Por Juan Ramón Rallo
La velocidad del dinero es uno de los conceptos que tiene una mayor raigambre dentro de la ciencia económica. Richard Cantillon o Henry Thornton ya se referían a la "rapidez de circulación" para explicar los movimientos de los precios en función de si la "cantidad de dinero" se movía más o menos veces en una economía.
La finalidad de estos economistas al desarrollar el concepto de velocidad de circulación era, en un principio, refutar las falacias mercantilistas de que la actividad comercial de un país dependía de la cantidad de metales preciosos. Tanto Cantillon como Thornton, el primero un banquero privado, el segundo hermano del gobernador del Banco de Inglaterra, querían demostrar que un volumen minúsculo de metales preciosos permite realizar transacciones sobre un volumen enorme de mercancías si esos metales circulaban con la suficiente rapidez (lo que generalmente sólo sería posible con el incipiente sistema de crédito bancario que Cantillon y Thornton presenciaron).
Obviamente, el análisis de la velocidad de circulación del dinero también iba ligado al estudio de cómo la mayor o menor circulación (esto es, cómo la mayor o menor extensión del crédito bancario) influía a medio plazo sobre los precios.
Hasta aquí podríamos hablar de un uso legítimo y apropiado del concepto. El problema es cuando, bajo la influencia del cuantitativismo y de su mecánica ecuación, tratamos de utilizar la velocidad de circulación como un determinante del valor del dinero.
El valor del dinero, como el de cualquier otra mercancía, depende de su utilidad marginal, esto es, de la intensidad de la demanda sobre la oferta existente. En la ciencia económica actual, incluso entre muchos austriacos, se habla con soltura de "oferta monetaria" pero rara vez se menciona el término de "demanda monetaria". Lo sustancial parece ser cuántas "vueltas" da una cierta cantidad de dinero en la economía y no durante cuánto tiempo el agente económico está obteniendo utilidad de una determinada cantidad de dinero.
Y, sin embargo, lo esencial para un economista que acepte el individualismo metodológico debería ser estudiar cómo las decisiones individuales (que pueden tener muy variadas influencias) afectan a su entorno social. El estudio de la velocidad del dinero se fija en el resultado agregado de las acciones humanas, pero no es capaz de explicar cómo las acciones humanas concretas dan lugar a ese resultado agregado. Al fin y al cabo, lo agregado no es obra de nadie en particular, sino de todos en conjunto; difícilmente, pues, podremos establecer un nexo entre la acción humana individual y las "vueltas" que una determinada cantidad de dinero da en la economía. Es decir, no estamos haciendo ciencia sino metafísica.
Sin embargo, este embrollo tiene fácil solución sustituyendo las reflexiones sobre la velocidad del dinero por el análisis sobre la demanda de dinero. El gran economista inglés Edwin Cannan definió, con acierto, la demanda de dinero no como la cantidad total de transacciones en una economía sino como la demanda de dinero destinada a mantener saldos de caja. Lo explicaba lúcidamente así ya en 1921:
Debemos conceptualizar la demanda de dinero no como la cantidad total de transacciones, sino como la habilidad y el deseo de las personas para mantener saldos de caja, de la misma manera que pensamos en la demanda de casas no como el número de personas que compra y revende o arrienda y subarrienda inmuebles, sino como el número de personas que ocupan las casas. La simple actividad en el mercado inmobiliario –comprar y vender– en cierto sentido sí implica un "incremento de la demanda", pero de la misma forma en que implica un "incremento de la oferta"; ambos fenómenos se cancelan mutuamente.
Dicho de otra manera, la división que hace Keynes de tres fuentes de demanda de dinero (transacción, especulación y precaución) es parcial y errónea. Lo importante no es para qué vamos a utilizar el dinero, sino cuánto tiempo lo mantendremos en caja hasta que decidimos utilizarlo para cualquier propósito. En otro caso, como ya nos advirtió Mises, hablar de demanda de dinero no tendría ningún sentido porque el dinero siempre se encuentra en los saldos de caja de alguien.
En general, y como en cualquier otro bien, un incremento de la demanda de dinero no contrarrestada por un aumento de su oferta supondrá un incremento del valor del dinero (y por tanto una caída de los precios del resto de bienes) y viceversa. Si, por ejemplo, los consumidores aumentan sus saldos de caja para consumir en el futuro (no es necesario que sea ni para especular ni como motivo de precaución), el precio de los bienes presentes tenderá a caer y el valor de las unidades de dinero que no se retengan en los saldos de tesorería aumentará. En absoluto necesitamos, pues, la idea de velocidad del dinero.
Ahora bien, ¿significa esto que todas las reflexiones sobre la velocidad del dinero efectuadas hasta la fecha resultan inútiles y pueden desecharse en nombre de la demanda de dinero? Como suele suceder en economía, empezamos con un problema de enfoque y, a partir de ahí, las ramificaciones suelen ir degenerando, por lo que regresar al origen y separar el grano de la paja no suele estar de más.
En este caso, el economista sueco Knut Wicksell ya se dio cuenta en 1898 de la fuerte relación entre ambos conceptos al sostener que la demanda de dinero es la inversa de la velocidad del dinero. Si un euro cambia de manos cuatro veces en un año (es decir, si su velocidad es 4), entonces significa que ha estado una media de tres meses en los saldos de tesorería de alguien (es decir, su demanda monetaria es de ¼).
En realidad, por tanto, la idea de velocidad del dinero o de rapidez de circulación tal y como la pergeñaron Cantillon y Thornton sigue siendo útil para los propósitos que cumplía. Sin embargo, como he señalado, supone un serio corsé para el desarrollo de la ciencia económica (como siempre lo ha supuesto el abandono del subjetivismo y del individualismo metodológico). No en vano, quienes han estudiado el valor del dinero desde la perspectiva de su velocidad, como por ejemplo Irving Fisher, han tendido a relacionar el valor del dinero con las condiciones del sistema monetario (densidad de población, desarrollo de las comunicaciones, hábitos de la gente...), mientras que quienes han estudiado el problema desde la perspectiva de la demanda, como Charles Rist, Benjamin Anderson o el propio Cannan, han incidido más en las expectativas y en la actitud de los agentes económicos frente al entorno (expectativas de apreciación o depreciación del dinero y de las mercancías), donde también tiene cabida, pero como una influencia más, la estructura del sistema financiero que analiza Fisher.
La diferencia, por consiguiente, puede reconducirse a un cierto entendimiento, pero teniendo presente la suma importancia que tiene usarlas indistintamente. De hecho, como explicaré en un próximo artículo, esta confusión impide comprender en toda su profundidad la realidad económica, en este caso la realidad de la crisis actual. Y es que, como también concluyó Henry Hazlitt hace 41 años: "La teoría monetaria se enriquecería enormemente si el concepto de una velocidad de circulación independiente o causal fuera del todo abandonado. La perspectiva del valor y de los saldos de caja son más que suficientes para explicar todas las cuestiones que giran a su alrededor."