Por César González-Calero
La Nación
El periodista haitiano Jean Dominique fue asesinado de cuatro balazos el 3 de marzo de 2000, a la puerta de su emisora de radio en Puerto Príncipe. Luchador infatigable contra la sangrienta dictadura de los Duvalier, Jean Dominique combatió también desde los micrófonos de Radio Haití Inter la corrupción inherente al sistema en tiempos del presidente Jean Bertrand Aristide. Más de 15.000 personas acudieron a su entierro. Su lucha tenaz y su muerte impune son un reflejo de Haití, un país que todavía en el siglo XXI continúa debatiéndose entre el grito independentista de Toussaint y el machete fratricida de los Tonton Macoutes.
La historia de Haití es una sucesión de desastres naturales y golpes de Estado. A lo largo de los años, el país se fue desangrando como si tuviera deudas pendientes con su propia historia. A las disputas entre los hombres se sumó siempre la naturaleza, como si quisiera participar también en la fiesta macabra que arruinó a la república negra de América latina.
La imagen del majestuoso Palacio Presidencial de Puerto Príncipe deformado por el temblor, como si lo hubiera arrugado una mano gigante, es una trágica metáfora de esa conjunción de fatalidades, políticas y naturales, que soporta Haití desde hace ya varios siglos. Una cadena de desgracias que perfilan una radiografía de un país en terapia intensiva permanente, dependiente de la ayuda externa como un paciente hospitalario del suero fisiológico. Más del 40 por ciento del presupuesto del país se cubre con fondos provenientes de la ayuda internacional.
Hablar de Haití es definir la pobreza. Con una renta per cápita de apenas 1300 dólares al año, el país caribeño ocupa el último lugar de la fila en el hemisferio occidental. El 80 por ciento de sus nueve millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza, y más de la mitad, bajo la raya de la miseria. Una estadística que sería aún peor si a Haití no llegaran cada año más de 1000 millones de dólares en remesas enviadas por los emigrantes. El índice de desarrollo humano de la ONU sitúa al país caribeño en el puesto 149 de 183. La esperanza de vida apenas sobrepasa los 52 años. Siempre a la cola, Haití sólo despunta cuando las cifras se refieren a muertos, desastres naturales, golpes de Estado, matanzas, secuestros y asesinatos.
Un cementerio
La pobreza secular y la falta de voluntad política convirtieron a Haití en un cementerio cada vez que soportó el paso de un huracán o de una lluvia torrencial. Gordon, Georges, Jeanne o Dennissembraron más muertes en Haití que en cualquiera de sus vecinos. Y como se suele escuchar en el Caribe, cada vez que alguien levanta un muro, sólo le queda esperar a que la naturaleza lo vuelva a derribar.
Los cuatro huracanes y tempestades tropicales que azotaron el país en 2008, que causaron 800 muertos y 300 desaparecidos, fueron sólo un presagio de lo que le esperaba a Haití, justo en una época en la que la inestabilidad política había dado una tregua tras las graves revueltas de 2004. Ese año se produjo la segunda muerte política de Aristide, aquel pastor iluminado al que sus fieles llamaron Titi y en el que creyeron ver al redentor que por fin saldaría cuentas con la maldición que gobernaba eternamente sus vidas. Pero la magia de Titi fue efímera. Y Haití volvió por las andadas.
El primer mandatario que entró en el Palacio Presidencial gracias al voto popular, en 1990, saldría un año más tarde por la puerta de atrás mientras los matones del general Raoul Cedras se apropiaban otra vez de la historia, esa que se empeña en que en Haití gobiernen los espadones y las catástrofes naturales. Porque desde 1803, cuando la milicia de esclavos negros armada años antes por Toussaint humilló a las tropas de Napoleón Bonaparte, a cada ciclón siempre le siguió un pronunciamiento militar. O viceversa.
Antes de que Estados Unidos desviara su mirada hacia la república negra, en 1915, el país ya había sido saqueado por una veintena de líderes. Washington intervino, pero la debacle económica continuó, dejando al país en bancarrota y a merced de acreedores extranjeros.
Pero todavía quedaba una vuelta de tuerca, un triple salto mortal en el destino de Haití: la saga de los Duvalier, un sismo de magnitud incalculable que duró casi 30 años, de 1957 a 1986, y del que la montañosa nación caribeña todavía no se ha recuperado.
Como en el temblor de anteayer, las víctimas de la dictadura de Papa Doc y de Baby Doc se cuentan por decenas de miles. Aristide y Preval rompieron con la funesta tradición de los caudillos militares, pero la corrupción, la falta de institucionalidad y la violencia política promovida desde el poder económico y político nunca desaparecieron.
Aristide bautizó a su movimiento popular con el nombre de Lavalas (avalancha). Así, como una avalancha, llegó el sacerdote al poder y así salió del poder. Otra metáfora más de un país sin descanso.
Las claves del país
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Población . Haití fue la primera república negra del mundo (el 95% de su población es negra) y fue el primer Estado de América latina en lograr su independencia (de Francia, el 1° de enero de 1804).
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Pobreza extrema . Es el país más pobre de América: el 80% de la población vive en la pobreza y el 60% está desempleado. De acuerdo con cifras del Banco Mundial, el ingreso per cápita es de 390 dólares.
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Desarrollo . La tasa de alfabetización es del 45%. De 183 países, Haití se encuentra en el puesto 149 en cuanto a su índice de desarrollo humano.
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Expectativa de vida. En Haití viven 8,5 millones de personas, con una expectativa de vida de 51 años en el caso de los hombres y 52 para las mujeres.