El presidente Barack Obama ha sido criticado principalmente por recibir el Premio Nobel de la Paz tan en los comienzos de su mandato que aún no ha hecho nada para merecerlo. Sólo unos pocos comentaristas, incluido el presidente, parecen percatarse apocadamente de la ironía de que el mandatario se encontraba recibiendo el galardón poco después de disponer la escalada de una guerra y mientras proseguía librando otra. Usted podría haber pensado que solamente la escalada hubiera sido suficiente para satisfacer a todas las ojivas nucleares del país; pero para contener la lluvia radioactiva interna de quedar asociado con demasiada paz, Obama, al aceptar el premio de la paz, pronunció un discurso en defensa de la guerra. La mayoría de los conservadores, que por lo general no tienen muchas cosas agradables que decir acerca de Obama respecto de cualquier otra cuestión, aplaudió estridentemente el discurso.
Eso se debe a que la guerra es lo que ha definido al conservadurismo desde que William F. Buckley, uno de los primeros neoconservadores, declaró a mediados de la década de 1950 que si los EE.UU. iban a derrotar a los malvados comunistas, los conservadores iban a tener que aceptar una gobierno más grande. Al movimiento neoconservador moderno le encanta el entremetimiento del gobierno estadounidense en el extranjero y es tenue en su crítica a la intervención gubernamental dentro del país.
Pero otros belicosos de izquierdas, además del presidente Obama, han ganado también el Premio Nobel de la Paz. Teddy Roosevelt, un republicano progresista, recibió el premio pero es uno de los pocos presidentes estadounidenses que realmente consideraba que la guerra tenía efectos positivos sobre la condición humana. Woodrow Wilson lo ganó pero es el hombre que arruinó a todo el siglo 20 al involucrar innecesariamente a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial (los EE.UU. tradicionalmente se habían mantenido al margen de las guerras de Europa) que de ese modo inadvertidamente desempeñaron un papel importante en generar las condiciones para la segunda y más horrible parte del conflicto y la subsecuente Guerra Fría. Por último, Henry Kissinger, el asesor de seguridad nacional y Secretario de Estado del último presidente “liberal” antes de Obama—Richard Nixon—obtuvo el galardón a pesar de que él y Nixon bombardearon masivamente al pequeño país de Camboya, sin importarles un ápice el hecho de asesinar indiscriminadamente a un gran número de civiles.
¿Pero no puede Obama quedar a salvo de la situación debido a que su guerra afgana es una continuación de la guerra de George W. Bush contra los perpetradores de los ataques del 11 de septiembre? No, si está concediéndose un premio de la paz, uno pensaría que debería ser entregado a alguien que haya promovido la paz, no tan sólo conferirlo a alguien que presuntamente está librando una “guerra justa”. En realidad, la ocupación estadounidense de Afganistán es contraproducente para llevar a Osama bin Laden y otras figuras centrales de al-Qaeda ante la justicia. En vez de continuar con una guerra de ocupación para combatir al Talibán afgano y ejercer presión sobre el gobierno paquistaní para que elimine a los militantes—dos cosas que arrojan a los talibanes a los brazos de al-Qaeda—los EE.UU astutamente deberían retirarse de Afganistán y en su lugar intentar clavar un cuña entre el Talibán y al-Qaeda.
Es factible también que Obama sea una pobre opción para el Premio de la Paz por su incipiente política respecto de Irán. En un discurso que pasó casi desapercibido, pero asombroso, Robert Gates, el Secretario de Defensa de Obama, prometió que si los iraníes no cooperaban para deshacerse de su presunto programa de armas nucleares, los EE.UU. presionarían para el establecimiento de duras sanciones económicas, las que, admitió, estarían diseñadas para perjudicar al pueblo iraní para conseguir que presione al gobierno iraní a efectos de que empiece a cooperar en la cuestión nuclear. Pese a que sería improbable que las sanciones tengan el efecto deseado, debido a que las prohibiciones sobre el comercio generarían incentivos para que los iraníes y sus potenciales socios comerciales engañen masivamente y porque los iraníes de todo el espectro político apoyan el programa nuclear de Irán, ese no es el único problema con ellos.
Si el terrorismo es definido como el perjuicio a civiles para conseguir que presionen a su gobierno a fin de que éste modifique sus políticas, entonces esta clase de severas y amplias sanciones son una forma menor de terrorismo. Aunque los medios puedan ser económicos—en vez de la voladura de los edificios o mercados—el hecho de perjudicar comercialmente de manera intencional al pueblo de una nación pobre puede también causar muchas muertes. La política de Obama sobre las sanciones contra Irán emulan la defensa que hizo la entonces Secretaria de Estado Madeleine Albright del amplio embargo contra Iraq para mantener a raya a Saddam Hussein durante la década de 1990, cuando se le preguntó si éste valía la pena tras un informe de las Naciones Unidas que estimaba que medio millón de niños iraquíes habían perecido a causa de las sanciones. Las bombas podrán matar a los civiles de manera más espectacular, pero afectar la satisfacción de necesidades vitales también es asesinar.
Para ganar de veras el Premio de la Paz, Obama tendría que cambiar de rumbo y retirarse rápidamente de Afganistán, así como también de Irak, y asegurarse de que cualquier embargo contra Irán se mantenga enfocado sobre artículos especiales que puedan ser utilizados en la fabricación o lanzamiento de armas nucleares.
Traducido por Gabriel Gasave
Ivan Eland es Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros Recarving Rushmore: Ranking the Presidents on Peace, Prosperity, and Liberty, The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.