Por Manuel F. Ayau Cordón
Cuando usted quiera oponerse a algo, sin tener que dar razones o argumentos, diga que está de acuerdo, pero que no es el momento. Así evita tener que refutarlo, pues ¿acaso no está de acuerdo? Y, además, suena como muy prudente. Este es un viejo truco muy efectivo.
En definitiva, quien no quiere cambiar un sistema es porque está contento con el sistema actual.
Todo sistema político y económico, por más malo e injusto que sea para el país, a más de algunos beneficia, aunque cause daño a la mayoría. Y a quienes se benefician del sistema imperante no les interesa cambio alguno.
En todas partes podemos ver cómo es que los malos sistemas perduran. Ello se debe a que el beneficio está concentrado en pocas personas y, por consiguiente, en lo individual resulta de magnitud importante. En consecuencia, les resulta rentable organizarse e invertir recursos humanos y económicos para conservar el estado de cosas. Entre tanto, los damnificados son muchos, están dispersos y, por consiguiente, el daño individual es pequeño y no les es fácil organizarse ni rentable invertir recursos para defenderse.
El caso explica por qué han perdurado los sistemas mercantilistas y de compadrazgos que imperan en América Latina, con los nefastos resultados que sus pueblos sufren. No cabe duda de que aun los que se benefician hacen eco lamentando la situación, pero son los primeros que para proteger sus intereses se oponen a todo cambio de sistema.
Otra forma de oponerse a un cambio de sistema sin tener que dar razones lógicas es aseverando que es cuestión de hombres y no de sistema. Lo que habría que explicar es cómo es que sigue fracasando el sistema a pesar de cambiar hombres cada cuatro o cinco años. ¿Dónde están los partidos políticos que hace unos años merecieron enormes aportaciones de dinero para sus campañas electorales fincando sus esperanzas en sus líderes? Han desaparecido, como desaparecerán los que lleguen a gobernar con el sistema imperante. En cambio, para las mayorías que resultan perjudicadas, el sistema sigue abatiéndoles.
Otra forma de oponerse a un cambio de sistema sin tener que dar razones lógicas es diciendo que el remedio radica en aumentar los esfuerzos en educación, sabiendo que ello siempre suena bien porque sobre educación hay consenso unánime, y nadie se opondrá. Pero es un poco jalado atribuirle los males que se han agravado con el tiempo a esa falta de educación, mientras universalmente se han incrementado los esfuerzos educacionales y la violencia y pobreza aumentan: vemos países cultos y educados, como Argentina, retroceder en términos de bienestar, al tiempo que los esfuerzos educacionales fueron intensificados.
Otra forma de oponerse sin dar razones lógicas es asegurando que una propuesta de cambio provocará otras iniciativas y que se volverá un boomerang, una caja de pandora. En tal caso, habría que conformarse a vivir bajo un sistema que evidentemente produce violencia y pobreza, ¡por el peligro de adoptar uno peor!
Se dice que la situación ya no es tolerable, que hay que hacer algo, pero ¿cuándo es el momento de reformar un sistema que obviamente no produce buenos resultados? Pues el momento es cuanto antes, ayer, de lo contrario se está condenando al país a continuar por el miserable sendero que va.