Por Santiago Legarre
Los mensajes de texto son, en sí mismos, obviamente inocuos. Pero en manos de los monos inteligentes, los humanos, los SMS pueden ser casi tan peligrosos como una navaja, pues, aunque no cortan, facilitan la desvinculación y posibilitan la ausencia real de quien aparentemente está presente. Veamos algunos ejemplos.
En la prehistoria, si uno se había citado para almorzar con un amigo, se retrasaba en el camino y resultaba que iba a llegar tarde? llegaba tarde. Después apareció el teléfono celular, y con él la posibilidad de enviar un SMS. "Estoy llegando", algo que en algunos casos es un detalle de amabilidad, pero en muchos otros constituye un eufemismo para decir "llego tarde", sin pedir las disculpas correspondientes. Y si bien el celular permite llamar al amigo que espera, casi nadie lo hace. Se opta por el mensaje de texto, a veces alegando su supuesta economía y siempre ocultando la realidad inconfesable: es mucho más fácil escribir "llego tarde" -o, peor, "no llego"- por medio de un texto, que poner la cara (la voz) y exponerse a recibir el merecido e incómodo regaño.
Los SMS constituyen, además, un motivo de innecesaria distracción. Por caso, ¿es justo que los miembros del Congreso de la Nación estén sometidos a la tentación de mandar un mensajito cuando deberían estar escuchando al orador de turno? El triste espectáculo que presenciamos hace unos años en el Senado de la Nación, junto con un desencantado grupo de estudiantes de Derecho, nos mostró que durante las sesiones la tentación es poco menos que irresistible.
Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato? O, mejor dicho, "el que esté libre de pecado, tire la primera piedra". Es decir: ¿con qué autoridad les pediremos a nuestros políticos que dejen de lado su teléfono cuando deben hacer otra cosa, si nosotros mismos somos expertos en garabatear un mensaje mientras el profesor nos da una clase, en controlar un mensaje mientras damos una clase, en mirar de reojo el celular que acaba de vibrar mientras nuestro hijo nos cuenta su última novedad, en presionar el pulgar sobre un teclado gastado mientras que, con la mano izquierda, sostenemos el tubo del teléfono fijo, por el cual se supone que registramos un nuevo pedido de nuestro jefe??
Viene al caso recordar la antigua ley del merecimiento, según la cual sólo debían gozar de las mejores espadas quienes eran capaces de blandirlas con destreza y justicia. La abundante tecnología, que pone a nuestro alcance tantas herramientas maravillosas, nos puede hacer perder de vista aquel sensato principio, aplicable aquí por analogía. Cuantas más "armas" posea el usuario, y cuanto más refinadas sean, más responsabilidad y prudencia requiere su uso. De otro modo, se dirá con razón que somos "más peligrosos que mono con navaja", aun cuando nuestra navaja sea un celular (o una BlackBerry, o una cámara digital, o Facebook, o un largo etcétera tecnológico).
La solución de fondo en el problema del abuso de los mensajes de texto pasa, sin duda, por la educación del usuario. Mientras tanto, las medidas preventivas -del tipo "a clase sin celular"- y la dieta tecnológica ("durante un rato no mandaré SMS") pueden ser útiles. Porque si no estamos preparados comme il faut , tal vez nos convenga andar por la vida un poco menos armados?