Por Sergio Muñoz Bata
Sorpresiva, como fue su aparición en el escenario político nacional, ha sido la noticia de la renuncia de Sarah Palin como gobernadora del estado de Alaska cuando apenas rebasaba la mitad del período para el que fuera electa.
Aunque en su enredado discurso de la semana pasada Palin evitó especificar las causas de su renuncia, si dejó claro que estaba harta del tratamiento que se le daba en la prensa y en la blogosfera a ella y a su familia; habló de su preocupación por el costo al erario estatal, aproximadamente $2 millones anuales, para poder responder a 15 peticiones pendientes de investigación sobre la ética de su conducta; y dijo que le habían bastado dos años de gobierno para cumplir las metas que se había fijado como gobernadora.
Para algunos observadores políticos esto podría significar que Palin ha decidido explorar la posibilidad de lanzar su candidatura a la presidencia en 2012. Curiosa, sorprendente y arriesgada decisión en tanto que con su renuncia debilita aún más su ya de por sí insignificante historial. Si antes se cuestionaba su experiencia política, ahora también se pone en duda su capacidad de liderazgo.
Si bien Palin es idolatrada por los grupos más conservadores del país, aproximadamente un 37% del electorado, la ahora ex gobernadora es una figura controvertida dentro de su partido y para muchos de sus correligionarios no es, ni remotamente, el tipo de líder que necesitarían para acabar con el monopolio político que por el momento ejercen los demócratas en el ejecutivo y en las dos cámaras del Congreso.
Peor aún, en el pequeño lapso en el que ha tenido los reflectores nacionales, si algo ha mostrado es una notoria incapacidad para proponer ideas que revivan a un partido que está a la baja, y una simplona propensión a repetir lugares comunes con fines populistas. En los círculos republicanos moderados su candidatura no sería apetecible porque su extremismo polariza y divide al país en vez de unificarlo.
Mientras que para los demócratas, asumiendo que en los próximos tres años Barack Obama tenga un mínimo de éxito sacando al país del hoyo en el que lo dejó el Partido Republicano que gobernaba desde el ejecutivo y legislaba con mayorías en ambas Cámaras, la candidatura de Palin en el 2012 sería motivo de regocijo.
Otra interpretación que se le ha dado al enigmático discurso de despedida de Palin es que su intención es seguir activa en el panorama político nacional, ingresando al cuerpo de comentaristas de radio y televisión de extrema derecha que tanto éxito tienen con ese mismo sector del electorado que la convirtió en figura política de estatura nacional. Después de todo, tanto el comentarista de radio Rush Limbaugh como el de televisión Bill O'Reilly han entrado en una cerrada competencia por convertirse en el interlocutor republicano del presidente Obama. Palin podría aspirar a compartir el nicho con cierta ventaja inicial pues es una mujer atractiva y sabe muchos dicharajos de esos que le encantan a un gran sector de la población.
En su estado natal, hay quien asegura que con su renuncia Palin se ha suicidado políticamente. Es posible. Sin duda su decisión acelerará la caída de su popularidad que ya se venía dando de forma precipitada. Su índice de popularidad en el estado bajó de 93% en 2007, a 54% en mayo. El abandono a sus deberes es una muestra de falta de carácter que atenta contra la visión que de sí mismos tienen quienes nacieron en esa península de tan difícil geografía.
Curiosamente, de entre todas las posibles explicaciones sobre su renuncia, la más creíble a mi juicio es que Palin decidió renunciar sin dar explicaciones, siguiendo el consejo de una ''perla de sabiduría popular'' inscrita en un magneto que adorna la puerta del refrigerador en la casa de sus padres y que dice: No des explicaciones: tus amigos no las necesitan y tus enemigos nunca las creerán.
