La República Oriental del Uruguay ha sido siempre una tierra hospitalaria, especialmente para argentinos en tiempos difíciles. Durante la tiranía rosista en Buenos Aires, dio cobijo a numerosas personalidades que asediadas por las persecuciones se exiliaron tanto en Colonia como en Montevideo. Lo mismo ocurrió durante los gobiernos canallescos de Perón y también durante otros períodos y momentos en los que argentinos buscaron efugio de los barquinazos producidos del otro lado del río.
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Este es un motivo más que suficiente para interesarse en la historia y en la variada suerte de este país que, independientemente de los avatares de su recorrido, está formado en su gran mayoría por gente educada y sumamente cordial (a diferencia de muchos de los bonaerenses que, como escribía Enrique Loncán, del mismo modo que no puede hablarse de los paraguayos sin recordar las naranjas, no puede hablarse del porteño sin recordar al guarango).
Para descifrar esta historia y condensarla en esta versión telegráfica, me he basado en los medulosos trabajos de mis amigos uruguayos Ramón Díaz, Hernán Bonilla, Hana Fischer y las referencias que me proporcionó Pablo da Silveira en nuestras conversaciones en Colonia y en Montevideo. De más está decir que ninguno de ellos es responsable por el apretado resumen que sigue.
Después de la sistemática exacción del nefasto sistema colonial y de reiterados tironeos y trifulcas entre los reinos español y portugués por Colonia, se suscitaron las luchas entre dos de sus vecinos -Argentina y Brasil que desembocó en una guerra entre ellos- para que formaran parte definitiva de sus territorios, después de ello decimos, Uruguay declara su independencia en 1828 a raíz de la mediación del gobierno inglés en el conflicto armado.
En 1830 se juró una Constitución liberal influida por las ideas de librecambio y de libertad religiosa que dejaron las invasiones inglesas de los años 1806-7 a través de diversas manifestaciones culturales, por ejemplo, de la publicación del periódico “La Estrella del Sur” cuyos artículos constituyeron una magnífica expresión de la libertad, beneficios de lo cual pudieron constatar los habitantes que podían adquirir y vender sin restricciones y sin necesidad de recurrir al contrabando que, como había escrito antes Mariano Moreno desde la otra orilla, “subrorga al libre comercio”.
Los artífices intelectuales de la referida Constitución liberal fueron principalmente Jayme Zudañez, José Ellauri, Juan Francisco Giró, Cristóbal Echeverrianza, José Zubillaga, Solano García, Luis Calvo y Santiago Vázquez quienes se basaron en los documentos de la Constitución de Estados Unidos de 1787, la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 de la Revolución Francesa, las Cortes de Cádiz de 1812 y los escritos liberales de la Confederación Argentina. Se inspiraron en Locke, Montesquieu, Benjamin Constant, Jeremy Bentham, Thomas Jefferson y Alberdi. El eje central de esa Constitución de 1830 quedaba consignado en su artículo 144 en el que se leía que “El derecho de propiedad es sagrado e inviolable” lo cual era reforzado con una moneda sólida basada el sistema de patrón oro.
Aquel período sentó las bases de la prosperidad uruguaya, pero las ideas liberalizadoras se fueron revirtiendo a partir del golpe promovido por Lorenzo Latorre que pone fin al gobierno de José Ellauri en 1875 y se instaura el de Pedro Varela. Pero fue durante los gobiernos de José Batle y Ordóñez, el inagurado en 1903 y el finalizado en 1915, donde comienzan a sistematizarse las estatizaciones merced a la influencia intelectual del colectivismo-dirigista de Karl Krause, del positivismo comteano y de la versión degradada de la democracia rousseauniana.
Esta política se exacerbó en grado sumo a partir del gobierno de Luis Batle Berres en 1947 donde se comienza a consolidar el sistema socializante copiado en gran medida del régimen peronista, con lo cual Uruguay, poco a poco, va dejando de ser “la Suiza de América latina”con todo el atractivo que despertaba para los inmigrantes de todas partes del mundo y, lamentablemente, sin solución de continuidad, se enfrascó en una carrera de gasto público siempre creciente, legislación laboral que en definitiva perjudica a los trabajadores, presión tributaria en aumento, sistema jubilatorio que retribuye de modo exiguo y sin relación alguna con las tasas de rendimiento de mercado, empresas gubernamentales y monopólicas, moneda depreciada, una exasperante maraña de regulaciones a todas luces contraproducentes y una adiposa deuda estatal que, en definitiva, convirtieron a ese país en un tercio de burócratas, un tercio de jubilados y un tercio que trabaja con lo que los jóvenes abandonan el país, lo cual hace que, entre los veinte y los cuarenta años, hayan más uruguayos en el exterior que los que se quedan en esas tierras bendecidas por el clima y las bellezas naturales.
Desafortunadamente la historia se repite machaconamente en otros lares latinoamericanos donde, al decir de Juan Bautista Alberdi, se dejó de ser colonia de España para ser colonos de los gobiernos locales. Lamentablemente, con malos o buenos modales, se cambió de dueño. Debido a un fenomenal descuido en la educación de los valores y principios de la sociedad abierta, la reversión fue triste para todos los que queremos y apreciamos mucho al Uruguay. Siempre las políticas que se traducen en desperdicio de capital y en marcos institucionales incompatibles con los derechos individuales, afectan a todos pero muy especialmente a los más débiles.
Sin duda que debe recalcarse que en estos momentos Uruguay ni remotamente ha llegado a los niveles inauditos de irresponsabilidad de Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua (para no decir nada del bochorno de la isla-cárcel cubana). De todos modos, es de desear que en las nobles tierras uruguayas se vuelva a las fuentes con todo el bagaje de las notables contribuciones en pos de la libertad que se han desarrollado desde entonces. Existen trabajos muy meritorios en la actualidad por parte de personas que se ocupan con ejemplar dedicación al campo de la educación que permiten abrigar justificadas esperanzas en el resurgimiento de ese país tan acogedor y generoso.
El que estas líneas escribe ha podido constatar lo anterior en conferencias que pronunció en esas tierras en la Academia de Economía, la Universidad ORT, la Universidad de Montevideo, la Universidad Católica, la Fundación Libertad de Uruguay y con algunas de las personas en las redacciones de los periódicos de “El País”, “El Observador” y “Búsqueda”donde ha publicado columnas y las que trabajaban en Radio Real en Colonia donde condujo un programa de radio (“Pensando en voz alta”). Por otra parte, los partidos políticos, aunque naturalmente dependientes de los resultados de la educación que siempre fija el clima de ideas prevalente, con todas las incomprensiones, dificultades y contratiempos de la época, encuentran entre sus filas a personas consubstanciadas son los valores de la sociedad abierta, lo cual refuerza las antedichas esperanzas.