Por Armando de la Torre
Según una confusa información de ciertos medios, dos diputados de la Comisión de Legislación y Puntos Constitucionales afirmaron que 17 de sus miembros habían decidido sesgar anticipadamente la discusión en el pleno del Congreso sobre la reforma propuesta con apego a la misma por 73 mil conciudadanos.
Como pájaros que disparan a escopetas, sirvientes insubordinados al soberano, mensajeros hostiles al Mensaje del que habrían de ser portadores.
Pero la Constitución vigente sólo estatuye al respecto que el Congreso habrá de ocuparse del asunto planteado “sin demora” y su aprobación habrá de ocurrir tras el voto favorable de una mayoría calificada de dos tercios.
Lo más que esta comisión debe aportar al pleno es certificar que cuenta con el apoyo de cinco mil o más ciudadanos empadronados, que el texto sea la competencia del Congreso y que no se tocan artículos constitucionales pétreos.
El Corán de 1985 que nos sirvieron en bandeja los talibanes y leguleyos a su servicio se ha vuelto herramienta para muchos abusos del poder “legal”. En términos de real politik, quienes adversan ProReforma parecen sugerir, según la inercia de una larga tradición chapina, que los proponentes de las mismas hubieran alcanzado su meta si a espaldas de sus principios éticos hubiesen optado por la vía de la violencia criminal, como ya se comprobó en 1996 al capitular el entero sistema de justicia ante el embuste de unos “acuerdos de paz firme y duradera”.
El proyecto ProReforma, de entrada, se le antoja a algunos demasiado novedoso y encumbrado, precisamente porque no ha habido otro igual en toda la historia de la Guatemala independiente. Pero espero que acabarán por entender que es nuestra única esperanza de un cambio acelerado en el ritmo de nuestro desarrollo humano y jurídico, cuya llave es un genuino Estado de Derecho, esto es, un sistema de efectivos pesos y contrapesos, garantía que habrá de ser la más eficaz para la igualdad de todos ante la ley.
Pero a ProReforma, primero habría de leérsele sin prejuicios clasistas. Encima, sé de miembros de la Comisión de Legislación y Puntos Constitucionales que no se hicieron presentes ni a una sola de las exposiciones a favor o en contra. Otros que obedecieron consignas partidistas. A más de los múltiples intereses creados que pesan sobre las mayoría de izquierdas, centros y derechas.
Pero también sé de la caída inevitable al largo plazo de los muros, y de la tenacidad vital de los grandes principios seminales que han dado vida a tantos bosques frondosos a cuya sombra han prosperado los pocos pueblos felices que en la historia han sido.
Si el pleno del Congreso trata la propuesta ProReforma con la misma ligereza que esos miembros de la comisión a los que me referí, el remedio para el estado calamitoso de la nación tardará mucho más en llegar. Y nuestros hijos y nuestros nietos, por lo tanto, habrán de arrastrarse por la misma cuesta arriba del hastío que nosotros.
Por nuestra parte, nunca abandonaremos el esfuerzo para que algún día, más temprano que tarde, se logren implementar tales cambios.
El cortoplacismo que predomina entre los agentes políticos al uso les impide reconocer que los hombres y mujeres de convicciones morales sólidas aceptan perder una batalla pero no la guerra.
Así sucedió con los primeros demócratas clásicos en la Antigüedad, después con los liberales constitucionalistas durante los siglos XVII y XVIII, y ahora con quienes propugnamos desde mediados del siglo XIX por un Estado de Derecho, logro ya de una treintena de naciones, las más civilizadas, opulentas y pacíficas del orbe.
Se dice de los guatemaltecos ser poco propensos a la lectura, cuanto menos a la recepción crítica de lo poco que leen. Pero, ¿por qué habrían de identificarse estos deplorables rasgos en los diputados?
A veces he recibido a mis preguntas la indignada respuesta: “¡Esta es la Constitución que nos dimos!” “¿Nos?”…
