Por Pilar Rahola
La Vanguardia, Barcelona
Los fundamentalistas musulmanes han firmado la gran mayoría de los ataques en las redes de metro de las grandes ciudades, sobre todo a partir del 2000", escribía ayer en El Periódico el profesor de la Autónoma Francisco Veiga. Si hubiera extendido la afirmación a todos los atentados perpetrados en el mundo contra ciudadanos anónimos, el resultado sería el mismo: es el sello del fundamentalismo islámico, cuya vocación terrorista ama los lugares concurridos.
Según los indicios, la mismísima Barcelona podría haberse librado de algo parecido, en enero del 2008. Por supuesto, el amor por la víctima anónima no es patrimonio de esta ideología totalitaria, y ahí están los atentados de los setenta, o los terroristas de las FARC secuestrando gente, o los japoneses de la secta Verdad Absoluta, o, o ahí está el nazismo, el primero que rompió los códigos de honor de las guerras, cuya máxima era que la población civil era una víctima colateral, y nunca el objetivo. Los bombardeos de Barcelona o de Gernika cambiaron completamente esos códigos y convirtieron a la población civil en el target asesino de sus aviones. El ciudadano muerto pasaba a ser un elemento de la victoria, y no el resultado fatal de la guerra.
Pero que diversas maldades ideológicas compartan el gusto por el nihilismo violento, no quita que esta ideología en concreto, el llamado "islamofascismo", sea especialmente militante en el arte de matar por matar, más allá de los nombres, las emociones, las vidas de las gentes que asesina. Todo vale. Vale usar niños con síndrome de Down como bombas humanas, vale usar mujeres repudiadas por delitos de honor, vale usar embarazadas, vale poner bombas en ambulancias, vale matar en las bodas, en los autobuses escolares, en los rascacielos, en los aviones, en las discotecas, en los metros que usa el mundo para trasladarse a sus cuitas. Porque el objetivo de matar más y peor comporta un objetivo superior: aterrorizar a la población. En este sentido, no hay duda de que la ideología fundamentalista que sustenta este tipo de terrorismo es totalitaria, cruenta y letal. Y nos ha declarado la guerra.
Por supuesto, cuando el atentado ocurre en Rusia, hay que disparar las alarmas. Rusia no es una democracia, sino un simulacro, y en las zonas del Cáucaso las tropas rusas cometen todo tipo de atropellos en la más absoluta impunidad, no en vano ese lejano territorio no suscita el interés de los focos. Pero también es cierto que líderes extremistas como Doku Umarov (que se ha declarado emir del Califato del Cáucaso Norte) o el checheno Shamil Basayev, asesinado por los rusos el 2006, abrazaron hace tiempo las tesis de Al Qaeda y han convertido la zona en un terrorífico polvorín islamista. Lo que sigue, es conocido. Seres humanos con bombas en el cuerpo y negritud en el cerebro, matando a seres humanos. Y Dios en boca de todos…