Es ciertamente muy extraño que se le conociera como “de Rótterdam” a quien decía que era un ciudadano del mundo tal como repitieron los estoicos. Aquel que no creía en las fronteras y que indistintamente tuvo por hogares a Cambridge, Roma, Paris, Friburgo y Bruselas, que incluso no recurría al holandés en sus múltiples escritos sino al latín para hacerlos más universales. Un personaje que detestaba todas las manifestaciones del poder temporal vinieran del trono o del altar. El humanista por excelencia que subrayaba que la cultura no tiene patria ni morada fija. En términos modernos diríamos que era el más anti-nacionalista y anti-xenófobo de los mortales.
|
No solo detestaba al poder político sino que despreciaba en grado sumo a los cortesanos y adulones de la fuerza bruta. En su Elogio de la locura nos dice: “¿Qué os puedo decir que ya no sepáis de los cortesanos? Los más sumisos, serviles, estúpidos y abyectos de los hombres y, sin embargo, quieren aparecer siempre en el candelero”.
Para no repetir acontecimientos trágicos y para no reiterar las partes tristes de la historia, es menester tomar muy en cuenta las reflexiones y pensamientos de quienes nos precedieron y que fueron luces brillantes en la oscuridad. Erasmo fue sin duda uno de los faros más potentes de todos los tiempos. Por eso resulta tan aleccionador y fértil la enseñanza en algunos colegios que pueden eludir las garras de la Gestapo de nuestra época, es decir, los llamados “ministerios de educación” y circunscribir la atención de sus privilegiados estudiantes a los grandes textos. Ninguna mente con un mínimo de curiosidad puede soslayar las magníficas contribuciones de los colosos del espíritu sin sufrir una enorme e irreparable pérdida. Para evitar sorpresas desagradables y sortear dolores de cabeza y para no tener que comenzar de cero, es imprescindible sacar partida de valiosas experiencias ajenas que enriquecen el alma y facilitan la vida.
Este doctor en teología, ordenado sacerdote agustino y preclaro profesor, bibliófilo empedernido de modales suaves y principios firmes, contribuyó a producir la Reforma en la Iglesia, al abandono de la venta de indulgencias y la atenuación de la hoguera y las vidas licenciosas, enfrentando a Papas y Cardenales y proponiendo un Concilio precisamente para conciliar, al tiempo que discutió severamente con Lutero por el tema del determinismo y el libre albedrío.
Sus libros fueron colocados en el Index por los policías del intelecto, incluyendo La daga de Cristo que junto con Paráfrasis del Nuevo Testamento aludían a los aspectos centrales de los Evangelios, además de haber realizado una nueva traducción de la Bilblia con notas muy medulosas. También estuvo en ese catálogo de persecuciones su inocente Adagios en donde analizaba detenidamente ciertos pensamientos como “En el país de los ciegos el tuerto es rey” y “Dios ayuda a quien se ayuda a si mismo”.
Erasmo fue el precursor y a la vez producto del Renacimiento, el ejemplo del pensamiento independiente y un severo e intransigente bastión contra el oscurantismo y la cerrazón mental. Nadie que haya ido a la Universidad de Cambridge, en Queen´s College, puede obviar la visita al estudio y los aposentos que ocupaba el más grande humanista de todos los tiempos.
Escribe en el mencionado Elogio de la locura refriéndose a algunos eclesiásticos que “describen el infierno con tantos detalles y tan a lo vivo que se diría que han pasado varios años en aquella república” y “Después, cuando en la Iglesia cantan los salmos, rebuznando como asnos, repitiéndolos de carrerilla, sin entenderlos, están convencidos de que halagan los oídos de los coros celestiales. Hay también algunos de ellos que explotan su suciedad y mendicidad, pidiendo posadas, carruajes y barcos con gran perjuicio de los demás pobres. Así es como estos hombres mansos, llenos de mugre, ignorantes, ordinarios y descarados pretenden ofrecernos la imagen de los apóstoles [...] Verás también a otros a quienes horroriza el simple contacto del dinero, como si se tratara de un veneno, pero no se privan del vino y de las mujeres”. Y concretamente dirigido a ciertos Papas exclama que “¡Como si los impíos pontífices no fueran los peores enemigos de a Iglesia que, con su silencio, dejan que Cristo quede desfigurado, que lo maniatan con sus leyes de mercenarios, lo adulteran con interpretaciones forzadas y lo yugulan con su vida nauseabunda! [...], los pontífices tan diligentes en la recolección de dinero, delegan en los obispos los trabajos demasiado apostólicos, los obispos en los curas, los curas en sus vicarios y los vicarios en los frailes mendicantes. Y estos, a su vez, los ponen en manos de los que esquilan la lana de las ovejas”.
Es para celebrar con verdadero júbilo que Juan Pablo ii haya patrocinado a los cuatro vientos el ecumenismo y haya pedido perdón en nombre de la Iglesia por la Inquisición, las Cruzadas, la “guerra santa” en América, el criminal tratamiento a los judíos, el caso Galileo y otras barrabasadas de tenor diverso. Precisamente, son estos los temas que molestan y enervan a los fanáticos de hoy quienes miran para otro lado cuando se mencionan estos puntos cruciales.
Hago aquí una digresión para subrayar la cantidad de crápulas que han defendido y defienden el antisemitismo -a veces de modo abierto y otras de modo encubierto- tal es el caso, por ejemplo, del sacerdote argentino Julio Meinvielle quien escribió en su libro Hacia la cristiandad que “el hitlerismo es, por paradoja, la antesala del cristianismo” y en su otro libro, El judío, se lee un paralelo repugnante e inaceptable que solo puede provenir de un felón: “debemos amar a los leprosos, y esto no impide que se los aísle para evitar la contaminación”. Afortunadamente, hay otros sacerdotes que han dejado testimonio de humanidad, por ejemplo, el del padre Edward Flannery en su meduloso y muy documentado Veintitrés siglos de antisemitismo donde se consignan las canalladas de todas las vertientes de judeofobia.
Es de esperar que estas actitudes inaceptables de los energúmenos negadores de aquellas atrocidades a las que se refería Juan Pablo II se vayan disipando con el tiempo, entre otras cosas, con la ayuda de la atenta lectura de las obras de Erasmo.