Washington, DC—Las elecciones de mitad de mandato en Argentina han propinado un golpe demoledor a la Presidenta Cristina Kirchner y su esposo, el ex Presidente Néstor Kirchner, el poder detrás del trono. El apoyo de la pareja no solamente ha quedado seriamente erosionado en la sociedad en su conjunto sino también, lo que tal vez es más importante en un país en el que el peronismo representa toda una cultura, dentro de su propio partido.
El gobierno perdió su mayoría en el Congreso, fue derrotado en los principales distritos electorales, incluidos Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza y Córdoba, así como en Santa Cruz, la provincia de los Kirchner. El ex Presidente, que se postulaba al Congreso, fue vencido por un neófito político, el empresario Francisco de Narváez.
El resultado electoral es la culminación de un proceso que comenzó a gestarse hace algunos años. Los Kirchner, que llegaron al poder en 2003, gozaron de popularidad durante un tiempo. Luego su estilo autoritario y demagógico, y su modelo económico populista, basado en ordeñar a la vaca de la agricultura en un momento en el que la soja atraía una elevada demanda internacional y en redistribuir el dinero entre su vasta clientela, empezó a provocar hastío. La decisión de elevar los impuestos a los agricultores causó una fractura con las bases rurales. Medidas posteriores como la nacionalización de los fondos de pensión y el zarpazo a empresas privadas como Aerolíneas Argentinas ampliaron el resentimiento popular contra los Kirchner. Pronto, decisiones que habían sido populares años antes, como la sustitución del Fondo Monetario Internacional por Hugo Chávez como fuente de créditos financieros para el gobierno argentino, fueron cuestionadas.
El gran interrogante es: ¿y ahora qué? Como me dice el analista y escritor argentino Joaquín Morales Sola, el electorado está señalando un claro giro hacia políticas compatibles con el mercado y contrarias al modelo nacionalista/populista que los Kirchner simbolizan: un modelo que en verdad se había iniciado a fines de 2001, cuando una crisis financiera condujo a una sucesión de gobiernos decididos a deshacer las reformas de mercado de los años 90. Este giro puede interpretarse a partir del hecho de que la mayoría de los dirigentes que resultaron victoriosos en los comicios —el intendente de la Ciudad de Buenos Aires Mauricio Macri, el Vicepresidente Julio Cobos, Carlos Reutemann en la provincia de Santa Fe y el propio Francisco de Narváez— son ex aliados de Kirchner que han denunciado su posición ideológica o críticos de larga data que le han reprochado su cercanía con Hugo Chávez.
Sin embargo, dada la ausencia de una clara definición política de parte de estos dirigentes y la inconsistencia que la oposición ha evidenciado hasta ahora, ni por asomo puede concluirse que Argentina será capaz de iniciar un verdadero proceso de limpieza para desmantelar el modelo peronista y optar por la globalización, una economía de mercado y el retorno a la verdadera separación de poderes.
Como se recuerda a menudo, Argentina fue alguna vez uno de los diez países más desarrollados del mundo: una nación a la que millones de europeos emigraron en masa a fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte imantados por sus instituciones estables y su economía abierta. En algún momento en la década de 1930 todo eso empezó a deshilacharse. En los años 40´, Juan Domingo Perón asumió el poder y consiguió algo que pocos naciones han logrado hacer: “desdesarrollar” —como escribió el periodista Mariano Grondona con acierto— a un país que era desarrollado para los estándares de la época. A pesar de que los peronistas han estado desde entonces dentro y fuera del poder, y de que corrientes muy contradictorias del partido han asumido su conducción en distintas ocasiones, Argentina nunca dejó de ser la nación populista que recreó Perón.
El desafío para quienes obtuvieron esta gran victoria contra lo que hace poco parecía el todopoderoso matrimonio Kirchner no es sólo deshacer la última versión del peronismo: es deshacer más de medio siglo de populismo. Esa, por cierto, será una tarea imposible sin el apoyo de muchos de los propios peronistas, que controlan parte del sistema. Muchos de ellos son críticos de Kirchner pero aún se consideran herederos de Perón.
En la década del 90, un peronista de centroderecha, Carlos Menem, intentó revertir el peronismo con reformas de libre mercado a la vez que seguía reclamando como suyo el manto de Perón. Desafortunadamente, esas reformas no llegaron lo suficientemente lejos y estuvieron teñidas de corrupción; además, hubo un desbocado gasto público y un rígido sistema monetario que colapsó en 2001. Es hora de intentarlo nuevamente y hacerlo bien de una vez por todas.
Alvaro Vargas Llosa es Académico Senior del Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y editor de "Lessons from the Poor".
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