Hay una crisis de representatividad en Estados Unidos. Sólo 25% de los norteamericanos confía en sus gobernantes; y eran 60% o más con Franklin Delano Roosevelt, Lyndon Johnson (antes de Vietnam) y Ronald Reagan. También 62% de los estadounidenses cree que el país está en un rumbo errado (NBC News/WSJ). No hay un giro a la derecha tras la derrota demócrata en Massachusetts (19/01/2010), sino una ruptura creciente entre la clase educada y la menos educada.
Toda idea de la primera es rechazada por la segunda (cambio climático, reforma de salud, aborto, control de armas). Lo mismo ocurre en política exterior: hay rechazo al internacionalismo y la multilateralidad. Los estadounidenses se vuelcan a las preocupaciones internas, lo que se denomina históricamente "aislacionismo". El partido que hoy tiene el mayor nivel de respaldo es el insurgente "Tea Party" (41%); lo sigue el Demócrata (35%); y último -lejos- el Republicano (28%).
Massachusetts no fue una victoria republicana. Sólo 12% de los votantes que le dieron el triunfo a Scott Brown (52 % a 47%) son afiliados republicanos. Los independientes lo votaron 3 a 1. Entre la victoria de Obama (4/11/2009) y el triunfo de Brown hay 43 puntos de diferencia en el más demócrata de los 50 estados norteamericanos. En Massachusetts irrumpió una rebelión popular en la línea de Thomas Jefferson y Andrew Jackson, antielitista y antiestatal, que rechaza la resolución de los problemas del país desde arriba, y a partir del Estado central. Esta corriente viene desde el origen de la civilización estadounidense y se encuentra en el núcleo de su cultura cívica. El sistema norteamericano fue construido desde abajo hacia arriba, y consolidado a través de una revolución. La legitimidad está en el "pueblo", y no en el Estado. Por eso, cuando irrumpe esta insurgencia obliga a los actores sociales y políticos a aceptar sus reivindicaciones básicas.
¿Por qué la violencia de la rebelión populista contra Obama? Está en relación directa a la ambición y radicalidad de su programa de transformación, el más drástico intento de reestructuración de los tres pilares de la sociedad norteamericana -salud, educación, energía- desde el New Deal en la década del 30. La rebelión Jefferson/Jackson es la base del excepcionalismo norteamericano, el eje en que se funda la ideología que constituye el rasgo decisivo de la identidad estadounidense.
"El país más avanzado económicamente muestra a los menos desarrollados la imagen de su futuro", dijo Karl Marx. Significa que la cultura estadounidense expresa la lógica de una sociedad capitalista situada en la frontera del sistema. EE. UU. tiene el mayor nivel de productividad del mundo porque su cultura y su política expresan los valores capitalistas de vanguardia. Más allá de la división de poderes y de la vigencia irrestricta de la Constitución, el núcleo del sistema político norteamericano reside en la insurgencia popular de Massachusetts. En EE. UU. ocurren revoluciones como en todas partes del mundo, sólo que -éste es uno de los elementos centrales de su excepcionalidad- dentro de las instituciones, y no a través de su ruptura o destrucción (Douglas C. North). Marx tenía razón: el país "sin pasado feudal" es el prototipo de la vanguardia de las sociedades capitalistas; y las insurgencias populares, que discuten en su legitimidad todas las medidas de gobierno, se convierten en un componente virtualmente permanente de todo sistema político del capitalismo avanzado.
La advertencia de Marx también vale para China: el poder pasa del Estado al pueblo; y es cada vez menos administrativo y más representativo, esto es, político. Tocqueville le podría recordar a Hu Jintao: "EE. UU. es el país del mundo donde el futuro llega primero".