Por Ariel Ruya
La Nacion
El Palacio de la Cultura popular es una mole de cemento. Inmensa, espectacular. Símbolo gris de otros tiempos, que por Pyongyang, la capital de la República Popular Democrática de Corea -el nombre oficial de la comunista, controvertida y armamentista Corea del Norte- se conserva en esplendor. Suerte de Coliseo romano de siglo XXI, se nutre de festivales, espectáculos, conciertos bajo el resguardo oficial. También, claro, todo acontecimiento de gobierno, militar casi en exclusividad, que tienen como consecuencia glorificar a los líderes de un sistema que, evidentemente, no parece clausurado.