En el país en el que Juan Bautista Alberdi sembró ideas liberales tomadas de autores como los de los Papeles Federalistas, Locke, Helvecio, Montesquieu, Benjamin Constant, Adam Smith, Bastiat, Say, Bentham, Condillac, Story y otros, tal como el mismo declara en su autobiografía, en ese mismo lugar en el que esas ideas permitieron que la nación fuera la envidia del mundo civilizado desde la adopción de la Constitución que el mismo inspiró hasta los años treinta que comenzó el desbarranque acentuado notablemente a partir de la década siguiente.
En esa Argentina en la que los salarios de la incipiente industria y los de los peones rurales eran superiores a los de Francia, Alemania, España e Italia en marcada tendencia a superar los de Inglaterra y Estados Unidos. Por ello la población se duplicaba cada diez años. Las exportaciones estaban a la altura de las de Canadá y Australia. En el Centenario, la Academia de Francia comparó debates parlamentarios argentinos con los que tenían lugar en esa corporación debido a la versación de sus integrantes. En ese lugar decimos, ahora se observa un desbarajuste institucional de envergadura.
Si bien es cierto que la demolición fue mayúscula durante las tres presidencias de Perón (sobre lo que he escrito con detenimiento en otras ocasiones), hoy el cuadro de situación resulta lamentable en varios aspectos clave pero en esta nota me quiero detener en exclusivamente en torno a uno. Primero, en el período en que el marido de la mandataria actual estaba en funciones, el Congreso abdicó de sus atribuciones primordiales en cuanto al manejo de la hacienda pública a favor del Jefe de Gabinete. Como es sabido, históricamente el Poder Legislativo nació para administrar y controlar las finanzas del Ejecutivo. En verdad, durante un buen período del common law y durante buena parte del período republicano en Roma, en gran medida las normas surgían en el contexto de un proceso de descubrimiento en el que los fallos judiciales sentaban precedentes para el cumplimiento de las reglas de conducta. Más adelante, el Legislativo abarcó en forma creciente la función de diseñar y construir el derecho, con lo que la Ley, a medida que la ingeniería social iba en aumento, se convirtió en pura y simple legislación. Pues bien, en el caso argentino, no solo el Legislativo fue abarcando áreas antes reservadas al ámbito particular sino que revirtió sus obligaciones en el Ejecutivo, por ende su existencia resultó superflua.
En estos momentos el asunto se agravó aún más: nada menos que en su mensaje con motivo de la apertura 128 de las sesiones ordinarias y ante ambas Cámaras reunidas al efecto, la magistrada de marras anunció la promulgación de un decreto para echar mano a parte de las reservas de la banca central. La historia de este espinoso asunto viene mal parida: el Ejecutivo ya había hecho lo propio alegando el receso del Congreso y que la urgencia del tema no daba tiempo para convocar a sesiones extraordinarias. La Justicia se pronunció en contra de la posibilidad de ejecutar esta medida tanto en primera como en segunda instancia, con lo que el gobierno apeló a la Corte Suprema. Pero antes de que ésta dictaminara, como decimos, la Presidenta anunció que había derogado el decreto anterior y promulgado uno nuevo al mismo efecto con lo que convirtió el asunto en “abstracto”.
Este camino constituye una afrenta al Poder Legislativo que se pretende aparezca como un artefacto decorativo en lugar de someterle un proyecto de ley en el sentido descripto. En instantes en que se trasmitía el referido mensaje el directorio de la banca central se reunió y resolvió la transferencia de los fondos solicitados. La idea es que si en un futuro próximo la Justicia se pronunciara nuevamente ratificando sus fallos anteriores, el hecho estará ya consumado con lo que eventualmente, en el mejor de los casos, se podrá reponer el manotazo con bonos emitidos por el tesoro. Ahora, precisamente, otra jueza se acaba de pronunciar en el sentido señalado pero ya se realizaron algunos pagos y, además, en esta tragedia griega en una inacabable sucesión de actos, la presidenta dice que no acatará los fallos judiciales porque “no voy a premitir que un juez defaultee la deuda” en un dudoso castellano y una más que dudosa comprensión del significado del orden jurídico.
Aunque no parezca creíble en un supuesto sistema republicano, la jefa de estado también expresó que “la oposición no quiere que funcionen las instituciones”, “no voy a permitir que me impidan pagar”, “estamos ante intentos de destitución evidentes” y que lo ocurrido revela que nos encontramos ante “un abuso de poder de la justicia” ya que estamos frente a “jueces que parecen alquilados”.
El acto en el que tuvo lugar el mensaje presidencial que comentamos, se desarrolló en un ambiente acorde con lo que ocurre en una desaforada hinchada de una cancha de football por los gritos, cánticos, papelitos que volaban y, además, como si todo esto fuera poco, se entonó la letra de la marcha peronista con lo de “que grande sos cuanto valés mi general” “combatiendo el capital” y otras sandeces de ese tenor. En la primera bandeja de la Cámara estaba ubicada la mimada de la Presidenta, Hebe de Bonafini la que, entre otras cosas, festejó con abierta y entusiasta algarabía el ataque criminal a las Torres Gemelas en New York. La revista “Perfil” le consultó sobre el discurso de la mandataria a lo que Bonafini respondió que fue “una maravilla, brillante como es ella” y respecto a la oposición declaró que “no es oposición, es una mierda” ... con perdón de mis lectores, después de haber celebrado más de medio siglo desde mi primer artículo, a los 18 años de edad, es la primera vez que publico una expresión soez. Lo que definitivamente no incluyo, porque ya excede lo que la decencia puede soportar, es la leyenda obscena impresa en los papelitos arrojados por personeros del oficialismo al recinto de la Cámara mientras hablaba la mandataria (texto que deriva de una patanería de muy baja estofa surgida del zócalo de la ordinariez a la que recurrió Maradona en conferencia de prensa, por la que fue en su momento amonestado por las autoridades del football internacional).
El entuerto de los decretos es digno de una producción cinematográfica de Woody Allen (especialmente “Bananas”) pero la gravedad del asunto no conduce a la carcajada sino a las lágrimas y a una profunda tristeza por lo que ocurre en el país de Alberdi y la Constitución liberal de 1853. Pensar que la actual mandataria (en verdad mandante) hizo su campaña en base al “mejoramiento de la calidad institucional” que aunque muchos fuimos los que no le creímos no deja de resultar paradójico.
Es del caso recordar que Alberdi advertía una y otra vez que “Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí toda la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobierno patrios: siempre estados fiscales, siempre máquinas de rentas, que jamás llegan, porque la miseria y el atraso nada pueden redituar”. En nuestro contexto, nada alcanza para satisfacer las astronómicas tasas de crecimiento del gasto estatal (treinta por ciento anual acumulado en la era kirchnerista): deudas inmensas, impuestos asfixiantes y ahora inflación desbordada. Todo para comprar voluntades de politicastros deseosos de engrosar sus bolsillos. Se que esto no es muy diferente de lo que viene ocurriendo en algunos otros lares, pero eso no clama la angustia y la desazón por lo ocurrido, ni el justificado temor por lo que pueda ocurrir en vista de la pavorosa desaprensión con que el gobierno encara los aspectos más delicados de su gestión y la consiguiente falta de respeto a las normas civilizadas más elementales.