Hay un dicho que me parece ilustra magníficamente lo que deseo trasmitir en esta columna: “el hábito no hace al monje pero le ayuda mucho”. Efectivamente, un buen sacerdote no lo es por el mero hecho de usar sotana pero el hábito indudablemente ayuda a marcar diferencias, mantener distancias e invita a comportamientos, lenguaje y gestos cuidados.
Los modales a la hora de comer, las costumbres refinadas, el tratamiento cortés con las mujeres por parte de los hombres, la vestimenta adecuada para cada ocasión, el uso del lenguaje y tantas otros comportamientos indican un fondo. En cambio, la grosería, la chabacanería, el desaliño y la frivolidad ponen de manifiesto un fondo de una naturaleza bien distinta a la anterior.
Sin duda que puede haber una persona vestida de gala que sea un perfecto cretino o un escritor que maneja admirablemente bien la pluma pero que solo trasmite porquerías, de lo que se trata es de subrayar que la forma ayuda a preservar, cultivar y resaltar un buen fondo pero no lo garantiza.
En nuestra época donde la imagen se impone al texto, la forma adquiere singular importancia y se enfatiza el lenguaje gestual al efecto de descifrar los fondos. Para recurrir a un símil de las computadoras, puede decirse que las formas son el “hardware”, mientras que el fondo es el “software”. Nada se gana con tener un buen ordenador si no tiene programas adecuados.
Por otra parte, si se tiene un buen fondo pero no se manifiesta en las formas no hay manera de bucear en esa persona, del mismo modo que nada se gana si se está experimentado en las formas pero no hay sustancia que trasmitir (es “El hombre vacío” de T. S. Eliot, los “mamíferos verticales” de Unamuno o “las perchas semovientes” y los “cerebros deshabitados” de Papini).
La escritura constituye una pieza fundamental para trasmitir fondos lo cual se puso en evidencia en la secuencia de la pictografía, ideografía, la escritura cuneiforme, los jeroglíficos y el alfabeto. Del mismo modo, en otro plano, las manifestaciones artísticas como la música, la pintura y la escultura expresan distintos mensajes.
Gustave Thibon diferencia claramente entre un buen fondo y “los bajos fondos” del “hombre devorado” por apetitos puramente animales alejado de valores característicos de la civilización (que Gertrude Himmelfarb prefiere catalogar de virtudes). El fondo y la forma a veces incluso se funden un una misma noción: en Music at Night Aldous Huxley escribe que “La sustancia de una obra de arte es inseparable de su forma; su verdad y su belleza son dos y sin embargo, misteriosamente, una.”
Vamos ahora al fondo de este artículo que precisamente trata del fondo. Nuestra conclusión apunta a señalar que lamentablemente en nuestros días aparece como que, en general, los fondos se han empobrecido en muy diversos aspectos y, consecuentemente, las formas resultan más grotescas y torpes. Es una especie de contracultura que avanza a pasos agigantados.
Jean-Francois Revel nos dice que todo este problema se debe a la mentira fragrante y repetitiva respecto de hechos que demuestran a las claras la superioridad de la sociedad abierta que hace posible mejores fondos pero que aquellos falseamientos sistemáticamente presentan los datos torcidos, para concluir que “uno se pregunta como y por que una civilización nacida del conocimiento y que depende del mismo se ensaña en combatirla”. Por su lado, Jorge Bosch con razón se alarma frente a “los movimientos, ideas y acciones de significación social cuya expansión se opone a los valores consagrados por la tradición artística, científica y filosófica contenida en las grandes realizaciones culturales de la humanidad”.
Es una verdad de Perogrullo que todo este problema es principalmente educativo: la actitud de los padres, lo que se escribe o dice en los medios, la publicación de libros, el cine etc. son derivados de la educación, lo cual se hace más patente cuando los niños y luego adolecentes están prácticamente todo su tiempo vital en el colegio o en la universidad. A su vez, observamos con preocupación el avance de los sistemas educativos estatales y los organismos de control por parte de los aparatos gubernamentales sobre la llamada educación privada que en último análisis está cada vez más privada de independencia.
La politización de la educación, tarde o temprano, afecta los contenidos de la misma. Por eso es que Marx y Engels en el Manifiesto Comunista enfáticamente demandan “Educación pública y gratuita para todos”. Tenía razón Antonio Gramsci al sostener que si las estructuras estatales logran tomar la educación y la cultura, el resto se da por añadidura. Dicho sea al pasar, insisto una vez más que la expresión “educación pública” elude referirse a “educación estatal” porque resulta chocante del mismo modo que no parece atractivo aludir al periodismo estatal o a la literatura estatal, cuando en verdad el adjetivo “público” en este contexto no aclara nada ya que la educación privada es también para el público.
Los tentáculos del poder son cada vez más potentes, incluso en los lugares más insospechados como Estados Unidos donde el “homeschooling” tiene tanto éxito debido a que los padres sienten literalmente que pierden a sus hijos si los envían a colegios regulares. Como apunta Richard Pipes, incluso universidades como las de Columbia, Harvard y Princeton han recibido del gobierno federal respectivamente el 50, 38 y 32,4 por ciento de su presupuesto total durante los últimos ejercicios anuales.
La decadencia en las formas y en los fondos se puede ver en detalles como en los divertimentos y pasatiempos de miles de jóvenes que necesitan reunirse en lugares donde los decibles hacen la conversación inaudible y, fuera de esos tugurios, cuando se comunican, lo hacen a través de ruidos guturales y gestos obscenos en el contexto de grandes dosis de alcohol y drogas que han venido ingiriendo desaprensivamente. Claro que todo no es así, hay personas que no se someten y reaccionan frente a la degradación de formas y fondo pero sistemas educativos perversos tienden a más que compensar los buenos propósitos.
La des-educación conduce a la antiutopía de Orwell que es tremenda en cuanto a los mantazos letales del Gran Hermano, pero la antiutopía del antes mencionado Huxley es más patética y macabra ya que son los propios gobernados los que piden ser tiranizados (lo cual se ve más claramente en Brave New World Revisited de 1958 que en la versión original de 1932, sobre la cual el propio autor dijo, en su prólogo de 1946, que hubiera modificado). El cretinismo moral a que alude don Aldous es lo que precisamente viene ocurriendo en no pocos lares con votaciones que exhiben porcentajes africanos de apoyo al oficialismo que sustentan a megalómanos de los más variados pelajes debido a una muy deficiente y anémica formación intelectual (o más bien debido a una tremebunda deformación).
La toma de las estructuras educativas en los más diversos países por los enemigos de la sociedad abierta ha sido paulatina, sigilosa al principio y, por momentos, agazapada. En verdad, ha sido el método fabiano que proviene de las Guerras Púnicas en cuanto a la estrategia de Fabio el Conquistador, el comandante romano que en lugar de dar batalla de frente a los cartaginenes al mando de Aníbal, infiltraba sus ejércitos (de allí la tan exitosa Sociedad Fabiana fundada por el matrimonio Webb en Inglaterra, interesada principalmente en la educación de los principios socialistas cuyo emblema es una tortuga para indicar paciencia).
Hay un pensamiento de Keynes -tal vez el único sensato desde que se hizo partidario del totalitarismo tal como el mismo lo confiesa en el prólogo a la edición alemana de su obra cumbre de 1936- que vale la pena transcribir en el que se subraya el peso de las ideas en los acontecimientos: “las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto.”
Por otra parte, también el eje central de la educación al efecto de comprender y fundamentar valores que constituyen el sostén ético de la civilización, debe naturalmente pasar por las etapas sensoriales, preceptuales y, sobre todo, conceptuales, es decir, la capacidad de abstracción para concluir en proposiciones verdaderas en el contexto de silogismos consistentes que parten de premisas ciertas. Y en cuanto a las formas, aunque nada sea definitivo, como una nota al margen, consigno que algo eventualmente dicen, por ejemplo, los espectáculos un tanto grotescos con ribetes cómicos de la actitud supuestamente heroica de ciertos presidentes bajando escalinatas de aviones con la intención de demostrar al planeta destrezas inusitadas. La arrogancia de vaquero pendenciero con piernas arqueadas por jineteadas perpetuas que revelaba G. W. Bush en esas circunstancias y también parecía que, debido a la posición de sus brazos de una indisimulada agresividad, en cualquier momento desenfundaría un tremendo revólver que dejaría atónito al mundo entero. En situación análoga, Obama desciende los inacabables escalones de las aeronaves con las manos semi-cerradas y contra el pecho en actitud de un agitadísimo, interminable y casi ridículo jogging. Los dos esforzándose por exhibir ante las cámaras de televisión que pueden vencer obstáculos bien alejados del paso cansino de sujetos prendidos de barandas salvadoras de un traspié, lo cual estiman los colocaría en situación de una franca y embarazosa inferioridad. No parece serio este show sino que más bien esconde complejo de inferioridad y manifiesta inseguridad. No estamos sugiriendo que se desplacen por las escaleras a los tumbos y arrastrándose como reptiles, pero si hacerlo de modo natural y normal como realiza la operación la mayoría de las personas con esqueletos razonablemente bien dotados.
Esas son las formas. Pero volviendo al fondo, Arthur Koestler en su Autobiografía revela que tardó en percibir que el comunismo “es el más inhumano de los regímenes surgidos en el curso de la historia y el desafío más grave a la humanidad haya tenido que hacer frente” y que la inmundicia de ese sistema es igual que la del aparato nazi-fascista, una “igualdad esencial de los dos regímenes totalitarios”, los cuales “tendían, por terror, la conspiración y la conquista, a la esclavitud del mundo”. También escribe en esa misma obra que tenía un sueño recurrente en el que advertía un peligro y “a pocos metros de distancia corre un camino por donde continuamente pasa gente; grito pidiendo ayuda, pero nadie me oye. La multitud pasa por el lugar, riendo y parloteando […Y cuando algunos oyen] dura un minuto. La gente se sacude, lo mismo que los perritos que se han mojado; luego continúan andando, protegidos por una barrera de ensueños que ahoga todos los sonidos […], comienzan a obrar sus autodefensas mentales, y al cabo de una semana se encogen de hombros, incrédulos como antes […] Tenían oídos pero no oían; tenían ojos, pero no veían”. Salvando las distancias y las circunstancias a mí me pasa algo parecido pero en vigilia: siento como si estuviera gritando alarmas sobre el inaudito avance del Leviatán en todos los recovecos de la vida de las personas y que, en no pocas ocasiones, lo hago enterrado en el interminable abismo de un pozo, oscuro, solitario y con pésima acústica.
Para esta instancia del proceso de evolución cultural, Thomas Jefferson resume de modo admirable el problema de nuestro tiempo: “Los dos enemigos de la gente son el gobierno y los criminales, de manera que atemos el primero con las cadenas de la Constitución para que ese primero no se transforme en la versión legalizada del segundo”. Todos los que se esfuerzan cotidianamente por difundir ideas nobles en las que no hay ocultamiento ni dobleces y donde existe consistencia entre la forma y el fondo, merecen que se les diga lo que Ortega le escribió a Ramón Gómez de la Serna: “para usted vivir es un acto de incesante donación” (desde luego que, igual que en cualquier acto, en este caso el donante lleva a cabo sus propósitos porque está en su propio interés proceder de esa manera).
Veamos un ejemplo entre tantos en donde se pretende disfrazar un fondo con una forma que aparenta ir en otra dirección. Se trata de la reiterada y cansadora fórmula de los politicastros que declaman que debe ayudarse “al pequeño y mediano comerciante” pero, en la práctica, si tuvieran éxito y se convierten en grandes hay que esquilmarlos y denostarlos por haber cumplido con el sueño de todo pequeño negociante, es decir, crecer. ¡Que hipocresía tan infantil, atolondrada y contradictoria!
Por último, al efecto de captar el sentido radical del fondo de las cosas es menester percatarse de lo irreversible que resultan mojones básicos en nuestras vidas. Son testimonios imborrables que definen a las personas: fondos revestidos de formas. En este sentido, Milan Kundera escribe en La broma que “Todas las situaciones básicas de la vida son sin retorno. Para que el hombre sea hombre, tiene que atravesar la imposibilidad de retorno con plena conciencia. Beberla hasta el fondo. No puede hacer trampas. No puede poner cara de que no la ve. El hombre moderno hace trampas. Trata de pasar de largo por todos los puntos clave y atravesar gratis desde la vida a la muerte”. En una línea de pensamiento equivalente, Peter A. Ustinov ha consignado que “La mayoría de las personas tiene miedo a la muerte porque no han hecho nada de su vida”.
Es importante percatarse de la condición humana atada al libre albedrío y, sin embargo, aparece la triste paradoja que señala Isaiah Berlin: “en el caso del hombre, y solo del hombre, decimos que su naturaleza es buscar la libertad, aunque en la larga vida de la raza humana parecen contentos con que otros los manden y solo unos pocos hombres de hecho la buscan”. Y los totalitarismos aniquilan esa libertad, como expresó el gran Leszel Kolakowski respecto del marxismo: “no hay razón para creer que el comunismo despótico y totalitario del tipo soviético no es el comunismo en que pensaba Marx”. Por eso es tan importante que, como labor prioritaria, los intelectuales expliquen una y otra vez los enormes beneficios de la sociedad abierta, transformándose “en una suerte de espejo” para los demás como bien ha graficado Marcel Proust. Que los intelectuales no lo sean solo en las formas y apariencias sino en el fondo y acorde con su esencia, ya que su misión primera es preservar el trabajo intelectual para lo cual se requiere del oxígeno que solo brinda la libertad.