Editorial -
Brasil, lo vieron "con sus propios ojos" tanto el Presidente Funes como su comitiva, tiene una fuerte base industrial, ha conseguido sacar de la pobreza a decenas de millones de personas y está educando a la mayoría de jóvenes brasileños. Pero esos logros no se deben al gobierno de izquierda del presidente Lula, pues una cosa son los discursos del mandatario y otra la política económica.
Como lo dijo en una entrevista Andrés Oppenheimer, de El Nuevo Herald de Miami, Lula tuvo el gran acierto de mantener el esquema económico de su antecesor, Enrique Cardozo, que es todo menos de izquierda. Una muestra de ello es que Lula no ha finalizado su presidencia pero ya está diciendo tonterías (palabras de Oppenheimer) en asuntos de política exterior; "le está empezando a patinar un poco". Y hace un par de meses Lula fue a Cuba a rendir pleitesía a la más larga dictadura del Hemisferio, llamando delincuentes a los presos en huelga de hambre.
Brasil es una nación que, institucionalmente, es como un gigantesco portaaviones, que sólo con el tiempo y enorme dificultad cambia ligeramente de rumbo. Hace varias décadas el expresidente Joao Goulart fue depuesto y encarcelado por sus intentos de comunizar el país, mientras otro, Collor de Mehlo, fue destituido por corrupción. Brasil es una nación federada como los Estados Unidos, donde los gobernadores ejercen un efectivo poder, un decisivo contrapeso a excesos y desviaciones de otros poderes.
Ese contrapeso garantiza lo que para Oppenheimer es una de las claves del desarrollo, la continuidad. Pero hay continuidades de continuidades; no existen regímenes en el globo que sean más consecuentes con la continuidad de sus políticas internas que Corea del Norte y Cuba, pero no hay naciones más persistentes en el estado de miseria de sus pueblos, que Corea del Norte y Cuba.
Instituciones que son gloria de la civilización
Brasil debe su desarrollo a la continuidad de su esquema económico, una continuidad ajustada al modelo de Cardozo y sus predecesores, pura economía de mercado, no a lo que Lula predicó en sus años de "enfant terrible".
La institucionalidad y la seguridad jurídica se fundamentan en la continuidad, en su permanencia en el tiempo, pero lo que es todavía más importante, esencial, es la coherencia moral y jurídica de las normas y principios que rigen a las sociedades occidentales y cuyas raíces se remontan por milenios.
No se trata de "nuevas justicias" sino literalmente de "la ley de Dios", la que los dioses de Babilonia entregaron a Hammurabi, Yaveh a Moisés y Jesús a la humanidad.
Lo esencial es el basamento moral y la consistencia lógica de las elaboraciones y estructuras jurídicas edificadas sobre esa "ley de Dios". Pese a lo que ya existía, pese al Sermón de la Montaña y pese a la parábola del Buen Samaritano, en la Edad Media se quemaban brujas y herejes, pero la razón se fue abriendo paso y desde principios del Siglo XIX se dejó de ahorcar a niños por robo y se dejó de torturar a criminales. Las instituciones jurídicas que son gloria de Occidente son ahora gloria de todas las naciones libres del mundo.
La institucionalidad democrática es incorporal pero sus frutos son tangibles, lo que se ve y se palpa en el bienestar de los pueblos que la atesoran.