Por Ivan Eland
El Instituto Independiente
En el “Memorial Day”, deberíamos honrar a aquellos que fueron sepultados tras perecer en las guerras del país, pero ser un poco más escépticos del gobierno de los Estados Unidos que los colocó allí. Se suele decir que murieron por la “libertad” o por su “país” pero más a menudo fueron puestos innecesariamente en riesgo por su gobierno.
Aprendí en un viaje a Francia que los países distorsionan su historia. Los franceses tenían una exhibición oficial sobre la Segunda Guerra Mundial en el Arco del Triunfo en Paris que no mencionaba a la liberación británica, francesa, y canadiense de Francia después del Días D. La muestra solamente tenía una gran flecha que terminaba en las playas de Normandía y mucha información acerca de la resistencia francesa. Un visitante desinformado podría haber concluido erróneamente que los franceses habían liberado a su propio país de los Nazis. Quedé impactado ante la tergiversación francesa de su historia.
Pocos años más tarde, aprendí en un viaje a Canadá que los Estados Unidos no son ninguna excepción a la distorsión de la historia. Visité un fuerte en Toronto, Canadá y me enteré por el guía que el fuerte había sido utilizado en una de las varias invasiones estadounidenses de Canadá. Los turistas estadounidenses que visitaban el fuerte le ofrecieron al guía miradas perplejas debido a que los libros de historia de los EE.UU. no se detienen sobre los reiteradamente infructuosos intentos estadounidenses para apropiarse de Canadá. De hecho, los libros de historia estadounidenses se concentran en las detenciones británicas de marineros de los EE.UU. como la causa de la innecesaria Guerra de 1812, pero hacen a un lado el hecho de que el deseo de los halcones estadounidenses de arrebatar a Canadá fue también una causa importante. Nuestra historia de esa guerra también se centra en el incendio de Washington por parte de los británicos, pero omite mencionar que la quema británica de los edificios oficiales en Washington fue en represalia por una quema estadounidense similar de Toronto.
Incluso los estadounidenses están un poco nerviosos acerca de la historia de sus guerras mexicana, india, e Hispano-Estadounidense—y deberían estarlo. En la Guerra Mexicana, está generalmente reconocido que el Presidente James Polk ordenó al ejército de los EE.UU. ingresar en el área en disputa de la frontera entre Texas y México, lo cual provocó un ataque mejicano. Lo que no está reconocido es que incluso antes del ataque mejicano, el ejército de los EE.UU. bloqueó inicialmente el Río Grande. Los bloqueos son considerados un acto de guerra a nivel internacional.
En las guerras contra los indios, se llevó a cabo una brutal limpieza étnica a fin de obtener territorios. Los pueblos de los débiles fueron incinerados y las tribus masacradas.
La Guerra Hispano-Estadounidense fue librada ostensiblemente para liberar a los cubanos del dominio español, pero en cambio dio lugar a las primeras posesiones coloniales de los EE.UU. y a la muerte de 200.000 filipinos, muchos mediante tácticas militares estadounidenses bastante brutales.
Sin embargo, la Guerra Civil estadounidense y la Segunda Guerra Mundial, tienen el estatus del Santo Grial en los libros de historia estadounidenses. Todo escolar aprende que la Guerra Civil fue peleada para liberar a los esclavos, aún cuando el Presidente Abraham Lincoln se preocupaba más por sofocar a la rebelión sureña que de liberar a los esclavos. En verdad, la guerra, todavía la más sangrienta en la historia de los Estados Unidos, causó casi un millón de victimas (el tres por ciento de la población de los EE.UU.), pero solamente de manera nominal liberó a los esclavos, dejando a la mayor parte de ellos trabajando bajo las mismas condiciones escuálidas para los mismos amos. En vez de reaprovisionar al Fuerte Sumter, al cual sus consejeros militares le habían aconsejado abandonar y de lo que estaba bastante seguro que provocaría una guerra, Lincoln podía haber negociado un acuerdo o simplemente dividido al país y negado a devolver a los esclavos que se habían escapado, y de esa forma socavar severamente a la esclavitud en el sur. Incluso después de esta Guerra catastrófica, los negros no escaparon a las leyes de Jim Crow, una prolongación de la esclavitud, hasta los años 60’. No obstante, dicha guerra sangrienta con tan pocos beneficios permanece sin ser cuestionada.
A pesar de estar más justificados, incluso algunos aspectos de la Segunda Guerra Mundial son cuestionables. Los estadounidenses se deleitan con la derrota del diabólico Hitler, pero no se dan cuenta de que los Estados Unidos contribuyeron tanto al surgimiento de Hitler (y de la Segunda Guerra Mundial) como a la revolución bolchevique (y de esa manera a la Guerra Fría posterior) al proporcionar las fuerzas militares para inclinar la Primera Guerra Mundial a favor de los aliados. Después de que los aliados ganaron la Primera Guerra Mundial, el Presidente Woodrow Wilson estuvo de acuerdo con los severos resarcimientos británicos–y franceses–impuestos contra Alemania para conseguir su ingenuo y fallido proyecto de la Liga de las Naciones. También exigió la renuncia del Kaiser Wilhelm, pavimentando el camino para la aparición de Hitler.
Wilson también le proporcionó asistencia al gobierno ruso mientras peleaban en la Primera Guerra Mundial contra la Alemania del Kaiser. Si el gobierno ruso se hubiese salido antes de la guerra, Vladimir Lenin no hubiese sido capaz de utilizar a la impopular guerra para gobernar.
Aún antes de que la Segunda Guerra Mundial comenzara oficialmente, los Estados Unidos bloquearon el petróleo y críticos suministros de metal japoneses, lo cual precipitó su ataque desesperado contra Pearl Harbor. En el Atlántico en 1941, incluso antes de Pearl Harbor, el Presidente Franklin Roosevelt hizo lo más que pudo para provocar secretamente una guerra total con Hitler ayudando al ataque británico de los U-Boats alemanes.
En las Guerras de Corea y Vietnam, decenas de miles de estadounidenses resultaron innecesariamente muertos para evitar el control comunista de naciones atrasadas y estratégicamente poco importantes. El económicamente decrepito imperio soviético habría colapsado incluso más rápido si hubiese sido forzado a verter recursos para mantener a flote a los gobiernos comunistas en esas áreas remotas.
Saddam Hussein probablemente tenía una mejor justificación para invadir Kuwait en 1990 que la que tuvieron los Estados Unidos para invadir Irak en 2003. A pesar de que ciertamente no era una justificación para tal brutalidad, los kuwaitíes se encontraban perforando y extrayendo petróleo debajo del territorio iraquí. Cuando se lo compara con las amenazas imaginarias de las armas de destrucción masiva iraquíes y las conexiones iraquíes con los ataques del 11/09, el resentimiento de Saddam con Kuwait era al menos cierto. En virtud de que es mucho el dinero que puede ganarse con la venta de petróleo, Saddam hubiese vendido petróleo kuwaití en el mercado—con tan solo modestos incrementos en el precio mundial—aún sin la recuperación estadounidense de Kuwait durante la Tormenta del Desierto. La segunda Guerra de Irak ha convertido al país en un desastre y creado un refugio para los terroristas.
Los Estados Unidos son una gran nación, pero la gran mayoría de los estadounidenses no se percata de que el país ha mantenido un sistema político libre y que se ha convertido en una usina económica debido principalmente a que el país estuvo alejado de la mayoría de los conflictos del mundo. Desafortunadamente, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos comenzaron regularmente a buscar monstruos a los cuales destruir en ultramar. La peligrosa expansión del poder ejecutivo bajo la administración Bush y los presidentes anteriores recientes es una consecuencia directa de este estado de guerra casi perpetuo.
En el “Memorial Day”, los estadounidenses deberíamos venerar a los muertos en las guerras pero también plantearnos duros cuestionamientos respecto de un gobierno estadounidense asertivo que mantiene en curso a guerras poco atinadas, creando solamente más victimas para honrar.
Traducido por Gabriel Gasave
Ivan Eland es Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.