Especial para El Instituto Independiente
Cuando la gente se desplaza de sus hogares a un lugar donde alguien pronunciará una conferencia o dictará un curso es porque conjetura que incorporará conocimientos en el contexto de una comunicación personal.
La desilusión es grande si al arribar a destino se encuentra que el fulano con el que esperaban comunicarse lo encuentran parapetado tras el atril y que exhibe literatura en una pantalla de la cual se limita a leer y a intercalar algún comentario. Naturalmente la audiencia piensa que hubiera sido más provechoso que le pasen el material expuesto en la pantalla y las acotaciones del “orador” para ser leídos cómodamente vestidos e instalados en sus propios hogares en momentos disponibles. Habitualmente estos recursos son utilizados en ámbitos en donde la audiencia es cautiva en el sentido de, por ejemplo, funcionarios gubernamentales, ejecutivos de empresas o alumnos que solo buscan títulos en asignaturas obligatorias.
Cuando se desea trasmitir personalmente un mensaje de importancia la comunicación no es interrumpida con la muestra de otras cosas que no sean la relación individual del orador con su audiencia. El contacto visual con las personas a las que se les propone la comunicación resulta esencial en el contexto de un mensaje elocuente, claro, ameno, directo e intercalando unas pocas digresiones y anécdotas al efecto de reforzar el interés en el mensaje central en una secuencia que no supere los cuarenta y cinco minutos de exposición que es el período en el que se mantiene la atención (incluida la recapitulación), antes del período de preguntas.
Hoy en día el abuso de herramientas como el powerpoint hace que aparezca en escena la figura de los presentadores con la pretensión de sustituir a los oradores. Aquellos intermediarios entre el texto y la audiencia suelen exhibir páginas y páginas con aproximadamente cuarenta palabras en cada una que demandan una lectura silenciosa de ocho segundos por caso con lo que habitualmente van más rápido que las lecturas y comentarios del presentador de marras con lo que ocurren superposiciones y confusiones de diversa naturaleza. Estos dos polos de atracción distraen en lugar de reforzar la atención en el mensaje.
El extremo de la necesidad de comunicación personal es la declaración de amor que a nadie se le ocurrirá efectuarla a través de un powerpoint. Si bien la conferencia o el curso no consiste en declaraciones de amor, se suele subestimar la importancia crucial del contacto con cada uno de los integrantes de la audiencia, de lo contrario, como queda dicho, es mejor circular un informe o el material bibliográfico correspondiente.
Edward R. Tufte -profesor emérito de ciencias computarizadas de la Universidad de Yale- parafaseando a Lord Acton subtitula uno de sus artículos de este modo: “Power Corrupts and PowerPoint Corrupts Absolutly” y agrega que no se le ocurre metáfora más desagradable y agresiva que tildar de “bullets” a los diversos ítems que se presentan en la pantalla del aparato en cuestión. Y como decíamos antes, obsérvese que la mayor parte de las audiencias que sufren los powerpoints como sustituto del orador son cautivas y, como ha escrito Ramón Gómez de la Serna “hay tanta gente alrededor de la jaula de los monos que parece que dan conferencias”.
El antes referido contacto visual es de tanto peso en la comunicación entre las personas que en un discurso televisivo se suele colocar un telepromter que se le pasa inadvertido al espectador. En este sentido, no es para nada aconsejable distribuir a la audiencia el texto de lo que se dirá puesto que inevitablemente lo recorrerá y jugará con el material mientras se expone, de la misma manera que por las mismas razones resulta contraproducente sugerir a la audiencia que mantenga sus ordenadores abiertos durante el acto.
Es distinto que el profesor o el conferencista construyan sobre la marcha gráficos, dibujos, series estadísticas o machaquen conceptos en el pizarrón o anotador ya que constituye parte del expositor y su lenguaje corporal y, además, no se trata de un texto, números o cuadros prefabricados y fuera de la producción del momento en que se establece la comunicación. Incluso estos procedimientos se toman como parte de lo que está comunicando el expositor en tiempo real aunque no se entienda lo que está garabateando. Integran el idioma gestual y apuntan a enfatizar el mensaje.
Imaginen los lectores por un instante a Paul Johnson, Mario Vargas Llosa, a Friedrich Hayek o a Max Plank para tomar una muestra de campos de estudio muy disímiles (este último sostuvo que no debían exhibirse símbolos y fórmulas preparadas antes de exponer en una clase sino escribirlas a medida que la lección se iba desarrollando), imaginen digo a estos pensadores valiéndose de un proyector para sus disertaciones ante un público que asiste en la esperanza de recibir comunicación del orador y, en vez, se encontrara azorado por procedimientos que divierten la atención del comunicador hacia otros menesteres.
De más está decir que para nada pretendemos descalificar herramientas tan útiles como el powerpoint y similares para efectuar presentaciones como mostrar fotografías, pinturas, propiedades para vender, gráficos o cuadros estadísticos varios etc. Nos circunscribimos a puntualizar que no debe esto confundirse con el rol del orador en conferencias y equivalentes, lo cual es de una naturaleza radicalmente diferente en la que los asistentes buscan una comunicación personalizada con quien se ubica en el podium y que requiere un esfuerzo mucho mayor por parte del que pronuncia un discurso ante audiencias a las que se anuncia eventos de este tipo. Solamente decimos que no debe pasarse de contrabando un exhibidor y comentador de diapositivas como si se tratara de una conferencia o una clase.
En resumen, el powerpoint y las herramientas equivalentes si bien pueden circunstancialmente ilustrar un punto, no son instrumentos adecuados para utilizar en una conferencia formal y similares (que además invitan a dormitar a raíz de que se bajan las luces para proyectar en la pantalla). La gran ventaja de circular textos y gráficos impresos obviando a los susodichos presentadores es que no se bloquea simultáneamente a todo un equipo de personas, las que pueden consultar el material en momentos distintos y, en todo caso, reunirlos para el período de preguntas y debate sobre el tema estudiado.