Por Carlos Alberto Montaner
El Periódico, Guatemala
En la ceremonia del 26 de julio, se escucharon los himnos de Cuba y Venezuela. Todo un símbolo: Cubazuela o Venecuba. Chávez y Fidel han retomado la idea de unir ambos países en una suerte de federación.
La hipótesis es que las dos revoluciones se necesitan mutuamente para sobrevivir. Para Chávez, Cuba es una fuente inagotable de inteligencia policíaca, control político y modelo administrativo. Ni siquiera tiene que elaborar un discurso retórico porque en La Habana hace años se lo fabricaron sobre un viejo guión marxista-leninista: la rapiña del imperio yanqui, el horror codicioso de los capitalistas, la indiferencia ante la pobreza del mercado, la lucha contra las oligarquías y el resto de las idioteces ideológicas típicas de la tribu.
Chávez sabe que Cuba es un desastre económico y social absoluto del que escapa todo aquel que puede, pero este “pequeño” detalle pesa mucho menos que la capacidad de supervivencia que le aporta ese regimen. A él le interesa eternizarse en el poder y esa fórmula la poseen los Castro. El hecho de la progresiva pauperización de su país carece de importancia. A fin de cuentas, Fidel también construyó una estrategia para enfrentarse a la catástrofe material: negarla, por una punta, mientras por la otra se alaba la frugalidad y se condena el consumismo. Basta con instalarse en un discurso benevolente sobre niños que se educan y enfermos que se curan, fustigando simultáneamente la codicia de los países que consumen los escasos recursos del planeta. De pronto, ser y vivir como un pordiosero se convierte en una virtud ejemplar.
Para Fidel, Chávez y Venezuela son la garantía de que la revolución cubana perdurará tras su muerte. No confía en Raúl. Sabe que es leal y competente, pero incapaz de soñar en grande. No tiene visiones grandiosas ni oye las voces de la historia que caracteriza a los grandes revolucionarios. Raúl no quiere cambiar el mundo. Pretende cosas tan pedestres como que los niños puedan acceder a un vaso de leche después de los siete años. Puras ordinarieces. También están los petrodólares. Venezuela, como antes la URSS, costea que el régimen hoy siga siendo improductivo porque esa incapacidad la subsidian enviando petróleo que no se cobra nunca, pagando cantidades astronómicas por servicios que no se prestan o que se prestan mal, menos los policíacos, y utilizando a Cuba para triangular las compras. Venezuela, por ejemplo, necesita una perforadora para extraer petróleo o un millón de kilos de leche, y les hace el pedido a unas compañías fantasmas cubanas a un precio descomunal. Estas empresas adquieren los productos en el mercado internacional a costos razonables y dejan las inmensas ganancias en la Isla. En casi todo el mundo eso se llama estafa. Para Chávez y Fidel son sólo muestras de solidaridad internacionalista pagadas por los sufridos venezolanos.
Lo interesante de esta fusión es que ambos países también duplican las zonas de riesgo