Juanita Castro está enferma. Lucha contra el cáncer de pulmón. Con la firmeza que la caracteriza, llamó a sus amigos y les contó lo que ocurría. A mí me lo dijo sin una gota de aspaviento. Mi admiración por ella aumentó mientras la escuchaba. Acababa de operarse y estaba en el doloroso proceso de la recuperación de la cirugía, a lo que luego seguiría la radioterapia.
Juanita sabe y asume con toda naturalidad y sin desesperación que la muerte es la culminación de la vida. A su edad no es un hecho extraño. Un día, sencillamente, cerrará los ojos para siempre. La acompaña, además, la fe religiosa. Juanita siempre ha vivido como una cristiana creyente y como tal, cuando le toque –y a lo mejor es dentro de unos años porque ya sabemos de la resistencia de esta cepa gallego-cubana-- se despedirá de este mundo sin la menor dosis de rencor contra los que le hicieron daño y con todo el cariño que cabe en su pecho (y es mucho) para quienes la han querido.
¿Qué dejará como legado Juanita? Dejará el ejemplo de una persona que tuvo la entereza de defender sus ideas y principios a riesgo de su vida, pagando, además, el altísimo precio del desgarramiento familiar. Dejará el recuerdo de su trato generoso y desinteresado con tantas personas que se le acercaron. Dejará la buena obra hecha como pequeña empresaria que durante varias décadas creó riquezas como comerciante honrada. Y dejará, claro, un magnífico libro de memorias, escrito al alimón con María Antonieta Collins, en el que defiende el buen nombre de sus padres y cuenta las intensas peripecias de una vida no exenta de heroísmo.
Sería conveniente que quienes adversan a Juanita cesen sus ataques y diatribas. Esta es la época en que sus amigos debemos extremar el cariño que le tenemos. Debe ser la época, también, en que sus enemigos guarden un respetuoso silencio. Esta mujer singular, esta buena amiga, esta excelente persona lo merece.