Prestemos cuidadosa atención a la siguiente cita: “se ha traicionado al espíritu en que se hizo la ley, y también a la ley [...] habitualmente hecha por ´expertos´ (un experto: generalmente un hombre que ha dejado de pensar porque ya sabe). Entonces la justicia deja de ser fiel servidora de la humanidad para convertirse en mera rutina; y es así como fracasamos en la democracia, despojados de nuestro derecho a la naturaleza humana [...] El protagonista de ´todos los hombres han sido creados iguales, pero algunos son más iguales que otros´ es llevado por falta de visión a convertirse en una caricatura de sí mismo. No llamemos democracia a esta explotación de ´masología´. Más propio es el término ´masacracia´. Cuando cualquier hombre es compelido a renunciar a su soberanía como individuo ante cierta forma de presión legalizada por parte del gobierno o sociedad o cualquier especie de gangsterismo autorizado, la democracia se ve en peligro de hundirse en el comunismo”. |
Lo anterior está tomado de la obra Testamento de Frank Lloyd Wright, el gran arquitecto que como el mismo declara no era arquitecto ni tenía titulo universitario (había estudiado ingeniería civil en la Universidad de Winsconsin que abandonó en 1888 antes de recibir el diploma, “yo no quería ser ingeniero” explica). Merced a un muy original plano que dibujó en una competenFrank Lloyd Wrightcia a la que se presentó, pudo comenzar a trabajar con “un gris ingeniero militar” pero básicamente “un filósofo” (Dankmar Adler) y su socio, un “joven genio y rebelde” llamado Louis H. Sullivan. La firma Adler & Sullivan estaba construyendo entonces en Chicago lo que “todavía es el mayor espacio para ópera en el mundo” y, en 1893, abrió su propio estudio en el Edificio Schiller y organizó reuniones periódicas con colegas para intercambiar ideas durante almuerzos en un grupo bautizado como “Los Dieciocho”. Con el tiempo Wright fue un precursor en el uso distinto de materiales como el vidrio, el acero, el hormigón, el plástico, la madera, el ladrillo y la piedra, al tiempo que creó diseños nuevos y le dio al arco y al sentido de la escala un significado distinto. En verdad concibió y redefinió “las formas significativas”: a su juicio el cuadrado significa integridad, el círculo infinitud, el triángulo aspiración y así sucesivamente con los planos y las líneas porque “las formas básicas yacen escondidas bajo las apariencias”. Introdujo cambios de envergadura en la profesión puesto que como decía Víctor Hugo “el arte no puede ser repetición”, pensamiento que puede considerarse como el lema de Wright quien cita esta conclusión en repetidas ocasiones. Estima que hay un problema grave en la trasmisión de conceptos en el aula “cuando no se estimula el pensamiento libre e independiente”, cuando es la “agachada y servil perversión por la educación” puesto que se “estimula la mediocridad por medio de la educación en masa”. Ponderaba “la valiente soberanía de individuo” y que “nada pudiera esperarse de mentes de comité o de ningún oficialismo”. Invita a que se “considere que los Estados Unidos de América aparecieron hace 160 años con este mensaje inspirador y único que desencadenó una revolución en cuanto al gobierno: ¡Libertad al ser humano para superarse! Reflexionen que el hombre se convertiría así en la unidad de una civilización por si individual. Vean cuán inspirados y valientes fueron nuestros fundadores”. “La calidad significa individualidad, y es por esa razón difícil [...] Entre un radical y un conformista existe toda la diferencia que hay entre un tendón flexible y un caño para gas. Más todavía, por todo esto, quería yo construir para la ilustre soberanía del individuo y nada de nada para el gobierno” puesto que “La cultura y el gobierno se desagradan mutuamente por naturaleza”. Insistía en la importancia de la aristocracia del talento “no por el privilegio ni herencia, sino verdaderamente suya: la calidad desarrollada desde dentro.” Toma las reflexiones de Lao-Tsé en cuanto a que “la realidad del edificio no consiste en el techo y las paredes sino en el espacio interior”. Repetía que igual que “la libertad viene de adentro” y subrayaba el “valor y la fuerza del espíritu humano”, en la arquitectura lo esencial son los “espacios internos, la luz, la funcionalidad y la decoración confortable”. Creía en la descentralización de ciudades y en habitar del modo más armónico posible con la naturaleza, alejado de “la enorme barricada del hábito urbano”, del “ominoso ruido de pisadas de rebaño” y de “multitudes envasadas en cubículos para trabajar o para ser entretenidas en masa” y viviendas cual “ciudadela de ladrillo que son conventillos”, todo lo cual se traduce en “una forma de homicidio voluntario.” Reniega de la idea del “hombre común” (“Nunca he creído que haya un hombre común”) y afirma que “Cualquier empresa que rebaje el idealismo americano a un nivel abyecto no más alto que el concepto de ´ hombre común´, o bien es comunista o predica alguna baja forma de socialismo que nuestros valientes progenitores temieron.” A pesar de todas estas nociones que provenían, entre otros, de sus lecturas de autores como Thoreau y Emerson, se enojaba con mucho de lo que aparecía en el mercado de la construcción, por momentos como si pudiera endosarse la responsabilidad a ese mecanismo de información en lugar de acentuar sus críticas en la formación axiológica de los sujetos que demandan ciertos tipos de edificaciones. De todos modos, el gran Wright ha sido la antítesis de personajes posteriores como Charles-Edouard Jeanneret, mejor conocido por su denominación profesional: Le Corbusier, quien, a pesar de haber sido un arquitecto muy versátil y por ello de muy diversas calidades en la construcción, tenia puesto su corazón en megaproyectos faraónicos de ciudades centralizadas y diseñadas para regímenes totalitarios tal como lo expone en su libro La cuidad radiante de 1933 que fue muy leído por los jerarcas de la Unión Soviética para quienes trabajó en muchos proyectos (aunque su máxima aspiración -el Palacio de los Sovietes- nunca fue ejecutado porque excedió la megalomanía de los propios jefes comunistas). Planeamientos realizados para resaltar la “grandeza” de gobernantes y, en la práctica, asentar hormigueros humanos para los súbditos con un espíritu igualitario e indiferenciado. Asimismo, contribuyó a la formación del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) en donde se propuso que la Liga de Naciones imponga un tipo de arquitectura universal. Uno de los discípulos de Le Corbusier, Oscar Niemeyer, miembro del Partido Comunista de Brasil, fue quien organizó y coordinó el concurso para la construcción de Brasilia que era el costosísimo capricho preferido del presidente populista Juscelino Kubitschek (concurso que ganó Lucio Costa, también discípulo de Le Courbusier). No son pocos los ensayos profesionales publicados que estiman que aquel proyecto constituye un ejemplo de una ciudad antifuncional con escaso valor estético, que algunos consideran “una anti-cuidad”, “un monumento burocrático inservible” y “un canto al abuso del poder”... más antitético a Frank Lloyd Wright imposible, quien se burlaba de los esqueletos inservibles y aparatosos solo para impresionar al lego. Cierro esta nota con un comentario muy personal y bastante absurdo a propósito de las actitudes dirigidas a impresionar a otros: en una oportunidad, cuando estaba a punto de cumplir siete años, me instalé en el jardín de mi casa de la calle Canning, en un lugar bien visible, en una silla, parapetado tras un libro de regular porte (que todavía conservo como trofeo de mi pobreza teatral), titulado en inmensas letras El mundo en crisis de Leopold Schwarzschild que por supuesto no leía (ni leí nunca, el mismo autor de El prusiano rojo, libro éste que adquirí y consulté décadas más tarde). La maniobra la fabriqué en la esperanza de que ese día amigos que visitaban a mi padre quedaran vivamente impresionados con la precoz curiosidad de un niño armado de semejante mamotreto en vibrante alarde de alta cultura. No se si finalmente alguno de los destinatarios de aquella desopilante función en algún momento se fijaron en el despliegue de marras, pero a mi padre no se le pasó inadvertida la fantochada y después de su reunión me convocó para hacerme ver la insensatez de actuar para el “que dirán”.