentario que escribió el sinólogo Jonathan Holslag quien afirma que tras la debacle del Consenso de Washington y debido a la mayor intervención gubernamental, EE.UU. coquetea con lo que se podría llamar "el Consenso de Beijing que hace del desarrollo económico la gran meta y prescribe que los estados deben guiar el crecimiento de modo que garantice la estabilidad nacional ... Lo que importa en esta visión no es la naturaleza del sistema político de un país", escribió. "En el ámbito diplomático implica que los intereses nacionales, y no las normas universales, deben impulsar la cooperación".
Cuando ayer la canciller Hillary Clinton se congratulaba de "la apertura" política de La Habana, en realidad estaba reaccionando por primera vez a una insistente declaración de la Cuba de Raúl Castro de dialogar sobre todos los temas y que, 24 horas antes, el presidente de la isla comunista repitió desde Venezuela, haciendo coincidir esos temas (derechos humanos, libertad de prensa, presos políticos) con la riada que había citado Obama como gestos necesarios. Esta evolución de puro realismo puede estar dando hoy la pauta de las razones que motivaron en marzo el relevo del canciller Felipe Pérez Roque, un halcón que difícilmente hubiera entendido o transitado este sendero.
Cuba también está en un cambio de tremendas dimensiones. Es un error recurrente suponer que a los hermanos Castro les ha servido el embargo para justificar sus políticas y mantenerse en el poder. Ese cepo económico ha generado un duro ahogo financiero y económico, complicado aún más por los estragos causados por los últimos huracanes y las consecuencias de la crisis económica global.
En este presente, el gobierno comunista ha perdido mercados para su níquel debido al derrumbe de la industria automotriz internacional y sabe que el turismo, su principal fuente de ingresos, también irá en reducción mientras se le multiplica el costo que paga por los alimentos que importa. El principal desafío que encara hoy Raúl Castro es generar las condiciones para un ingreso de capitales que el embargo impide y que permita una apertura concreta de su economía. Para eso necesita la distensión con EE.UU. y asumir un lugar muy diferente al que ha tenido hasta ahora.
La región recibió a Obama con una posición elevada y notablemente homogénea. No es poca cosa. El avance en la cuestión cubana es la base para negociar cuestiones más amplias como la ampliación del fondeo del Banco Interamericano de Desarrollo, que depende de EE.UU. y promover el regreso del crédito a la región. El tema urge. El flujo de capitales a los países emergentes será 80% menos este año que lo que fue en 2007, según el Institute of International Finance, que reune a los mayores bancos del mundo.
Copyright Clarín, 2009.