Hace un tiempo estaba dictando un seminario en el distrito federal de México y tuve que redactar apresuradamente un artículo para lo cual los anfitriones amablemente me pusieron una secretaria a mi disposición ya que no había computadora disponible. En el artículo de marras intercalé la expresión “prima facie” frente a lo cual la señorita del caso interrumpió ingenuamente la frase que estaba construyendo verbalmente para precisar como se llamaba mi prima a la que había interpretado yo aludía en el dictado en cuestión. Por las dudas, en esta columna aclaro que tampoco me refiero a mis parientes, sino a la noción que deriva del mundo de las aseguradoras.
Frente a la situación que vivimos en la actualidad se hace más imperativo que nunca comprender la necesidad de estudiar y difundir los fundamentos de la sociedad abierta. Las conversaciones habitualmente giran en torno a los sucesos políticos del momento, pero, como decíamos en un artículo anterior, son meras distracciones del nudo del asunto que consiste en los valores, principios y conceptos que subyacen a esa realidad política circunstancial.
Para revertir a situación cada uno debe dedicar tiempo, recursos o las dos cosas para enmendar los acontecimientos. Y este esfuerzo debe estar dedicado a la educación y al debate de ideas que es lo único que puede cambiar los hechos considerados deplorables. Desde el lado de las izquierdas mucha razón tenía Antonio Gramsci al sostener que ocupándose de la cultura todo lo demás se daría por añadidura.
Lamentablemente muchas veces cuando se expone este punto la respuesta es que lo dicho es para el largo plazo y que no hay tiempo para proceder en consecuencia. Mao Tse Tung, que dista mucho de ser mi autor favorito, con razón apuntaba que “la marcha más larga comienza con el primer paso”. Los pretendidos razonamientos que bloquean o desmerecen las faenas educativas no hacen más que escupir al cielo: sus espejismos de corto plazo están comprometiendo severamente el largo plazo.
Las inversiones en educación (y desde luego no me refiero a lo que hace el aparato estatal con los recursos detraídos de otros, especialmente de los más pobres) constituyen el más potente reaseguro que pueda concebirse para contar con una sociedad civilizada. Del mismo modo que se pagan cuotas para hacer frente a la prima del seguro contra el incendio de la propia vivienda, debería encararse el pago sistemático para asegurarse contra el incendio y consecuente demolición de las conductas civilizadas al efecto de proteger de la barbarie a nuestros hijos y nietos.
Generalmente se mira a los demás como responsables de la incomprensión de temas considerados fundamentales y, consiguientemente, se endosa la responsabilidad a los demás por lo que ocurre. Pero la tarea comienza por la luz que uno pueda poner en la oscuridad. De ahí el proverbio chino “más vale encender un fósforo que maldecir el la oscuridad”. Y aquí viene el asunto crucial: para encender nuestro fósforo tenemos que tener los conocimientos que nunca serán suficientes puesto que siempre nuestra ignorancia será infinita.
Sin duda que la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo son medios sumamente provechosos para que se comprendan las ideas, pero no son los únicos canales. Por ejemplo, un procedimiento fértil para aclararnos ideas, pulir las que tenemos e incorporar nuevos alimentos intelectuales, consiste en reuniones periódicas en un grupo relativamente reducido de personas y discutir un libro bien seleccionado. Por turno cada uno en distintas sesiones expone un capítulo y el resto, habiendo leído lo que se debate, da su opinión y agrega los matices que considere pertinentes. Este procedimiento mantenido en el tiempo no solo proporciona argumentos y riqueza interior sino que hace de efecto multiplicador con las personas ajenas al grupo pero vinculadas de muy diversas maneras con los participantes.
Independientemente del espíritu contradictorio del abate Sieyes, en los prolegómenos de la Revolución Francesa, al escribir sobre los privilegios, consignó que “La prolongada esclavitud de las conciencias ha introducido los más deplorables prejuicios. El pueblo cree, casi de buena fe, que solo tiene derecho a lo que está expresamente permitido por las leyes. Parece ignorar que la libertad es anterior a toda sociedad, a todo legislador; que los hombres no se han asociado más que para defender sus derechos” y continúa refriéndose a “los estúpidos ciudadanos que pagan tan caro para ser insultados”. Es importante tomar en cuenta estas reflexiones, especialmente en momentos en que los autócratas de la hora utilizan malamente a la democracia para perpetuarse en el poder. En este sentido, viene a cuento citar la proclama oficial que transcribe a fuego Miguel Ángel Asturias en su célebre denuncia que aparece en su más conocida ficción (¿ficción?) a los apegados al poder: “Proclamamos que la salud de la República está en la reelección de nuestro egregio mandatario y nada más que en su reelección.¿Por qué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos, cuando a la cabeza de ella se encuentra el estadista más completo de nuestro tiempos, aquel a quien la historia saludará grande entre los grandes, sabio entre los sabios […] Solo imaginar a otro que no sea El [sic] en tan alta magistratura es atentatorio contra los destinos de la Nación”. Semejantes desatinos ocurren abierta o encubiertamente en muchos países hoy. Si queremos despegarnos de esta ciénaga de abusos a las personas y al lenguaje, es menester que se defiendan con solvencia los pilares de la sociedad abierta.
Quien no contribuya a sostener la vida pacífica en base al respeto recíproco no tiene derecho a quejarse de las consecuencias que producen políticas dañinas. Esa contribución se traduce en la indispensable e ineludible prima de la libertad. Como ha escrito Edmund Burke “Todo lo necesario para que las fuerzas de mal se apoderen de este mundo es que haya un número suficiente de personas de bien que no hagan nada”.
Esto es tanto más necesario tenerlo en cuenta debido a lo que ahora ocurre en el otrora baluarte del mundo libre. Barack Obama pretende que se apruebe su programa de medicina socializada, ha designado nada menos que como titular de la Comisión Federal de Comunicaciones a Mark Lloyd, quien declara públicamente que es un admirador de la política estatista de Hugo Chávez en Venezuela por su confiscación de emisoras radiales y televisivas opositoras a su “revolución bolivariana”, y a Van Jones al frente de temas ecológicos clave, un autoproclamado comunista y militante “comunitario” radical, al tiempo que continúa y acentúa las bochornosas medidas de Bush en cuanto a la colosal transferencia coactiva de recursos de trabajadores productivos a empresas y bancos fallidos pero con gran poder de lobby, lo cual ha desembocado en que el défict fiscal se eleve de cinco a trece puntos del producto bruto en solo siete meses de gestión, y una astronómica monetización de la deuda que pone en serio riesgo el futuro del dólar.
La situación actual requiere redoblar esfuerzos al efecto de defender los principios y valores de la sociedad abierta. Lo que en un comienzo podía dar la impresión de un desgraciado y estremecedor accidente por lo de “God damn America” del inaudito asesor espiritual de Obama -el Reverendo Jeremiah Wright- con el paso del tiempo se va tornando en una reiteración peligrosa. Es de esperar que las formidables reservas morales de aquél gran país del Norte reaccionen a tiempo para bien del mundo libre.