Washington, DC—A nadie que haya hablado con el Presidente colombiano Alvaro Uribe puede sorprenderle que el Senado haya aprobado el referéndum constitucional que le permitiría ser candidato en 2010. El mandatario está convencido de que la Presidencia sigue siendo su destino.
Subsisten algunos obstáculos institucionales, en especial la Corte Constitucional, pero es muy probable que la decisión la tengan que tomar los colombianos en las urnas. La ley exige una participación electoral de 25 por ciento, casi los mismos votos que reeligieron al mandatario en 2006. Por el bien de Colombia, espero que los votantes colombianos detengan a Uribe, el Presidente más exitoso de su generación.
No tiene excusa para volver a postularse. Hay muchos candidatos, incluido su ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, perfectamente capaces de preservar las actuales políticas, orientadas a combatir al terrorismo marxista y generar un clima propicio a la inversión privada. El argumento que usó la vez pasada –que el progreso podía ser revertido porque el enemigo aún era poderoso— ya no es válido. Los términos del conflicto colombiano han sido invertidos: ahora son las FARC, no el Estado y la sociedad civil, quienes se baten en retirada. La economía, dolida por la recesión mundial, está mucho mejor que antes. Cualquiera que pretenda reemplazar al Presidente actual se verá forzado por una masa crítica de colombianos a abrazar la “seguridad democrática”, la inversión privada y el comercio libre.
Pero la verdadera razón para detener a Uribe tiene poco que ver con consideraciones utilitarias. Está en juego un principio fundamental de civilización: el Estado de Derecho. Lo que Uribe intenta hacer es lo que la mayoría de gobernantes latinoamericanos hicieron desde la Independencia y lo que los populistas hacen todavía. Su archirrival venezolano, Hugo Chávez, es ya un candidato vitalicio. El boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa cambiaron la Constitución en beneficio propio; el nicaragüense Daniel Ortega y el hondureño Manuel Zelaya pretenden hacer lo propio.
Nunca nadie acusó a estos personajes de encarnar el Estado de Derecho. Pero Uribe hizo del Estado de Derecho la columna vertebral de su gobierno. Muchas de las feas verdades de la sociedad colombiana –el vínculo umbilical entre los paramilitares y la élite, los abusos de los militares, la corrupción originada en los narcodólares—han salido a la superficie gracias a políticas que facilitaron la intervención de las instituciones de la Justicia en lo que antes estaba más allá de su alcance y gracias a que, a diferencia de Hugo Chávez, Uribe no ha enviado periodistas al exilio o arrebatado medios de comunicación a sus dueños. Sometiendo a la Constitución a los vanos caprichos de la Presidencia, Uribe deshace todo lo que hizo por su país.
El problema de América Latina nunca fue económico: fue político. La ausencia de prosperidad general es hija de la debilidad de instituciones que no limitaron el poder de los mandones ni protegieron las libertades y posesiones de la gente. A fines de los años 40´, Mariano Ospina Pérez, un antecesor de Uribe, gatilló una guerra civil que costó doscientas mil vidas precisamente porque se creía superior a la Constitución. En México, el reino de Porfirio Díaz, justificado por intelectuales de la escuela “positivista”, de inspiración francesa, que creían que la dictadura aceleraría el progreso, condujo a la Revolución mexicana: una masacre de un millón de personas. Los “positivistas” brasileños que gobernaron el país tras la caída de la monarquía a fines del siglo 19 convirtieron al Ejército en la institución dominante…y luego abrieron las puertas del poder a Getulio Vargas, populista inspirado en la fascismo.
Estos angelitos, y otros como ellos, tenían una cosa en común: la incapacidad de entender que el progreso no viene de torcer la ley para amoldarla al proyec to social o la megalomanía de un líder, por admirable que sea su proyecto y por justificada que esté la buena opinión de sí mismo.
Los partidarios de Uribe creen que su triunfo ha sido la casi derrota de la izquierda marxista en Colombia. Su verdadero triunfo ha sido el avance del Estado de Derecho en muchas áreas; la casi derrota de los marxistas fue consecuencia de ese avance. Si Uribe sigue adelante con el referéndum y lo gana, el Estado de Derecho habrá sido derrotado y sus enemigos marxistas habrán arrancado una victoria a su derrota.
Alvaro Vargas Llosa es Académico Senior del Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y editor de "Lessons from the Poor".
(c) 2009, The Washington Post Writers Group