Por José María Carrascal
De repente, la política española se ha puesto a temblar, como si sus entrañas crujieran. Se plantea el tema de la cadena perpetua, antes tabú. El Prado trata de arrebatar el «Guernica» al Reina Sofía. En educación, hasta ahora un coladero donde lo importante era que chicos y chicas se divirtiesen, han entrado unas prisas enormes en que aprendan, e incluso el PSOE está dispuesto a pactar con el PP planes más exigentes.
Otro de los dogmas, la edad de jubilación, que no hacía más que rebajarse hasta el punto de haber jubilados con cincuenta y pocos años, la elevan de golpe y porrazo contra el parecer de los sindicatos, que ya es decir. El gobierno -no se le van a creer- anuncia un recorte de gastos. La energía nuclear, que sólo citarla le traía a uno el sambenito de «carca», «facha» o «enemigo de la humanidad», vuelve al candelero, todavía no en forma de centrales, pero sí en el de cementerios nucleares, pues hasta ahora éramos tan ricos y finos que enterrábamos nuestros residuos radiactivos en Francia, contra pago, naturalmente, con la sorpresa añadida de que no uno, ni dos ni tres pueblos están dispuestos a albergarlos, sino que en pocos días son ya doce, dando la impresión de que como se prolongue el plazo, serán docenas.
Y si quisiéramos llevar la cosa al terreno del humor, tendríamos nada menos al jacobino, con toda la pinta de agnóstico y en algunos aspectos claramente anticlerical presidente del Gobierno dispuesto a participar en un desayuno de oración, aunque alguno me dirá que lo único que busca es desayunar con Obama. Pero algo rezará, ¿no?
¿Qué pasa aquí? ¿Estamos asistiendo a un terremoto político, a un cambio total de posiciones por parte del Gobierno sin que nosotros, todavía en la inercia de cinco años viéndole no hacer otra cosa que ahondar en actitud de militante izquierdista, de guerra sin cuartel a la derecha, de acabar de una vez y para siempre con la España tradicional, con el viejo régimen, que persistía pese a la transición, a la democracia, a la secularización de la sociedad española, a su alza de nivel de vida y a la permisividad que se ha introducido en ella?
Tal vez algunos lo vean así, que consideren esta nueva dinámica del Gobierno un volantazo. Puede que incluso oigamos una teoría al respecto: en la fiebre viajera que últimamente le ha entrado a Zapatero, se ha dado cuenta de lo equivocado que estaba, de que iban a lloverle bofetadas por todas partes, como empezaba ya a ocurrirle. Así que, flexible como es, ha cambiado de rumbo.
Yo no soy tan optimista. Para mí, que ha visto las orejas al lobo. Que, con un déficit del 11,4 por ciento del PIB y 4,3 millones de parados, finalmente ha comprendido que la crisis es de verdad, y adopta la vieja fórmula lapedusiana de cambiarlo todo para no tener que cambiar nada.
Porque éste personaje pertenece también a la vieja España, incapaz de cambiar.