Por Juan Larraín
Mucho se ha especulado acerca del llamado “socialismo del siglo XXI”, la “ideología” que han abrazado los socios del ALBA y que desean se expanda a través de nuestro continente, como la nueva panacea para alcanzar el desarrollo y escapar de las garras del “imperio”.
Algunos lo entroncan con escritos de oscuros personajes de tono menor, con los que se pretende darle un tinte de intelectualidad, a fin de presentarlo como una novedad filosófica que viene a reinterpretar la sociedad actual y sus desafíos.
Realmente resulta ocioso tratar de sofisticar algo que es tan simple y casi burdo en sus planteamientos, pues está destinado a embaucar a quienes son más vulnerables en el mundo en desarrollo y que, por su falta de educación, no saben distinguir entre la substancia y la escoria. Pero ello no nos debe sorprender ya que en este tipo de manipulaciones la izquierda ha sido maestra, desde los tiempos de la revolución bolchevique.
Esta “nueva” doctrina con que se pretende remozar la cara del marxismo latinoamericano, representa talvez el último esfuerzo de Cuba por tener un rol dominante en los asuntos hemisféricos. Es de alguna manera también la forma de reivindicar su fracasada revolución, que no logró imponerse durante la guerra fría, a pesar del apoyo político, económico y militar de la Unión Soviética y sus satélites.
Latinoamérica es así una vez más el laboratorio de ensayo de demencias que sumieron en el atraso y la esclavitud a aquellos países que las pusieron en práctica. Si se observa lo que ocurre en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, cada día que pasa la democracia y sus instituciones pierden terreno para ser paulatinamente reemplazadas por esta otra “institucionalidad”, que responde a los designios del proyecto político que impulsan sus líderes bajo la inspiración y guía espiritual de los hermanos Castro. Esta operación, en la que se ve claramente la mano de Cuba, transcurre ante el silencio complaciente o cómplice de gobiernos que, como el de Lula o Zapatero, le hacen coro a Fidel y Raúl, los sustentan económicamente y les brindan cobertura política.
En aquellos países donde el socialismo del siglo XXI se desliza en una pendiente que parece irreversible, las fuerzas democráticas que aun subsisten se ven sobrepasadas por esos regímenes, que no trepidan en cometer los peores abusos y atropellos para neutralizar su acción. Vemos como en Venezuela se persigue y encarcela, con acusaciones ridículas, a dueños de los escasos medios de comunicación independientes que todavía escapan al control de Chávez. Como en Bolivia los líderes de la oposición están en el exilio o sufriendo penas de cárcel por supuestos delitos calificados de tales por una justicia al servicio de Evo. O en Ecuador, donde se amedrenta a quien disiente y no ensalza la figura del iluminado que está en el poder. Todo esto para no mencionar la tiranía cubana, que sojuzga a su pueblo por más de medio siglo y es una afrenta para el continente.
Esa oposición –heroica hasta la inmolación en el caso de Cuba- que lucha denodadamente por tener un espacio para combatir contra aquellos dictadores o autócratas, tendrá que dar la batalla por la libertad sin esperar ninguna ayuda externa que vaya mas allá de una tímida solidaridad o algunas muestras de aliento. Nadie se la jugara por su suerte.
Latinoamérica no es una región estratégica donde estén en juego los intereses vitales de ninguna potencia. Las demostraciones de amistad y presencia de países como Rusia o Irán no alteran lo anterior ni inquietan al “imperio”, como quisieran algunos que suceda ahora al igual que lo hizo Cuba durante la guerra fría, pues la situación mundial es otra que la de entonces. El caso de Irán, que podría ser en teoría el más preocupante, se remite a su interés en encontrar apoyo en una zona que le era completamente ajena, en momentos que Brasil es miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y desea afirmarse como potencia emergente. En lo que respecta a Rusia, ha retomado contacto con Cuba pero en otro contexto y su principal interés es hacer buenos negocios, como fueron las cuantiosas ventas de armas a Venezuela y la posibilidad de participar allí en el negocio petrolero.
El autor es profesor de la Universidad de Miami y ex Embajador de Chile en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).