No debe haber otra tradición de pensamiento que haya influido más sobre los acontecimientos del orbe que lo iniciado por el decimonónico Marx. Y esto ha sucedido en menor medida en cuanto a la influencia directa propiciada por marxistas. Mucho más ha sido a través del corrimiento en el eje del debate influyendo a otras corrientes de pensamiento consideradas no marxistas e incluso anti-marxistas.
Para corroborar el aserto no hace falta más que repasar el Manifiesto Comunista, escrito por Marx y Engels en 1848. El documento consta de cinco capítulos pero la columna vertebral se encuentra en el tercer capítulo donde los autores exponen los diez puntos para producir el colapso del sistema que ellos bautizaron como “capitalista”.
Veamos estos puntos esbozados en términos modernos y puestos en el contexto de otros de los trabajos de los mencionados autores. Primero el establecimiento de la reforma agraria, no necesariamente a través de la confiscación directa sino vía el establecimiento de gravámenes que logren el cometido. Segundo, introducir impuestos progresivos. Tercero, supresión de la herencia para lo cual no se requiere anunciar su abolición sino que puede introducirse también a través de políticas fiscales que operen en esa dirección. Cuarto, confiscación de la propiedad de emigrados y rebeldes. Quinto, centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco Nacional (léase banca central) con monopolio exclusivo de emisión. Sexto, estatización de los medios de comunicación y transporte en manos del Estado. Séptimo, planificación estatal del agro y las industrias. Octavo, organización de ejércitos industriales (léase sindicatos) sobre la base de afiliación y aportes coactivos. Noveno, reiteración de la intervención estatal en las actividades económicas y, décimo, educación pública y gratuita para todos.
Salvo el cuarto punto que no tiene aplicación, todos los demás se aplican en todos los países del llamado mundo libre. Es decir se adoptan las recetas del Manifiesto Comunista en nombre del anti-comunismo. ¡Vaya paradoja singular!. De este modo es muy difícil combatir a lo que se dice es el enemigo de la sociedad abierta. ¡Vaya torpeza mayúscula!.
También en ese tercer capítulo Marx y Engels escriben hacia donde apunta el objetivo final una vez ablandadas las defensas de la libertad y vencidas las vallas correspondientes. En este sentido, escriben que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”.
El progreso notable hacia este objetivo ha sido proporcionado en gran medida por el fascismo ya que el permitir el registro de la propiedad a nombre de particulares mientras usa y dispone el gobierno (lo cual constituye el aspecto medular del fascismo) ha facilitado la destrucción de la institución de la propiedad sin tener que hacerlo de modo frontal.
Es de gran importancia resaltar que independientemente de las atrocidades cometidas por todos los regímenes comunistas en cuanto a las torturas y matanzas para fabricar “el hombre nuevo”, el sistema es técnicamente inviable tal como lo han explicado numerosos autores. Si no hay propiedad privada, no hay precios, ergo, no hay posibilidad de contabilidad, evaluación de proyectos o cálculo económico. Por tanto, no existen guías para asignar eficientemente los siempre escasos recursos y, consecuentemente, no es posible conocer en que grado se consume capital.
Como también se a señalado en repetidas ocasiones, no es cuestión de falta de información ni de memorias más amplias en los ordenadores sino que sencillamente la información no está disponible antes de la correspondiente acción en el mercado ni siquiera para el propio sujeto actuante respecto de sus conjeturas respecto de procederes futuros puesto que al cambiar las circunstancias deben modificar sus prioridades.
A estos enjambres imposibles de resolver dentro del sistema, se agrega el historicismo inherente al marxismo, contradictorio por cierto puesto que si las cosas son inexorables no habría necesidad de ayudarlas con revoluciones de ninguna especie. También es contradictorio su materialismo dialéctico que sostiene que todas las ideas derivan de las estructuras puramente materiales en procesos hegelianos de tesis, antítesis y síntesis ya que, entonces, en rigor, no tiene sentido elaborar las ideas sustentadas por el marxismo (ni por ninguna otra tradición de pensamiento puesto que no serían las ideas las iniciadoras del cambio). En este sentido, Marx se interroga y responde en el primer tomo del El Capital de este modo: “¿Son los hombres libres para elegir esta o aquella forma de sociedad?. Bajo ningún concepto [...] Las mismas personas que establecen las relaciones sociales en conformidad con la productividad material, producen principios, ideas y categorías como consecuencia de aquellas relaciones sociales [...] Así se explica que la formación de las ideas deriva de las prácticas materiales”.
Esta dialéctica hegeliana modificada pretende dar sustento al proceso de lucha de clases. En este contexto Marx fundó su teoría del polilogismo, es decir, que la clase burguesa tiene una estructura lógica diferente de la de la clase proletaria, aunque nunca explicó en que consistían las ilaciones lógicas distintas ni como se modificaban cuando un proletario se ganaba la lotería ni cuando un burgués se arruinado, como se ha preguntado, en que consiste la estructura lógica de un hijo de un proletario y una burguesa.
Las contradicciones son aún mayores si se toman los tres pronósticos más sonados de Marx. En primer lugar que la revolución comunista se originaría en el núcleo de los países con mayor desarrollo capitalista y, en cambio, tuvo lugar en la Rusia zarista. En segundo término, pronosticó que la propiedad estaría cada vez más concentrada en pocas manos y solamente las sociedades por acciones produjeron una dispersión colosal de la propiedad. Por último, que las revoluciones comunistas aparecerían en las familias obreras cuando todas surgieron en el seno de intelectuales-burgeses.
En este apretado resumen periodístico, cabe mencionar que la visión distorsionada de Marx respecto a la teoría del valor-trabajo dio lugar a la noción de la plusvalía. Aquella concepción sostenía que el trabajo genera valor sin percatarse que las cosas se las produce (se las trabaja) porque se les asigna valor y no tienen valor por el mero hecho de acumular esfuerzos (por más que se haya querido disimular el fiasco con aquella expresión hueca del “trabajo socialmente necesario”). Aunque Marx y sus seguidores se concentran más en la crítica del capitalismo que a describir como funcionaría el sistema que proponen (aunque, paradójicamente, en el documento referido se hacen algunas descripciones halagadoras), estos enfoques condujeron a una versión altamente deformada de las contrataciones laborales pasando por alto el hecho central que los salarios dependen exclusivamente de las tasas de capitalización vigentes y que estas tiene lugar allí donde existe el mayor respeto a la propiedad.
Hay todavía tilingos de la más baja estofa que sostienen que el comunismo es un imposible después de la caída del Muro de Berlín, como si el desmoronamiento de una pared que simboliza el fracaso de un sistema fuera un hecho que obligara a abandonar ciertas ideas para siempre. La historia está plagada de muertes y resurrecciones. Estos distraídos no caen en cuenta que aplican un marxismo al revés al pretender “la inexorabilidad” del abandono del totalitarismo. Pues no, les sugiero que miren en derredor y presten atención a la literatura y los discursos que se publican para percatarse de la renovada fuerza del espíritu colectivista en sus diversas variantes (desde ciertos movimientos ecologistas al comunitarismo y al socialismo del siglo xxi) y que todas apuntan a minar -y en su caso eliminar- la institución de la propiedad privada.