Por Alberto Benegas Lynch (h)
Tan difícil es la situación argentina en muy diversos frentes, que al menor signo de un cambio aparecen estruendosos cánticos de victoria por parte de quienes no mueven un dedo para rectificar el problema de fondo: léase el modelo tan compartido de la redistribución coactiva del fruto del trabajo ajeno.
Antonio Gramsci tenía razón en cuanto a que si se trabaja con la suficiente perseverancia en el campo educativo y cultural, el resto se da por añadidura. En este sentido, las izquierdas han sido consistentes mientras los defensores de la sociedad abierta esperan ilusionados que otros les resuelvan los problemas. Miran desde la platea qué ocurre en el escenario, y lo máximo que hacen -como si fuera un acto heroico de proporciones mayúsculas- es repartir boletas de los menos malos el día de las elecciones y comentar acaloradamente los resultados electorales como si hubieran sido actores principales.
De este modo, poco a poco se corre el eje del debate hacia el estatismo, a contramano de los principios y valores alberdianos. Todos critican en la sobremesa, pero no bien terminan se dedican a sus arbitrajes personales dejando espacios inmensos en el terreno educativo y el consiguiente debate de ideas. Sería cómico, si no fuera dramático, observar a estos personajes operar con agendas congestionadas para cubrir sus vacíos existenciales, ir y venir en una siesta de la vida anestesiados respecto de los peligros que se avecinan. Mezcla de complejo de culpa y cretinismo moral, son incapaces de contribuir a recapitular los fundamentos de nuestra Constitución fundadora. Eso sí, se llenan de escarapelas en las fechas patrias sin saber de qué se trata el asunto.
Afortunadamente, hay jóvenes que muy meritoriamente, y muchas veces en situaciones económicas sumamente difíciles, se dedican a estudiar y difundir las bases de la libertad y el consecuente respeto recíproco. Esos casos de trabajo tan noble sin duda constituyen esperanzas fundadas, que es de desear encuentren el suficiente respaldo moral y material para continuar con sus tareas esclarecedoras.
Reflejo
El problema no es el matrimonio Kirchner; el problema son la desidia, la apatía y las telarañas mentales de muchos argentinos. Hoy, lo dicho se refleja en la situación imperante en la Cámara de Diputados: treinta y nueve bloques (veinte unipersonales) en donde dos tercios son abiertamente socialistas o kirchneristas; y el restante, salvo alguna rara excepción, es más o menos redistribucionista y para nada cree en la definición de Juan Bautista Alberdi que resume el espíritu liberal: «¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra». El problema es entonces la suerte de la República; es indistinto quién la juega de Catilina.
Vana ilusión la de aquellos que celebran hoy la pérdida de la mayoría parlamentaria del kirchnerismo sin anoticiarse de que problema de fondo de nuestro país consiste en que desde hace sesenta años se viene produciendo una huida cada vez más acelerada de los preceptos que hicieron de la Argentina una de las naciones más prósperas del orbe hasta que el fascismo hizo su irrupción, primero en los 30, luego mucho más precipitadamente a partir de la década siguiente. Y tengamos en cuenta que el fascismo significa que el aparato estatal permite que se registre la propiedad a manos de particulares, pero, en los hechos, el Gobierno usa y dispone, lo cual convierte en privada la propiedad sólo en el sentido de que el supuesto titular está privado de toda independencia.