Por Luis Enrique Pérez
La Hora, Guatemala
Uno de los más recientes argumentos de quienes pugnan por abolir la pena de muerte es que aplicar tal pena es propio de Estados incivilizados; y no aplicarla es propio de Estados civilizados. Es un argumento falaz. Los más civilizados Estados han aplicado esa pena. La han aplicado con razón o sin razón; pero la han aplicado.
Una de las más célebres sentencias de muerte ocurrió en uno de los Estados más civilizados que ha habido en la historia de la humanidad. Aludo a Atenas, en la antigua Grecia, cuyos jueces sentenciaron a muerte, en el año 399 antes de la Era Cristiana, al filósofo Sócrates, quien fue acusado de corromper a la juventud, y negar la existencia de los dioses. El sapientísimo Sócrates debió cumplir la orden judicial de beber la mortífera cicuta, precisamente en aquel Estado que fue sede asombrosa de la oratoria de Demóstenes, la escultura de Fidias, la filosofía de Platón y la tragedia de Sófocles. Es absurdo afirmar que Atenas era un Estado incivilizado.
Francia, durante la época de la revolución, entre los años 1789 y 1799, era uno de los Estados más civilizados de Europa, y también uno de los que más implacablemente aplicaba la pena de muerte. Precisamente en ese Estado el médico José Ignacio Guillotin, miembro de la asamblea revolucionaria, aplicó su conocimiento de la anatomía humana para perfeccionar, con exquisito celo tecnológico, una máquina llamada posteriormente guillotina, diseñada para aplicar la pena de muerte mediante una decorosa decapitación. En el glorioso Estado del filósofo Pascal, del matemático Fermat, del escritor Voltaire y del astrónomo Laplace, la guillotina estuvo particularmente ocupada, y a la vez complacida por el continuo rodar de las impávidas cabezas. Es absurdo afirmar que Francia era un Estado incivilizado.
En la época de la Santa Inquisición (instituida en el año 1231 por el Papa Gregorio Noveno), los Estados europeos, principalmente Alemania, España, Francia e Italia, ansiosos de purificar las almas mediante la destrucción del cuerpo, compitieron con espantoso ardor por aplicarle la pena de muerte a quienes eran acusados de herejes, brujos, hechiceros o alquimistas. Esos Estados, sin embargo, eran sumamente civilizados. En particular, en ellos prosperaba la filosofía y la ciencia. Por ejemplo, el alemán Juan Kepler enunciaba las leyes de los movimientos planetarios. El español Miguel Serveto descubría la circulación pulmonar de la sangre. El francés René Descartes inauguraba una nueva era de la filosofía; y el italiano Galileo Galilei fundaba la moderna ciencia de la mecánica. Es absurdo afirmar que, durante la época de la Santa Inquisición, aquellos Estados eran incivilizados.
Actualmente, 37 de los 50 Estados de los Estados Unidos de América aplican la pena de muerte. ¿Esos 37 Estados son incivilizados, y los otros son civilizados? En alguna época, ocho de esos mismos 50 Estados abolieron la pena de muerte. ¿Se habrían civilizado súbitamente? Empero, pronto seis de ellos volvieron a aplicarla. ¿Se habrían incivilizado nuevamente? Y los Estados europeos que abolieron la pena de muerte, porque abolirla era requisito necesario para pertenecer a la Unión Europea, ¿se civilizaron súbitamente? ¿O ya eran Estados civilizados?
Post scriptum. No afirmo que la pena de muerte es o no es disuasiva; o que es o no es la más idónea para castigar los peores delitos, como el asesinato o el secuestro. Sólo afirmo que no hay relación ni correlación lógica, física o metafísica, entre civilización y pena de muerte.