En los últimos tiempos se ha extremado un mayúsculo doble discurso por parte de gobiernos estadounidenses en abierto contraste con los principios y valores sobre los que fue fundada esa gran nación. Son varias las aristas a considerar: cubro ese territorio en mi libro titulado Estados Unidos contra Estados Unidos publicado por el Fondo de Cultura Económica. Ahora quiero centrar mi atención exclusivamente en los casos inminentes de Irán y Afganistán.
Recordemos que fueron lo Estados Unidos los que en 1953 forzaron la caída del gobierno de Mohamed Mossadegh en Irán para instalarlo al Sha al frente de una administración brutalmente dictatorial y que cuando fue derribado por los ayatollahs no pudo siquiera conseguir una visa para ir al país cuyo gobierno lo había ungido con el poder. Recordemos que fueron los Estados Unidos los que en 1980 le proveyeron armas de todo tipo a Sadam Hussein para su invasión a Irán y que luego invadieron Irak bajo la patraña que ese gobierno tenía relación con Al-Quaeda cuando en verdad eran archienemigos con Bin-Laden.
Recordemos que los Estados Unidos armaron y entrenaron a Bin-Laden en su lucha contra la Unión Soviética.
Recordemos que en 1968 prácticamente todos los gobiernos de la comunidad internacional firmaron el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares que consiste en el compromiso de no fabricar armas nucleares y desmantelar las que existieran al momento de firmar el acuerdo. Pues bien, el gobierno de Estados Unidos incumple el tratado y acepta que lo incumplan gobiernos como los de India y Pakistán (y suavemente llama la atención a Corea del Norte).
Ahora se discute la posibilidad de intervenir militarmente Irán “para imponer un régimen democrático” (igual que se hizo con el descalabro de Irak) desconociendo que el prepotente e impresentable Mahomad Ahmadinejad fue electo, a diferencia de aliados de Estados Unidos como Arabia Saudita donde la democracia ni siquiera existe en las formas y la cosmética y, donde además, se encuentran los Wahabi, la secta más radical e intolerante.
Por otra parte, hoy octubre 3 de 2009, Jim Walsh, Director del Programa de Estudios de Seguridad de MIT, acaba de explicar enfáticamente que no hay evidencia alguna que Irán haya desarrollado ni esté en proceso de desarrollar armas nucleares, lo cual confirma las documentaciones producidas oficialmente por Estados Unidos (que se diferencian de los informes de los servicios ingleses que, dicho sea de paso, son los que malguiaron las operaciones con motivo de la aventura militar en Irak).
Ahora se discute el envío de tropas adicionales a Afganistán donde eliminaron a los talibanes para reemplazarlos con un gobierno de la misma calaña solo que ahora financiados con la droga y con el grave riesgo de repetir las tropelías de Irak, en lugar de usar los treinta y dos departamentos mal llamados “de inteligencia” para dar caza a los responsables del ataque criminal a las Torres Gemelas y evitar que se acentúe otro Vietnam.
Es imperioso que recordemos las reiteradas advertencias y consejos de los Padres Fundadores en cuanto a los peligros de librar guerras en territorio extranjero, lo cual sostenían que aumentaría el gasto y el endeudamiento estatal al tiempo que se restringirían las libertades individuales, especialmente las palabras del general George Washington en este sentido.
Prestemos atención a lo dicho por John Quincy Adams como Secretario de Estado de James Monroe: “Estados Unidos no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia para todos. Es el campeón solamente de las suyas. Recomienda esa causa general por el contendio de su voz y por la simpatía benigna de su ejemplo. Sabe bien que alistándose bajo otras banderas que no son la suya, aún tratándose de la causa de la independencia extranjera, se involucrará más allá de la posibilidad de salir de problemas, en todas las guerras de intrigas e intereses, de la codicia individual, de envidia y de ambición que asume y usurpa los ideales de libertad. Podrá ser la directriz del mundo pero no será más la directriz de su propio espíritu”.
Oigamos también al entonces senador por Kentuky, Henry Clay (anteriormente Secretario de Estado de Millard Fillmore): “Por seguir la política a la que hemos adherido desde los días de Washington hemos tenido un progreso sin precedentes; hemos hecho más por la causa de la libertad en el mundo que lo que las armas pudieran hacer, hemos mostrado a las otras naciones el camino de grandeza y la felicidad. Pero si nos hubiéramos visto envueltos en guerras ¿Dónde, entonces, estaría la última esperanza de los amigos de la libertad en el mundo? […] Deberíamos mantener nuestra propia antorcha brillando en las costas occidentales, como una luz para todas las naciones”.
No debería permitirse que una vez más el gobierno de Estados Unidos disimule sus problemas con una operación bélica. Esta administración de Obama fabricó un déficit fiscal que en solo siete meses de gestión pasó del cinco al trece por ciento del PBI, se encuentra en una batalla por la socialización de la medicina, está jaqueado por haber designado asesores presidenciales de extrema izquierda (como Mark Lloyd, actual responsable de la Comisión Federalde Comunicaciones, quien declara abiertamente ser un admirador de Hugo Chávez), desempleo creciente, graves desajustes por los llamados “rescates” (coactivamente con el fruto del trabajo ajeno), colosal monetización de la deuda que deprecia el dólar y, ahora, el fracaso de no haber conseguido que se lleven a cabo las próximas Olimpíadas en Chicago.
Concluyo estas breves líneas con un párrafo escrito hace más de 55 años por Taylor Cadwell en su ficción de cuando EEUU se vuelve socialista: “Siempre había una guerra. Siempre había un enemigo en alguna parte del mundo que había que aplastar […] Denle guerra a una nación y estará contenta de renunciar al sentimentalismo de la libertad […] En los días en que América [del Norte] era una nación libre, sus padres deben haberles enseñado la larga tradición de libertad y orgullo en su país. Sus profesores tiene que haberles enseñado, y sus pastores, sus rabinos y sus sacerdotes. La bandera, en un momento, debe haber significado algo para ellos.
La Constitución de los Estados Unidos, la Declaración de la Independencia: seguramente habría entre ellos quienes recordarían ¿Por qué entonces permitieron que la Constitución se pusiera fuera de la ley? ¿Por qué desviaron sus miradas cuando sus artículos fueron devorados por las ratas? […] Todo empezó tan casualmente, tan fácil y con tantas palabras grandilocuentes. Comenzó con el uso odioso de la palabra seguridad.”