Por Estuardo Zapeta
Demografía es uno de esos temas que ni los políticos, ni los activistas sociales, ni los economistas, ni los ecologistas se atreven a discutir porque, dada la escuela dominante, caen en malthusianismos insensatos unos, y otros en merengues religiosos, que la posibilidad de siquiera acercarnos al tema parece lejana.
Pero yo sí lo quiero tocar desde otros ángulos, el fiscal por ejemplo, o desde la perspectiva de las decisiones individuales, perspectivas más difíciles y controversiales. Los gobiernos, éste y todos, esconden siempre esa relación entre Producto Interno Bruto (PIB) y Crecimiento Demográfico (CD). En Guatemala estamos más o menos en un 2.5% de CD.
Nadie está obligado a tener hijos. Partamos de esa premisa. Y precisamente porque nadie está obligado, tener hijos (reproducirse) se convierte en un privilegio por el cual deberían pagar solamente aquellos que tienen hijos.
Sin embargo, la lógica “redistribuidora” de la conformación sociológica dizque moderna, señala que todos somos responsables (vaya colectivismo) de los hijos que otros, sin consultarnos, han decidido procrear, aún sin haber, por lo menos, compartido el acto procreador, pero ahora endosan los costos de los hijos procreados.
No estoy en contra de la procreación. Estoy, eso sí, contra la lógica de tener hijos para luego endosárselos al Estado, y éste a su vez a socializar los costos de una decisión que en principio es privada y que sólo debería importar a quienes en la intimidad decidieron abrir las piernas.
Pero no, según la explicación socialistoide.
Toda esa escuela de pensamiento necesita más gente porque sobrevive del head-counting —conteo de cabezas— y entre más pobres y necesitadas estén esas cabezas, más necesaria entonces la socialización de costos. Así funcionan también algunas religiones para las cuales la pobreza es una virtud.
Y no sólo eso, sino que en las socializaciones del costo y concentración de beneficios, la irresponsabilidad que se esconde en el estatismo centralizador radica en promover en la gente que tengan hijos, y en cuanto más hijos entonces mejor, porque habrá alguien más —el tributario— que pagará por los costos acumulados de los hijos de otros.
Yo decidí en mi libertad no tener hijos, y no considero correcto que sin causar costos en educación, salud, etcétera., me corresponda a mí tributar para que los hijos de otros que también en su libertad decidieron tener una marimba orquesta de hijos reciban beneficios.
Que los impuestos de salud, educación, y todos esos servicios para quienes tienen hijos los paguen sólo quienes procrean y usan esos servicios públicos. De hecho, he optado por seguros de varios tipos en salud, y por instituciones de educación privadas para no ser carga a los sistemas estatales.
Por eso voy un paso más allá, y sugiero que tanto la educación pública como la salud pública sean pagadas con impuestos que paguen sólo aquellos que tienen hijos utilizando esos sistemas (porque también hay muchos que decidiendo tener hijos los procrearon y han decidido, como yo, no ser carga al sistema estatal y buscan sistemas privados).
He volteado el argumento socialista, y ahora será a cada uno según el número de hijos, y el que no tenga hijos que no pague.