Por Orlando Ochoa Terán
“Cualquier hombre o estado que luche contra el nazismo tendrá nuestra ayuda. Cualquier hombre o estado que marche con el nazismo será nuestro enemigo”. W. Churchill.
Un desaprensivo europeo que visite a Venezuela por estos tiempos y lea la reseña de los medios de comunicación sobre la disputa que enfrenta a dos dirigentes de Copei por el control de la organización y a Enrique Mendoza con la Mesa de la Unidad, podría pensar que se trata de una reedición tropical de la Guerra de la Sucesión Española.
Efectivamente, ante la falta de una clara o legítima descendencia, en Copei se han desatado las pasiones entre lo que queda de la dirigencia que conoció tiempos mejores. Como la realeza europea, que decidió que ninguna de las dos dinastías en disputa predominara, Copei se ha auto impuesto su propios “tratados de partición” que lo han reducido, de acuerdo a los sondeos de opinión, a niveles liliputienses en números, pero colosales en ambiciones personales.
En 2008, Luis Ignacio Planas, adjuraba que “si tenemos que sacrificar posiciones, apetencias y sacrificarnos como organización en aras de lograr esa unidad en la oposición, lo vamos a hacer". Aguien le podría recordar quien puede lo más, puede lo menos. Su rival, Roberto Enríquez, quien compite, con los mismos y desbordados deseos de controlar a los liliputienses, le recuerda a su compañero que "Copei no es una franquicia, ni un botín”.
Necesidades inmediatas
En un amplio examen de la historia de la política exterior de EE UU (From Colony to Superpower - U.S. Foreign Relations Since 1776), el historiador George Herring, sostiene que las alianzas son matrimonios de conveniencia formados al calor de necesidades inmediatas o urgentes. Todo aliado contiene y lleva a la mesa de negociaciones conflictos internos por eso la utilidad de aliarse raramente se extiende más allá de lograr el objetivo para el cual fue creada.
Cuando Hitler invadió la Unión Soviética en junio de 1941, hubo una necesidad inmediata y urgente de enfrentarlo. EE UU, Gran Bretaña y la Unión Soviética se vieron forzados a encabezar la coalición de países y fuerzas militares más amplia, diversa y compleja jamás conocida en la historia de la humanidad. El acuerdo básico era: Hitler tenía que ser derrotado.
Roosevelt, un demócrata americano y devoto anti-colonialista, Churchill, paladín del Imperio Británico y Stalin, campesino de Georgia y tirano comunista, debieron deponer grandes diferencias ideológicas, culturales y de personalidad para lidiar con doctrinas militares y visiones estratégicas distintas y con monumentales egos como Eisenhower, Marshall, De Gaulle, Montgomery, Bradley, Patton y Zhukov. Conciliar o aplacar fuerzas encontradas entre países aliados como los rebeldes comunistas de Mao Zedong y los nacionalistas de Chag kai-Shek en China; Churchill y Mahadma Ghandi en la India; la resistencia francesa y el gobierno de Vichy; la implacable oposición republicana en EE UU y la laborista en Gran Bretaña.
Agresiones versus alianzas
El próximo mes se cumplen 50 años de otra alianza que surge de urgencias y necesidades inmediatas. Entonces fue la Unión Soviética la que incurrió en los disparates que obligaron a las principales potencias de Occidente a unirse en otra alianza sin precedentes en número y alcance. Una incontenible ambición expansiva soviética resultó en agresiones a Noruega, Grecia, Turquía y al intolerable Bloqueo a Berlín. Un serio error estratégico.
Al Pacto de Bruselas en 1948, de las principales potencias de Europa, sigue el Tratado de Washington para incluir a EE UU, Canadá y los países escandinavos. Surge la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Otan. Su arquitecto, Ernest Bevin, decía que los miembros de una alianza se apareaban por interés, no por amor. Por supuesto, se refería al interés nacional. En Venezuela, en algunos sectores de la oposición “el amor y el interés se fueron de paseo un día….”. Por eso esas necesidades inmediatas y urgentes que originan las alianzas, no les luce inmediatas y mucho menos urgentes.
Como la fragmentación es tradición y característica de la política venezolana, el disidente PPT, así como otros, se han desmarcado del resto de la oposición por razones que probablemente tengan validez en este momento pero que la dinámica política despejará en un futuro cercano.
En cualquier caso, vistas estas experiencias y cualquiera que sea el resultado de la ordalía unitaria, estamos seguros que Ramón Guillermo Aveledo ahora, como los dirigentes del PPT, entre otros disidentes, en el futuro, terminarán convencidos como Churchill que “la única cosa peor que luchar con aliados, es luchar sin ellos”.