No voy a escribir sobre la vida privada de Tolstoy sino sobre algunos textos e ideas del autor muy poco conocidos y difundidos pero que constituyen aspectos de su pensamiento central en áreas que estimaba medulares. Después de haberse convertido en un novelista famoso en todo el mundo, Tolstoy revisa su vida y su filosofía y comienza a escribir en una dirección en la que condena la violencia de cualquier tipo y bajo cualquier signo. En este sentido, concluye que el la organización social y sus respectivas normas de conducta deben llevarse a cabo por procedimientos voluntarios y no a través del aparato estatal. | ||
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Escribe en el tercer capítulo de su extenso ensayo “La ley del amor y la ley de la violencia” que “La esencia de la estructura estatal es el poder de pocos sobre muchos, la corrupción, las mentiras, la sumisión y la esclavitud” y encabeza el siguiente capítulo con la reflexión siguiente: “Cuando cien personas gobiernan sobre noventa y nueve, es injusto, es despotismo; cuando diez gobiernan sobre noventa, es igualmente injusto, es la oligarquía; pero cuando cincuenta y uno gobiernan sobre cuarenta y nueve (y esto es teórico porque en realidad son siempre diez o doce de esos cincuenta y uno) es enteramente justo, ¡es a libertad! ¿Puede haber algo más gracioso por el absurdo manifiesto de su razonamiento? Y, sin embargo, este razonamiento sirve de base para todos los reformadores de la estructura política”.
Dos años después de terminada su segunda gran novela escribe su libro Confesiones donde declara que siendo muy chico en oportunidad de que su hermano mayor lo encontró arrodillado para los rezos de la noche le preguntó si todavía hacía eso, momento en que se percató que estaba procediendo mecánicamente y que no sentía nada por la religión que le había sido inculcada por sus padres. Mucho después volvió a la religión pero abandonando por completo los dogmas y la vinculación con la Iglesia Ortodoxa oficial. Más aún la criticó severamente por lo que consideraba eran sus vínculos inaceptables con el poder de turno. En su artículo “La Iglesia y el Estado” sostuvo que un gobierno cristiano era tan contradictorio como referirse al hielo caliente y en su ensayo titulado “Un debate de Fe en el Kremlin” se burlaba de los abusos de la Iglesia y del aparato estatal. Sus libros, ensayos y artículos de esta segunda época fueron prohibidos en Rusia por “constituir un peligro para el Estado y la Iglesia”, lo cual era sin duda muy cierto. Tolstoy socavaba, con todo el brillo y la influencia que le otorgaba su pluma, los poderes, las violencias y los privilegios de aquellas instituciones. Fue posteriormente excomulgado.
En su libro de 1894 The Kingdom of God Is Within You del que la University of Nebraska Press ha realizado una edición especial para celebrar los cien años de la publicación original, Tolstoy explica que todo gobierno se basa en la compulsión ya que los impuestos constituyen una manifestación de violencia y que todos aquellos que pretenden encaramarse al poder son cómplices de esa situación. Escribe en ese libro que “Cuando se dice que si no fuera por el gobierno los malos explotarían a los buenos, se supone que los buenos son los que al momento detentan el poder y los malos son los que están sujetos a ese poder”.
Lamentablemente Tolstoy extrapolaba las dádivas que recibía la nobleza en relación a las entregas de tierras y los saqueos a los que no estaban relacionados con el poder, y también debido a la influencia que ejerció sobre él las lecturas de Henry George en materia de la tenencia de la tierra, es que consideraba injusta la propiedad. Por ello renunció a su título nobiliario heredado, renunció a partir de 1880 a todos los ingresos que provenían de los derechos de autor e intentó entregar al público sus tenencias lo cual fue bloqueado por su mujer y sus trece hijos.
Sus escritos posteriores a La guerra y la paz y a Anna Karenina unen la filosofía cristiana a la renuncia a los procedimientos violentos y adhiere a los arreglos pacíficos y voluntarios entre las personas. Se detiene a considerar lo que estimaba son los incentivos perversos inherentes al monopolio de la fuerza y lo que consideraba la fertilidad y la riqueza que proporciona las vías que espontáneamente las personas eligen para la administración de sus vidas y pertenencias.
De todas maneras, resulta de gran interés consultar el Segundo Epílogo inserto en la primera de las novelas mencionada. Allí describe Tolstoy, por un lado la manía de los antropomorfismos en la historiografía, por otro, la enorme dificultad y los tropiezos inexorables de coordinar múltiples actividades humanas a través del uso de la fuerza y, por último, la maldad presente en los “grandes” personajes de Estado y concomitantes, los directores de hombres y administradores de sociedades, en este caso personificados por Napoleón.
Respecto al primer punto escribe Tolstoy que “Todos los historiadores de la antigüedad emplearon un mismo método para describir la idea aparentemente escurridiza de pueblo. Describían la actividad de los individuos que gobernaban los pueblos y consideraban las actividades de aquellos hombres como representando la totalidad de la nación. La pregunta de cómo esos individuos hacían que las nación actuaran como ellos quisieran y sobre que voluntad se guiaban era respondida por los antiguos sosteniendo que era la divinidad que sujetaba las naciones a la voluntad de los hombres elegidos que lograrían los fines para los que estaban predestinados” Y más adelante dice que “la historia moderna debería estudiar no las manifestaciones del poder sino las causas que lo producen. Pero la historia moderna no ha hecho esto. En teoría rechazaron la visión de los antiguos, pero en la práctica la siguen. En lugar de hombres coronados con la autoridad divina y guiados por la voluntad de Dios, la historia moderna nos ofrece los héroes imbuidos de capacidades extraordinarias de superhombres o simplemente hombres de distintas extracciones desde monarcas a periodistas que conducen las masas”.
En cuanto al segundo punto estrechamente vinculado al primero, señala el autor que constituye una visión trunca de la historia el suponer que los dictados del gobernante son las preferencias de la gente y que la historia de aquellos es la historia de éstos y, además, afirma que no solo los historiadores ignoran cuales son las metas y los propósitos de los llamados líderes, sino que, en definitiva, ellos mismos no saben cuales son las consecuencias queridas y no queridas de sus propias acciones como gobernantes. No conocen “la existencia de una meta conocida a la que tienden las naciones y la humanidad toda”.
Por último, en referencia a Napoleón, en este Epílogo resume su opinión de este modo “ Conquistó a todos en todos los lugares, esto es, mató a muchas personas porque era un gran genio. Y por alguna razón fue a matar a africanos y los mató a tantos, tan bien y del modo más astuto y sabio que cuando retornó a Francia ordenó a todos que lo obedecieran y todos le obedecieron”.
En estos pasajes puede comprobarse que Tolstoy estaba ya incubando un desprecio por el poder y una sensibilidad por la suerte del hombre corriente. Como se ve, critica severamente a historiadores y métodos supuestamente históricos que no realizan la tarea detectivesca y arqueológica de desentrañar las verdaderas razones y los protagonistas reales, en otros términos, en gran medida, nos dice este escritor ruso que “la historia moderna es como el hombre sordo que contesta preguntas que no le han sido formuladas”.