Por Roberto Brenes P.
La Prensa, Panamá
La semana pasada la segunda calificadora de riesgo, Standard and Poor’s, reitera que la República de Panamá ha logrado grado de inversión.
La noticia no es poca, somos capaces de honrar adecuadamente nuestras obligaciones y con ello vienen beneficios de ser mejores sujetos de crédito, costo de financiamiento más barato y con ello un aparente clima positivo para inversión.
Pero si bien tener capacidad de crédito y un clima positivo respecto a las finanzas del país son condiciones importantes, no son condiciones suficientes ni para mantener el grado de inversión a futuro, ni mucho menos para desarrollar la economía.
Al tiempo que Panamá celebra, Grecia está en el ojo del huracán financiero; España, Portugal e Italia parecen ser arrastradas al mismo huracán, poniendo en riesgo la estabilidad nacional, del euro y de Europa.
Parece un caso sacado de un texto; estos países tienen al menos dos denominadores comunes. Uno, todos, han sido igualmente galardonados con grado de inversión, y no simple BBB– como Panamá, sino con letras y elogios superiores; Grecia por ejemplo, era hasta hace semanas, grado de inversión A.
El otro elemento común es, para ponerlo sencillo, que todos se creyeron el cuento de que una vez buen sujeto de crédito, podrían endeudarse hasta el cielo y sobre todo, malgastar el endeudamiento en aumentar el gasto improductivo e invertir en aspiraciones sociales sin poca o ninguna contraparte de esfuerzo o productividad. Así se aumentaron sueldos, sobre todo a la burocracia, se bajaron edades de jubilación y se aumentaron beneficios pensionales y subsidios sociales, sin que existiera otra justificación que política y sin contrapartidas en inversión ni de crecimiento económico que sostuvieran el desvarío politiquero.
Ahora, llegó la hora de la cuenta y estos países enfrentan duras medidas de austeridad para apenas detener la hemorragia de gastos. Y respecto de las perspectivas de expansión de esas economías para de allí recomponerse y crecer, los analistas coinciden en que hay pocas o ninguna, precisamente por la falta de recursos para relanzar la economía, recursos estos que ya se parrandearon.
Hay que hacer este largo cuento porque Panamá se encuentra ahora justo en esa encrucijada y me parece casi providencial que los eventos en Portugal, Italia, Grecia y España (despectivamente llamados ahora los Pigs, quizá por la disciplina fiscal casi porcina con que han llevado sus cosas) nos permita reflexionar sobre si estando ahora bien, ¿estamos en la senda de seguir bien? o ¿tendremos bastante que arreglar?
Primero, pareciera que estamos amarrando nuestra capacidad de pagar a nuestra capacidad de seguir gravando al país, que a mover los recursos para mejorar la capacidad de crecer. Por ejemplo, mientras la noticia del grado de inversión acaparaba la portada, en un lugar menos importante del mismo diario se reportaba que la Asamblea acaba de aprobar un aumento de 33% en los cargos estatales al manejo de contenedores en los puertos, más plata para vernos bien ante el calificador, pero sin lugar a dudas impactando los costos de cadena productiva nacional y la competitividad de uno de nuestros reglones más dinámicos.
Nuevos impuestos y cargas socavan la capacidad productiva. Pero más importante y de más impacto es el nivel de gasto público dedicado a sostener un consumo artificial y con consideraciones politiqueras, no muy diferente de lo que hacen los señores del chiquero. Es necesario reducir el elevado nivel de subsidios, no solo en montos totales sino también en porcentajes de subsidio, que hoy alcanzan más del 3% del PIB. Cierto es que no es fácil, pero mientras algunas voces hablan de congelar y reducir, la mayor parte del Gobierno habla de aumentarlos. Ya los del chiquero saben que tirarle plata a problemas los acalla, pero no los resuelve.
Otro elemento nefasto de este gasto inútil es el tamaño y el costo de la planilla del Estado. El Estado puede y debe reducirse y no necesariamente para repagar la deuda o verse mejor ante las calificadoras. El presupuesto del Estado debe reorientarse a inversiones que mejoren nuestra oferta productiva y reduzcan los costos de la economía; ya el sector privado generará las plazas de trabajo para aquellos que sobren en el Gobierno. Y cuando hablamos de inversiones debemos enfatizar, inversiones nuevas, no enterrar 700 millones del dinero de todos en comprar dos corredores obsoletos que realmente le hacen la vida más fácil a los 50 mil o 60 mil panameños más ricos del país, que son los que los usan.
No hay que producir una lista de ideas o apuntar a malas acciones. La lección de los Pigs es fácil y clara, usar la capacidad financiera para generar producción y no para satisfacer consumo improductivo. Y hay muchas cosas que no es plata lo que necesitan, sino decisión y concentración gubernamental. Una de la más importante es mejorar la capacidad de que nuestros trabajadores accedan a niveles de productividad que los haga prósperos y en eso una reforma profunda de las reglas laborales es indispensable.
Y ya basta de incentivos y privilegios a sectores o grupejos. Nos hemos ido convirtiendo en rehenes de los beneficios que damos en los enclaves, sin que nada de esto se multiplique en el Panamá profundo. Si los beneficios fiscales, laborales y financieros son buenos para las transnacionales o los inversionistas extranjeros, también lo deben ser para toda la economía y los inversionistas locales.