El distinguido profesor de ciencia política de la Universidad de Brasilia, David Fleischer, ha escrito tal vez lo que con mejor puntería da en el blanco de la historia de su país. Con profusión de datos y documentación, señala que Brasil ha pasado por cinco grandes etapas en su historia.
En primer lugar el régimen colonial portugués impuesto por la corona desde el siglo xvi. Esto significó que las capitanias otorgadas por el rey eran hereditarias lo cual se traducía en la exclusividad de determinada explotación. En esa situación todos los puertos estaban cerrados a embarcaciones extranjeras ya que solo se podía comerciar con Portugal.
La segunda etapa, siempre explicada por Fleischer, comenzó cuando, en vista del avance de las tropas napoleónicas, en 1808, Juan vi se vio forzado a trasladarse con toda su corte a la colonia americana. En ese caso, tuvo que aceptar el cuidado en la travesía por parte de barcos ingleses y, como contrapartida y de mala gana, se abrieron transitoriamente los puertos de la colonia a otras nacionalidades, lo cual, en la práctica, duró poco. Una vez instalada la corte imperial en su nuevo destino se instauraron férreos controles para consolidar el viejo sistema colonial, ahora desde el lugar de destino. Las exclusividades estatales concedidas a personas y empresas continuó a partir de la independencia de Brasil en 1822 y, como veremos, cubrió la historia aún después de concluido el imperio.
La tercera etapa comenzó con Getulio Vargas en 1930 en la que buena parte de los monopolios fruto de las aludidas concesiones fueron estatizados. La cuarta era se instaló con el régimen militar de 1964 que creó nuevos monopolios estatales y amplió otros (en 1965 se creó el Banco Central, hasta entonces la manipulación del dinero y el crédito estaba bajo la exclusiva jurisdicción del Banco de Brasil). Por último, siempre siguiendo al mismo autor, en la década de los noventa, se convirtieron los monopolios estatales en monopolios privados, volviéndose en los hechos a la ortodoxia colonial, sistema que se mantiene vigente hasta nuestros días, a lo cual se agregan en grado creciente entidades regulatorias gubernamentales.
Irineu Evangelista de Sousa vivó durante el imperio y murió con él en 1889; comenzó desde una situación de pobreza extrema pero dotado de un espíritu emprendedor notable y en el contexto de lo anteriormente comentado tuvo que sortear permanentes luchas y desavenencias con el poder político para establecer sus formidables emprendimientos que se extendieron a Inglaterra, Francia, Uruguay y Argentina donde era considerado uno de los empresarios más serios y responsables de aquellos momentos. Operó principalmente en el área de los ferrocarriles, bancos, industrias navieras y empresas de gas. Fue el máximo responsable de diecisiete empresas con un sistema muy moderno de delegación, descentralización y estímulos monetarios a sus colaboradores según el rendimiento.
No solo debió enfrentar reiteradamente al imperio y sus intromisiones en los negocios sino que tuvo que lidiar con los intereses mezquinos suscitados por la envidia de muchos de sus contemporáneos que creaban situaciones de intrigas y discordias de muy diversa naturaleza con el soporte brindado por los ideólogos estatistas, recalcitrantes y retrógrados de siempre, tal como relata Jorge Caldeira en su magnífica biografía sobre este personaje. Finalmente, como queda dicho, las absurdas regulaciones gubernamentales, sistemas monetarios y bancarios endebles y los aliados y cortesanos del imperio carcomidos por los celos y la envidia lograron que debiera liquidar sus empresas y retronar por donde había comenzado: una casa de comercio, pero habiendo honrado siempre su palabra empeñada cumpliendo con todos los compromisos asumidos, aún a costa de grandes sacrificios. Derrotar a un exitoso era (y es) el cometido de las bajezas del poder y el resultado de las tupidas telarañas mentales de sus sicarios junto con complicaciones inherentes a los negocios y tratativas desgastantes con las burocracias, especialmente (aunque no exclusivamente) como acreedor de gobiernos.
La voluminosa obra de Caldeira proporciona información muy completa sobre la obra de Don Irineu. En el segundo de sus destinos iniciales como empleado de comercio y antes de independizarse, pudo acceder a la biblioteca de su empleador (el escocés Richard Carruthers) donde se familiarizó con autores como Adam Smith, Ricardo, Bentham y John Stuart Mill, a quienes consultaba asiduamente y de modo sistemático en esa formidable y acogedora biblioteca. Esos estudios le abrieron un horizonte completamente nuevo y opuesto a las ideas de la inmensa mayoría de sus contemporáneos. A partir de ese momento escribía y hablaba del significado del interés personal como motor e incentivo para beneficiar a los demás en mercados abiertos y competitivos y, asimismo, sobre los inmensos daños que causan los privilegios y prebendas otorgadas en los despachos oficiales.
También estudiaba diversos aspectos de la ingeniería, la medicina, la química y llegó a escribir y hablar con fluidez varios idiomas: francés, inglés, italiano y hebreo. Tradujo la Divina Comedia al portugués y dejó escrito un libro de poemas. Abrió un salón literario en Rio que funcionaba en el Palacio Sao Cristóvao, asistía frecuentemente a la ópera y presidía las reuniones en el Instituto Histórico. Cuando a regañadientes -como un reconocimiento de los progresos evidentes impulsados por nuestro personaje- Pedro ii le otorgó la distinción primero de Barón y luego Vizconde de Mauá, se diseñó su “escudo de armas” que en lugar de armas resaltaba una locomotora en el plano superior y un buque en el inferior al efecto de destacar las verdaderas causas del progreso.
En términos más generales, lo curioso es que en muchos de los casos de pioneros-empresarios, sus seguidores e incluso familiares no ponderan el significado de los emprendimientos realizados y se concentran en “obras sociales” realizadas, como la instalación de escuelas u hospitales y similares como si fueran sus méritos principales, sin percatarse del enorme beneficio que producen sus inversiones y sus negocios, muchísimo mas profundos y extendidos que las antedichas obras sociales que son realizadas como complemento de las operaciones mercantiles al efecto de contar con un ámbito propicio para sus arbitrajes o, simplemente como parte del salario de quienes colaboran en la empresa y sus familiares.
Para poner ejemplos cercanos, he sentido esta incomprensión manifiesta con mi bisabuelo paterno, Tiburcio, el fundador de la primera bodega argentina y con el abuelo materno de mi mujer, Robustiano Patrón Costas, quien fue uno de los pioneros más destacados en la industria azucarera argentina. En otros casos, ni siquiera el propio gestor de tanto resultado bienhechor fruto de negocios acertados percibe la dimensión y trascendencia de su conducta comercial y actúa con complejo de culpa realizando aquellas obras para justificarse o disculparse ante la sociedad por tanto éxito.
De la idea atrabiliaria del empresario surge lo de “la responsabilidad social de la empresa” como si el haber establecido emporios comerciales e industriales no fuera suficiente responsabilidad y bonanza. Esa concepción torcida apunta a que el empresario pida perdón por sus empresas ya que el lucro no le gusta al resentido y al corto de neuronas ni comprende su extraordinario e inmenso efecto multiplicador en múltiples direcciones. Mientras, se aceptan como naturales los cazadores de privilegios que obtienen mercados cautivos y protecciones de la competencia en los pasillos del poder político a expensas de la gente.
Como ha puntualizado el premio Nobel en Economía George Stigler, muchos de los empresarios prebendarios creen que el aparato estatal es un concubina en lugar de percatarse que es una ramera que actuará según el mejor postor, con lo que lo que al principio podría aparecer como una viveza individual va cerrando una purulenta y pesada capa de privilegios que se transforman en controles cada vez más voraces que terminan por asfixiar a esos “vivos” que, como ha escrito Richard McKenzie, no se dan cuenta que “necesitan de la competencia para protegerse de ellos mismos”. Irineu de Sousa se desenvolvió en un contexto de privilegios e intercambio de favores con el poder de turno y luchó contra esa situación hasta donde sus fuerzas se lo permitieron.
En la medida en que avanzan los aparatos estatales en los negocios privados, tienden a desaparecer los emprendedores-empresarios y son sustituidos por expertos en lobby que, en última instancia, no son más que simples ladrones de guante blanco (y no tan blanco) que operan como lacayos del gobierno del momento. Es de esperar que los esfuerzos educativos operen en la dirección contraria a esta última tendencia al efecto de resaltar la trascendencia de la libertad y la consiguiente independencia que da lugar al progreso moral y material.