La mayoría de los líderes latinoamericanos arremetió contra el embargo de 47 años de los EE.UU. a Cuba en la Cumbre de las Américas celebrada a mediados de abril en Trinidad y Tobago. Fidel Castro no había sido invitado de modo tal que discurseó sobre el “bloqueo”—y el Presidente Obama—desde La Habana.
Todo esto nos suena familiar, pero hoy día existe una nueva y significativa peculiaridad. El equipo de Obama, y cambios en la opinión cubano-americana, despiertan la esperanza de que en definitiva podríamos avanzar hacia la finalización del embargo–si finalmente logramos deshacernos de las exigencias y expectativas irrealistas.
El embargo tenía sentido durante la Guerra Fría, pero hoy día carece de él. Gran parte de los estadounidenses y cubanos se oponen actualmente al mismo, incluida la mayoría de los cubanos disidentes en Cuba y los cubano-americanos en Miami. Solamente el Congreso de los Estados Unidos no avanzará aún como un cuerpo unificado, limitado como se encuentra por la inercia y las especulaciones políticas internas. Desafortunadamente, su papel es crítico desde la sanción de la Ley Helms Burton de 1996, que reglamenta el embargo.
El embargo ha fracasado en derrocar a los hermanos Castro, promover la democracia, la libertad, los derechos humanos y la prosperidad en Cuba, y en conseguir una indemnización para los estadounidenses cuyos activos Cuba confiscó hace décadas. Les niega ampliamente a los estadounidenses la libertad de viajar a Cuba, o de comerciar libremente e interactuar de alguna otra forma con los cubanos en la isla.
En las últimas décadas le ha dado a Fidel el chivo expiatorio—nosotros—que necesita para justificar su utopía económica y brutalidad.
Los partidarios del embargo lo ven como una expresión de la indignación moral de los Estados Unidos ante las políticas brutales de Castro. Al limitar el flujo de dólares hacia Cuba les negamos algunos fondos a las fuerzas de seguridad cubanas, sostienen, pero simultáneamente le negamos apoyo para la vida cotidiana al pueblo cubano.
Durante veinte años el embargo apaciguó a la bulliciosa comunidad cubano-americana en Florida, pero hacia finales de 2008 incluso una mayoría de cubano-americanos, según un sondeo realizado por la Florida International University, se oponía a él. No es que los cubano-estadounidenses estén siendo más condescendientes con Fidel, sino que una mayoría finalmente observa o admite que esta política es más perjudicial que positiva para sus propios intereses.
Incluso la Fundación Nacional Cubana Americana (FNCA), por largo tiempo el epicentro del anticastrismo, admitió recientemente que durante muchos años el embargo ha sido “poco más que una pose para propósitos electorales domésticos”.
¿Cuál es la mejor manera de terminar con esta política con un mínimo de confrontación, frustración y dilación?
El único modo de poder mantener un pleno control del proceso es levantando unilateralmente el embargo.
Recientemente el Departamento de Estado elogió la normalización de las relaciones entre Turquía y Armenia. “Ha sido largamente, y sigue siéndolo, la posición de los Estados Unidos de que la normalización debía tener lugar sin precondiciones”, afirmó la declaración. Por lo tanto, ¿por qué no también entre los Estados Unidos y Cuba, donde el dolor por el pasado difícilmente se equipare al de Turquía y Armenia?
¿Es Castro un dictador brutal? Por supuesto, pero sus atrocidades difícilmente sean peores que las de Robert Mugabe, el matón que gobierna Zimbabue, un país con el que tenemos trato.
Pero los Estados Unidos exigen más concesiones de Cuba para el reconocimiento que de cualquier otro país en la historia. En verdad, la Ley Helms Burton es flagrantemente imperialista, siguiendo el espíritu de la Enmienda Platt a la Doctrina Monroe de un siglo atrás, la cual envenenó las relaciones de los EE.UU. con Cuba durante décadas.
Las negociaciones sin precondiciones, a las que Obama dice apoyar, son un buen paso frente a una estrategia profundamente defectuosa. Discusiones informales entre los EE.UU. y diplomáticos cubanos ya están en curso. Si los cubanos pragmáticos, incluido el presidente Raúl Castro, pueden sustituir a las pasiones antiestadounidenses de Fidel, tal vez los Estados Unidos y Cuba puedan elaborar paso a paso un plan para reducir las tensiones y normalizar relaciones.
La administración Obama tuvo a buen comienzo al abandonar las equivocadas restricciones de 2004 de la administración Bush sobre las remesas y los viajes a Cuba, pero luego cayó de inmediato en la trampa de las administraciones anteriores al exigir “reciprocidad”.
Esta parecería ser una exigencia justa y razonable, pero paraliza el juego. En términos prácticos, la exigencia de reciprocidad le otorga a Cuba un veto sobre la política estadounidense, el cual ha sido utilizado antes para poner en cortocircuito a la moderación emergente. Cuba jamás hará concesiones sobre cuestiones importantes siempre que el corazón del esencialmente deficiente embargo siga en su sitio.
El levantamiento del embargo desatará una nueva dinámica y pondrá toda la responsabilidad por las violaciones a los derechos y el fracaso económico cubano allí donde corresponde, llanamente sobre los líderes de Cuba.
Podemos esperar, aunque no garantizar, que el fin del embargo alentará auténticas reformas internas en Cuba. Si podemos garantizar que nos liberará de una política degradante, hipocritica y contraproducente.
Traducido por Gabrieol Gasave
William Ratliff es Asociado Adjunto en The Independent Institute, Investigador Asociado en la Hoover Institution de la Stanford University, y un frecuente escritor sobre temas de la política exterior china y cubana.