Por Federico Bauer Rodríguez
El Periódico, Guatemala
Antes de finalizar el siglo XIX y como una reacción a las inconsistencias del marxismo nació la socialdemocracia. Las premisas de este sistema de organización social eran simples: mantener la propiedad privada de los medios de producción, con el fin de que el mercado asigne los recursos con la mayor eficiencia, y luego por la vía fiscal, expoliar una buena parte de estos recursos con el fin de financiar el Estado benefactor.
Si obviamos del análisis a las pocas reliquias socialistas, jurásicas o del siglo XXI, todas las naciones democráticas pueden ser clasificadas en dos grupos: las naciones que tienden al Estado de Derecho y las que tienden al Estado benefactor, llamadas socialdemocracias. Es difícil poner la barrera divisoria, pero las naciones cuyo Estado supera el 40 por ciento de la economía seguro, son socialdemocracias.
Hasta hace poco, muchos formadores de opinión consideraban que la socialdemocracia era el sistema más “justo” de organización social, pero se cuidaban de advertir lo siguiente: para que una sociedad tenga el más mínimo chance de subsistir como socialdemocracia, primero tiene que tener un estándar de vida muy alto, ya que el crecimiento económico de la misma es muy bajo; segundo, tiene que tener un sistema jurídico de primerísima calidad; tercero, tiene que tener un grado de corrupción mínimo; y por último, tiene que tener un control muy responsable de sus variables monetarias y fiscales. Los mejores ejemplos son los países escandinavos, Luxemburgo y Holanda.
Considerando que Suecia, desde hace décadas fue considerado el paradigma de la socialdemocracia, me permito traerles una comparación con Suiza que tiene una economía más abierta. Veamos:
Ambos países tienen poblaciones similares, y sus economías no dependen de los recursos naturales. El índice de calidad de vida (HDI de la ONU) es el mismo, el Corruption Perception Index es de lo mejor en ambos países (9.2 en Suecia y 9 en Suiza), y las tasas de inflación inferiores al 2 por ciento anual en ambos países; allí termina la similitud, ya que Suecia ocupa el puesto 33 en el Índice de Libertad Económica de Frasier/Cato 2008 con 7.35, mientras Suiza ocupa el puesto 4 con 8.2. El PIB per cápita anual, ajustado a la paridad del poder de compra, fue de US$36 mil 700 en Suecia, mientras que en Suiza, de US$40 mil 600. Datos últimos de la ONU.
Tanto Suecia como Suiza, al igual que Noruega y Finlandia, por tener moneda propia y sin estar obligados, han respetado los parámetros de Maastrich, mientras los miembros de la Eurozona se dedicaban a la embriaguez fiscal, especialmente los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).
Pero sigamos la comparación así: la tasa de desempleo en Suecia es superior al 9 por ciento, mientras que en Suiza es del 4.1 por ciento, lo cual se explica por la rigidez laboral en el primero, y por sus cargas fiscales superiores a las del segundo país.
Pero, dejemos lo macro y comparemos a dos trabajadores que ganan 50 mil euros anuales en cada país, y vemos que el sueco recibe después de seguro social y de ISR, el 58 por ciento de su sueldo nominal, pero al consumirlo paga el 25 por ciento de IVA, mientras el suizo recibe el 77 por ciento de su sueldo, y al consumirlo paga el 7.6 por ciento de IVA. La parte que cada uno invierta en valores, al obtener una ganancia de capital, tributará así: el sueco 30 por ciento mientras el suizo 0 por ciento.
Esta comparación es un ejemplo típico de cómo una de las mejores socialdemocracias compara desfavorablemente con una de las sociedades más abiertas o capitalistas. Concluyo la próxima semana.